Por José Natividad Rosales*

 

París, mayo de 1957. Lo cierto es que ahora, todo mundo que sale de España tiene gana irrefrenable de hablar. Es como si le hubiesen mantenido con un lazo en la garganta y de pronto, éste le fuese quitado, para poder soltar la represa que se lleva en el corazón.

Este hombre, quien nos habla ahora para SIEMPRE!, no hace metáfora alguna cuando afirma que ha trabajado excavando la tumba del General Franco. Él ha sido obrero del complejo monumental que albergará los huesos del “Caudillo” cuando éstos vayan a reposar al lado de los 200,000 caídos en la Guerra Civil. Serán, todos, huesos bien blancos, puesto que los de los “rojos” no han podido ser blanqueados por ninguna misericordia.

Este sepulturero nos salió al paso empujado por la casualidad. Nos lo encontramos en la Casa de México, en la Ciudad Universitaria de París y el hecho de que supiéramos de “su secreto” no le hizo ninguna gracia. Hubimos de convencerle que, con él o sin él,  Franco moriría y sería sepultado. “Pero lo que no deseo es que me entierre a mí, primero, ni a ninguno de mi familia”. Evadiendo sus temores —y a nuestra petición—, accedió “a declarar” algo, siempre que omitiésemos su nombre.

Luego se soltó hablando muy a la española. Desesperada, velozmente. “Usted tenga la seguridad—empezó diciendo—, que yo he visto cosas que asombrarán al mundo. Ya no son los tiempos de Julio II ni hay ningún Miguel Ángel por allí pero, sin embargo, la iglesia que se construye en el “Valle de los Caídos”  a 50 kilómetros de Madrid, será la más grande del mundo y sus medidas sobrepasarán a las de San Pedro, en el Vaticano. Tan gigante construcción fue proyectada por don Diego Méndez y sus alientos fueron secundados por el caudillo. Este planeó, desde hace 18 años, un monumento de este tipo, pero jamás ha dicho una sola palabra y todos creemos que porque quiere dar la obra terminada al pueblo español.

La tumba de Franco estará lista en junio. ¿Y el muerto, cuando?

La parte más importante del monumento estará lista para su consagración el próximo junio, así como una carretera recta que parte de aquella que liga a Madrid con la Coruña. La idea de construir un Memorial la tuvo Franco en 1939, casi al final de la guerra y se dice que el primero que conoció estos planes fue el General Moscardó, a quien Franco dijo que, lo primero que firmaría llegando al poder y pacificada la península, sería un decreto para construir un grandioso monumento que perpetuase la memoria de los Caídos. Los monjes benedictinos de la Abadía dieron su consentimiento para servir como mantenedores del lugar y entonces nació la “Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos”, cuyos fundamentos son: Edificar una esplendida Basílica donde se pudiese orar por los muertos en la guerra; impetrar, con esta obra la bendición divina sobre el mundo y sobre España y donar al pueblo español una obra que fuese el símbolo elocuente de lo que puede hacer un régimen clásico y poderoso.

La idea de la cruz gigante que se alza a 150 metros pudiendo ser vista a 50 kilómetros de distancia, fue del mismo Franco. Él eligió, también, el Valle, llamándole de los Caídos, en la Sierra de Guadarrama, que tantos recuerdos le trae. Escogió un sitio  en “Cuelgamuros” en donde se alza un imponente macizo rocoso, el que, visto de espaldas tiene la forma de un ábside y, por el frente, la de un “altar mayor” denominación que el pueblo le dio. “Sobre ese altar plantaremos la cruz—dijo Franco—, y, bajo ella, construiremos la Basílica mayor del mundo”.

Franco encargó un proyecto inicial a don Pedro Muguruza, director de la Escuela de Arquitectura, pero ni el suyo, ni los presentados por otros profesionales, satisfizo al Caudillo. Entonces llamó en su ayuda al Arq. Diego Méndez, arquitecto de la Casa Civil del Caudillo y Restaurador de los Palacios Reales. Este se puso a trabajar, dando forma a las ideas generales del Jefe del Estado y pronto tuvo listos los dibujos “hechos en grande para una gran idea”. Al día siguiente las perforadoras iniciaron su estruendoso trabajo.

Ahora ya casi todo está listo para que se inicien las peregrinaciones al santuario y para que se hagan los depósitos de los huesos, aun cuando muchos piensan que, los de Franco, todavía se retraen un poco a la idea de descansar allí hasta que la trompeta del Juicio llame a la resurrección de la carne. El monumento se inicia en pleno valle, con una gran escalinata que arriba a un aplaza, eso si, de dimensiones y monumentalidad menor que la de San Pedro, en Roma. Escondida por las altas rocas circundantes, se encuentra la fachada de la iglesia que es, en su mayor parte, subterránea.  La puerta pesa ella solamente 11 toneladas y todavía no está labrada pero, cuando lo esté, será un primor puesto que, se espera, superará a la famosa “Del paraíso” en Bautisterio de la Catedral de Florencia, obra de Ghiberti y bautizada así por Miguel Ángel. El portón gigante contendrá en cada uno de sus paneles un misterio del Rosario. Sobre el arco en donde se contiene, ya se ve una inmensa Piedad, realzada en bronce que tiene un cristo, yacente, luego de haber sido bajado de la Cruz y cuyo cuerpo tiene 11 metros de largo.

Mas arriba, en la coronación de la roca, en una veranda adecuada, se encuentran pequeñas capillas para el Viacrucis que se termina al pie de la gran Cruz. En la misma se encuentran colocados, ya, muchos altoparlantes, que difundirán por el valle, hasta muchos kilómetros de distancia, los coros y las plegarias.

Quien baje de nuevo a la Basílica y quiera penetrar en la misma, se topará, en lo alto de su muro, más arriba de la Piedad,  con la historia de España esculpida en grandes grupos: la heroica a la izquierda y la religiosa a la derecha. La impresión  que se tiene al entrar a la iglesia gigante es formidable. Toda ella es de mármol y su techo, de bóveda de cañón , está esculpido en forma de grandes cruces en los trabes.  La luz asciende hasta ellos desde las cornisas de los muros y por momento se tiene la impresión de que las cruces flotan en el cielo, aun cuando éste se encuentra muy arriba, cubierto todavía por miles de toneladas de roca. La cripta entera mide 300 metros y la iglesia 260, o sea 78 más que la colosal de San Pedro, en el Vaticano.

Todo se encuentra, ahora, en su fase final, como si fuese también una profecía que se estuviese cumpliendo para el régimen. Las grandes paredes se ven cubiertas por prodigiosos gobelinos traídos de la Residencia Real de la Granja, los cuales tienen terribles escenas del Apocalipsis. En la tremenda nave central, en donde algún día se escuchará el tremendo “Miserere” por Franco, se abren seis capillas laterales, cada una dedicada a las apariciones más renombradas de la Virgen María. El altar mayor está formado por una lápida de mármol rosa, de cinco metros de largo, colocado bajo una cúpula dorada, con mosaicos en los cuales  hay una verdadera fuga de Santos, casi todos españoles. Una figura de Cristo, bizantina, corona la composición.

Bajo el altar, directamente también bajo la cruz, reposará Franco y a su lado, 200,000 muertos, cuyos huesos serán depositados en pequeñas cajas. Los monjes que celebrarán los oficios  y cantarán los coros, podrán llegar a la Basílica por una galería subterránea que atravesará el Valle, puesto que , en el otro extremo, se encontrará un Monasterio, ahora casi concluido, donde ellos vivirán.

Un ascensor podrá llevar a los peregrinos curiosos a la cima de la cruz. Al pie de la misma se encuentran estatuas de los Evangelistas, altas de 18 metros y un poco más arriba las de las virtudes cardinales. El enorme símbolo, con sus 150 metros pesa 201, 720 toneladas y las estatuas citadas 20,000.

A medida que se acerca la fecha de la inauguración—prosigue nuestro informante— las precauciones se van haciendo menos formales—. Hubo tiempo que se trabajó completamente en secreto y estaba penado, casi con la vida, quien revelaba alguna cosa sobre los detalles de la construcción. En la misma han trabajado los “verticales” como nosotros llamábamos a los presos políticos, pero dejamos de llamarlos así cuando nos dijeron que era una irreverencia para los “caídos”.

Los monjes benedictinos que ocuparán el Convento, todavía no se encuentran en él, pero en Roma, ahora mismo, se terminan los arreglos con el Santo Padre y tan pronto éstos estén completos, los frailes ocuparán su nueva casa. ¿Y para los “caídos” del otro bando no habrá allí sitio alguno? —demandamos.

—Es que estos tienen una Basílica de recuerdo, hecha con piedras que no se desmoronan—finalizó.

Y alguien, que nos oía, dijo que tenía razón.

*Texto publicado el 22 de mayo de 1957 en la revista Siempre! #204