El Frente Ciudadano por México encarnó, de pronto, lo que hoy exigen muchos mexicanos: un cambio de régimen, el replanteamiento de un modelo nacional ya agotado.
Sus líderes, sin embargo, no están a la altura de la hazaña que ellos mismos diseñaron. Su avidez por el poder, el enanismo moral, ha comenzado a matar los ideales y el objetivo de un proyecto que, en teoría, debería ser revolucionario.
Cuando los dirigentes del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano decidieron crear el Frente Ciudadano por México no se dieron cuenta de algo: que el éxito de su empresa debía tener como premisa renunciar, de ante mano, a ocupar un cargo.
Pretender ser el constructor de un régimen que acabe —como lo ha señalado Dante Delgado— con la presidencia imperial y al mismo tiempo perseguir febrilmente, como lo hace Ricardo Anaya, la candidatura a la Presidencia de la República, no solo es incoherente, es un acto suicida. Equivale a poner dinamita bajo los puentes. Tan andan distraídos sus dirigentes disputándose el poder que están entrampados en la selección de un método que les permita imponer candidato.
Al margen, y en el olvido, han dejado lo fundamental: explicar lo que significa un cambio de régimen y decir qué puede ganar, con ello, cada mexicano.
Hay una cosa más, de la que no han hablado los dirigentes del Frente Ciudadano por México: el perfil del candidato. Tiene que corresponder, representar, hacer posible, los objetivos de la alianza.
Si la pretensión es ir por un gobierno de coalición, donde el poder quede distribuido entre las distintas fuerzas políticas involucradas, en el que la vocación, capacidad de negociación y búsqueda de acuerdos va a ser estratégica, el candidato no puede ser un político con aires de Mussolini.
El presidente del primer gobierno de coalición no puede ser un político con tácticas de un autócrata, como lo es Anaya, y tampoco quien haya gobernado con las prácticas y los vicios más oscuros del viejo régimen.
Más todavía, el Frente Ciudadano por México tendría que hacer honor a su nombre. Si efectivamente es ciudadano, como lo indica su registro, entonces, lo peor que podría ocurrirle es que el candidato a la presidencia fuera el dirigente o militante de un partido político.
No hay claridad en los objetivos. ¿Qué busca el Frente Ciudadano por México? ¿Hacer historia o ser comparsa? ¿Encabezar un cambio o formar parte de la simulación?
Tal vez tendría que comenzar por explicar por qué llama ciudadano a un movimiento que está atado a los intereses de los partidos que lo integran.
Tampoco se ve claro que el frente PAN-PRD-MC esté convencido de combatir, como originalmente dijo, el autoritarismo. No hay discursos, hechos, que así lo acrediten.
Ha sido tibio, por decirlo lo menos, en contrastar el caudillismo, el “retro fascismo” lopezobradorista con una propuesta que, al menos en teoría, busca democratizar el poder.
¿A qué le apuesta el Frente Ciudadano por México?
Su desaparición representaría, sin duda, una victoria para Morena y el PRI. Un engaño, para quienes creyeron en él.

