Por José Natividad Rosales*

 

“Admiro sus cuadros”—le dijo a Picasso—.”Admiro tu talento”—respondió el otro. Lo cierto es que Gary pinta desde hace 30 años y que Pablo ha comenzado a filmar películas.

 

Roma, octubre de 1956

—¿Se acuerda cuando lo entrevistamos en Tepoztlán, cuando nos dijo que aquella tierra le parecía una de las más hermosas del mundo? Ahora lo mismo dice de Italia.

—Y lo mismo digo de todos los sitios a donde arribo. No es una simple fórmula de cumplimiento. Así lo siento. El mundo me sigue pareciendo un espectáculo maravilloso. Siento una especie de simpatía por la cual vibro con todo lo que me rodea.  ¿Qué estoy en Munich? Me seducen los altos palacios, las viejas cervecerías, el color de manzanas de las mejillas de las alemanas. ¿Qué ando en el Senegal? Me cautivan los rituales salvajes de los nativos, las hojas de las palmeras, el correr torrentoso de los ríos. Encuentro hermosos los icebergs, gallarda la Giralda sevillana, fascinante el sol de Medianoche, misterioso y terriblemente atractivo el México de los pueblos silenciosos. Todo me llama la atención. Por tanto, no miento.

Gary interrumpió por un momento nuestra conversación para recibir un grueso ramo de rosas que le ofrecía una rubia inquietante. El actor tomó las flores entre sus manos, pero tal parecía que le habían confiado un niño mojado, porque no sabia que hacer con ellas. Galantemente devolvió el regalo a la bella. “Ahora yo se las regalo”. Y agregó: “Espere un momento”. Tomó y la prendió , después en su solapa, “Y por la que falta —terminó diciendo, va esto”. Y depositó, con una caravana, un largo beso en la mano de la hermosa.

Queríamos sorprender la agilidad mental de Cooper y le soltamos, como un travieso que suelta granos de maíz a un pollo no dándole tiempo para que los trague, muchas preguntas:

—¿Qué cosa le gusta más de México?

—Su alegría. Amo la gente que ríe voluntariamente, aún cuando se han reído de mí. Les parecí demasiado alto, flaco y arrugado para ser galán.

— ¿Quién vencerá las elecciones en los Estados Unidos?

—Espero que sea Eisenhower. Es mi amigo. De otra manera tendría que empezar de nuevo a conquistar un nuevo “amigo Presidente”.

—¿Qué piensa de la actitud de Mc Carthy?

—Que anda errado. En América no hay puesto para extremismo alguno.

—¿Es verdad que su hija se casará dentro de poco tiempo con el hijo de Edward G. Robinson?

—No es cierto. María no está en vísperas de matrimonio con nadie. El hijo de Robinson no frecuenta mi casa y María sale, solamente , con los jovenzuelos que conozco y que le hacen visita en mi residencia.

—¿Cuál es el hombre que mas le place y por qué?

—Hemingway. Personifica al “tercer hombre americano”— más libre, más culto, más humano— cuya presencia nos hizo falta durante mucho tiempo. Además, Hemingway me enseñó a pescar.

***

Gary viste un poco desenfadadamente, haciendo más evidente la idea de que todos los pantalones le van flojos y todas las camisas grandes. Quienes le conocer dicen que eso sucede cuando no está enamorado, porque, cuando lo está, una como explosión de colores invade su guardarropa. Entonces elige corbatas increíblemente teñidas y se las monta irreverentemente en el cuello saltón, dando la impresión de que es un avestruz en atavío dominguero. Con toda la mala fe del mundo se lo decimos. Y advierte:

—Mire mi anillo. Soy feliz y pienso seguir siéndolo, Me he convencido que, a la larga, es mejor creerse feliz con una sola mujer, que buscar la felicidad, inútilmente, en muchas. Sin embargo, no me falta fuego. No señor. ¿Dicen que la vida empieza a los 40? Pues que se cuiden las damas porque ahora tengo 19. Pero bromeo. Ya quedaron lejanos los tiempos en que hacia dibujos humorísticos para un periódico de Los Ángeles. Entonces amaba con la misma empeñosa necesidad con que uno busca el agua después de una larga caminata en el desierto. Después me metí a trabajar como chofer en un alinea que iba al parque de Yellowstone, Me di cuenta que amaba el campo , las carreras a caballo por los verdes prados y me metí a “cowboy” comparsa con Tom Mix. ¿Se acuerda de Tom Mix? ¿Y de Eddie Polo? ¿Y de Hoot Gibson? ¡Como pasa el tiempo, amigo! Entonces me llamaba Frank Cooper, pero me cambie de nombre el día en que me llevaron preso, porque así se llamaba un asesino muy notario que mataba a sus victimas con un limpio pero certero hachazo. Papá quería mandarme a Inglaterra a aprender inglés, porque allá en Monstana, yo decía “yup” en lugar de “yes”  y “nope” en lugar de no. Pero yo no acepté y le solté a papá un sonoro “nope”. ¿Cómo iba a hacerlos si ya estaba ciegamente enamorado de Clara Bow? ¿Se acuerda de Clara Bow? Tenia cara de Colombina y sabía dorar bistecks. Pero yo podía hacer el Pierrot por mucho tiempo, porque tenia unas piernas muy largas y el vestido de arlequín no me gustaba naditita. Entonces llegó Lupe Vélez. Usted debe acordarse , por fuerza, de Lupe Vélez. Ella me decía: “Quisiera morir mientras me abrazas”. Y hacia todo lo posible por morirse y matarme al mismo tiempo. Yo era la estopa y ella la candela. Donde besaba dejaba un hoyo y donde abrazaba, moretones. Gritaba como un fonógrafo descompuesto que girase a 80 revoluciones en lugar de 78. Yo no tuve paciencia. Me enseñaron a contar hasta 10, pero siempre me quedaba en 6. Dos años al lado de Lupe eran como 30 al lado de cualquier otra mujer. Era un lago inextinguible de amor y de celos.  Y lo peor del caso era que sus dedos tenían, exactamente la medida de mi cuello. Después de ese tiempo yo estaba loco, sin nervios y sin consciencia. Caminaba como un poste eléctrico al que le hubieran dado vida, pero quitándole los alambres de la energía. Hui de Lupe y me vine a Italia. Pero ella me enseñó a querer fogosamente.

“Llegue a Italia y me metí a pintor. Me quedé en Venecia durante una larga temporada, ensayando a meter la luna en un pedazo de 45 x 30 de tela preparada. Un día Walter Wagner me llevó del cuello a Villa Madama, en Roma. Allí estaba el entonces Príncipe Umberto, el Duque de York, Bárbara Hutton que entonces  tomaba, solamente, leche y tostadas, y la condesa Déntice di Frasso que era la dueña de la casa. Ella poseía el don del tacto y hablaba con la gente tan sólo de aquello que a la gente interesaba. Walter le había dicho que yo conocía únicamente los caballos, ya que era un “cow boy” y, una tarde, en una fiesta, me llamó al patio e hizo desfilar ante mi, toda una caballería.  Se había procurado, Dios sabe dónde, un traje de hombre  de un típico “ranch” texano y una reata y me hizo montar sobre un bruto, el más bruto de todos los corceles que jamás haya conocido. Resistí  durante diez segundos y salí disparado por entre las crines del animal yendo a caer a una fuente. Todos rieron, pero la gracia me pareció de pésimo gusto.

“La Condesa me llevó con un sastre, me hizo probar casimires ingleses y obligó a su valet a que me enseñase la mejor forma de armar un nudo con corbatas de seda italiana, Me montó sobre un ojo un monóculo, me enseñó a respingar el dedo índice y a curvar el meñique cuando tomaba tazas y más tazas de té. Me enamoré de ella durante un viaje por el Mediterráneo, pero ella rehusó por ser una mujer casada. Contrito volví a América.

“Luciendo camisas de seda me enamoré de Verónica Balfe, una exigente debutante de Park Avenue. Rocky, como era llamada, era sobrina de Cedric Gibbons, el marido de Dolores del Rio. A ella la conocí en una fiesta y, súbitamente sentí el lanzazo de Cupido. Mi experiencia “mexicana”  era suficiente como para intentar una , pero Dolores no me hizo caso alguno. Volví con Rocky y sentí que era la mujer elegida. Nos casamos en 1933 y de nuestra unión nació María. Durante 18 años sostuvimos la leyenda  del “matrimonio feliz” y a ello contribuye el hecho de que mi esposa es católica y no cree en el divorcio. Otra vez estuve a punto de perder nuevamente la cabeza cuando conocí a Gisele Pascal. Pero mi mujer llegó muy a tiempo, con un “no” pendiente de sus labios y así, un poco forzadamente, pero he permanecido atado al indisoluble— a veces demasiado— lazo del matrimonio.

“En el amor es donde uno menos se siente viejo”—afirma 

Y continúa: “Quien lo dijera. A mis 59 años era suponible que tuviese paz. Y no hay tal. Me seduce mucho, por ejemplo, Anita Ekberg, pero, para mi mal acaba de casarse. Y es que el amor es algo se lleva en la sangre y se soporta por los huesos. Cuando su aliento escapa de nuestro liquido vital es éste se convierte en eso que ustedes llama “atole”. Amando se vive y sin amar se agoniza o se muere. Pero en el fondo soy feliz. Amo la casa y sus pequeños placeres y, sobre todas las cosas, amo a mi mujer, tan tolerante, que todo me lo perdona sin que jamás sus labios se abran para decirme frases de resentimiento. Cuando estoy de mal humor me pongo a pintar. Así olvido mis fracasados romances y, al poco tiempo encuentro gran gusto en aquella actividad que ha llegado a ser con el tiempo, mi mejor sedante y mi deporte favorito.  Pero no he progresado nada en tantos años. Si quiero representar un caballo me sale una refacción de camión Dodge y si me empeño mucho en bien dibujar a una señorita, es indudable que acabo por diseñar magníficamente una pata de mesa de billar. Pero como el “abstractismo” está de moda, siempre me salva. Mis cuadros tiene nombres superexistencialistas. Uno, por ejemplo, se llama

“Aquella mujer que tenía cara de asiento de bicicleta”, y otro es conocido por: “El triste collar café, hecho con huesos de almendra que me regalaste ayer”.

“Tienes razón la gente –termina- cuando dice que río tal sólo con la mitad de una sonrisa. Vea mis fotos y así es. Yo siento que lo hago con las dos mejillas pero una permanece impávida. Y es que conozco la vida. Y, ¿quién que la conozca, con sus fallidas ilusiones, puede reír de veras a diente abierto?

***

Gary Cooper ya anda en la tarde melancólica. Pero que es bravo nadie se lo disputa. ¿Y quiñen iba a negarle este título cuando Tom Mix, Hoot Gibson y Eddie Polo están bien muertos? Él es el último representante de aquellos legendarios “cow-boys” que realmente lo eran y que consideraban, muy solemnemente que su vida debería desenvolverse, desde una silla de montar, entre una mujer y una pistola. Porque, ¿qué “cow-boy” que se respete se pone una corbata, chaleco y pantalones que en la vida real y en los films sólo son apreciados por los “sheriffs” y los “villanos”? Y por tener que usarlos a toda hora, Gary Cooper pasa por la vida con ese aire melancólico que todos le conocemos.

*Texto publicado en la revista Siempre! el 31 de octubre de 1956 / #175