El primer pensamiento de un hombre honrado  cuando ve su existencia perturbada,

es comenzar una nueva vida. Goethe

Los severos movimientos telúricos registrados en el país y en su capital, abrieron la sísmica herida provocada en 1985, de cuyos escombros surgió, vigorosa, una profunda transformación sociopolítica que obligó a una oligarquía, enquistada en el poder político, a restituir a los capitalinos dignidad y toma de decisión.

El 19 de septiembre de 1985 es un día que se insertó en el imaginario colectivo de los capitalinos como fecha fundacional de la emergencia del poder popular integrado, gracias a la articulación de la pluralidad social, en torno al Movimiento Urbano y Popular; unidad que retó una maquinaria gubernamental que, ante su pasmo telúrico, demostró su profunda debilidad ideológica y social.

Treinta y dos años después, esa misma fuerza popular toma las riendas de la situación y exhibe a una clase política ausente de la desventura colectiva y tan perfectamente integrada a las doctrinas neoliberales que ve en la tragedia nichos de oportunidad de negocios inmobiliarios y un apetitoso agio electoral que le permita perpetuarse en el poder para seguir produciendo espacios de lucro a costa de la propia ciudad.

En la ciudad, los avances políticos provocados por los sismos de 1985 se dislocaron con la traición ebrardista de 2010 y la imposición de Mancera al cargo de jefe de Gobierno, lo que garantizó aplicación en fast track del neoliberalismo desmantelador del Estado de bienestar en aras de la bursatilización de la ciudad.

Hoy, a 32 años de distancia y en circunstancias similares, los capitalinos están políticamente mucho más preparados y son más críticos y exigentes, merced a los gobiernos del Ing. Cárdenas y del Lic. López Obrador, y están hartos de la corrupción imparable y del proceso gentrificador que agudizó la vulnerabilidad de la ciudad.

El egoísmo partidista y la mezquindad empresarial se enfrentan hoy a una sociedad reactiva y proactiva que exige en este momento no solo la reconstrucción de la ciudad en lo material, si no la reconstrucción política de su clase gobernante, a fin de que esta entienda que llegó el tiempo de la democracia directa y la participativa, en las que la comunidad marca las pautas a seguir y exige a los gobernantes el cumplimiento de los pactos sociales que de ellos emanen.

Esta actitud asertiva obliga a la sociedad política —y a parte del empresariado— a entender que es el momento de generar un gran acuerdo de concordia a favor de una ciudad comunitaria, un acuerdo que priorice al ser humano por sobre los negocios, que provoque una ciudad con sonrisa infantil y con cauce libertario al ímpetu juvenil; una ciudad convivencial, una ciudad en común que siempre se exprese en ese incluyente “nosotros”, el pueblo, la gente, la ciudadanía, por sobre el “yo” del autoritarismo.

Parafraseando a Goethe, ante cualquier perturbación, como hombres y mujeres honrados comencemos una nueva ciudad comunitaria.