Por Jorge Alonso Espíritu

 

Al habitar llegamos solamente por medio del construir, opinaba el filósofo alemán Martin Heidegger. Habitar la casa, la ciudad, es construirlas y construir a su nombre.

René Velázquez de León habita en la forma que el filosofo proponía. Habita como quien construye. Su casa se extiende por el barrio: Tacuba. El habitante no ignora su entorno, lo vive, lo disecciona, lo retrata y va más allá: lo vuelve a construir. A través del diseño, de la imagen y de las palabras recrea su lugar y le edifica un altar laico. El Altar Tacuba.

En el nuevo libro de Producciones el Salario del Miedo, René Velázquez pasa del diseño a las letras. El creador del emblemático diseño de la editorial y de proyectos como Moho y Nitro Press, crea una serie de viñetas que deambulan entre el relato, el ensayo literario y la crónica, el sello de la casa editora.

Cada relato corto -o murmullo, como los define Guillermo Fadanelli en el prólogo- es un vistazo al barrio, aunque no siempre hable de él. La materia prima es la ciudad. La herramienta primordial no son las letras sino los zapatos. El hombre retrata porque camina. La locomoción produce recuerdos.

La ciudad es entrañable, no por bella sino por caótica. Un epígrafe introduce los relatos del libro. Una frase del maestro del horror H.P. Lovecraft: “El hombre que conoce la verdad está más allá del bien y del mal. El hombre que conoce la verdad ha comprendido que la ilusión es la realidad única y que la sustancia es la gran impostora”.

Recorriendo las páginas como calles, pasamos del horror a la alegría, de la algarabía al desasosiego, de la solemnidad al sinsentido, para encontrarnos con la basura, los puestos ambulantes, un hipopótamo y un maestro zen, elementos que a pesar de estar fuera de lugar en la urbe, no sorprenderían tanto en la desquiciante Ciudad de México.

Pero el autor de Altar Tacuba es optimista. Si todo existe en la ciudad, también lo hace la dignidad y la alegría. Donde florece la mugre también crece la esperanza. La nostalgia sirve entonces para crear una ciudad nueva. Y el registro de la memoria, para no olvidar lo que fuimos, para saber lo que queremos ser.

-Eres reconocido por ser el diseñador de Producciones el Salario del Miedo y Moho, y por tu participación en proyectos como Nitro Press, siempre desde la gráfica. ¿Cuál es tu relación con la escritura?

Siempre, desde muy pequeño, ha sido complicado para mí definirme y definir que soy. Te puedo decir que soy curioso por naturaleza. Cuando estudié la vocacional, en el politécnico, tenía que haber ido a estudiar informática, pero estaba tomando la decisión entre fisicomatemáticas y diseño gráfico. Ese era el rango de mis aspiraciones. Al final opté por el diseño gráfico. Trabajé haciendo animación por computadora para Televisa por tres años, y me di cuenta que no era lo mío. Entonces conocí a Juan Manuel Servín, mi editor, y empezamos a trabajar juntos; yo tenía como 25 años. Hicimos una revista en forma de tabloide que se llamó A sangre fría. Y conocí a una serie de amigos como Mauricio Bares, con quien fundamos Nitro Press y a Guillermo Fadanelli, de editorial Moho. En el momento de hacer algo no me planteo si estoy haciendo una u otra cosa; me gusta la fotografía y el diseño. Y también por azares del destino – y de decisiones- la mayoría de mis amigos son escritores. La manera de asumir el trabajo literario me parece muy parecido a la del trabajo visual. Son diferentes tensiones pero al final de cuentas hablan de lo que es uno mismo.

-Uno de los temas principales es el barrio. ¿Cómo es tu relación con él?

Muy cercana. El barrio de Tacuba es el barrio que lleva marcado mi familia, desde hace 80 años. Mi padre nació allí, y toda mi vida he vivido en esa parte de la ciudad. Estudié en una primaria que hoy está devorada por el ambulantaje. El que no conoce Tacuba, pero ha pasado por sus calles, nunca la ve porque está escondida entre toneladas de basura espiritual y material. Pero siempre me ha parecido fascinante la relación que tienen los habitantes con su entorno. Tenía amigos que eran boleros, que pedían dinero… siempre me he considerado del barrio. Me parece que no hay suficientes relatos o narrativas que hablen de estos lugares periféricos. Ahora parecería que la Ciudad de México es la Condesa, la Roma, Polanco y párale de contar. Casi casi podemos decir que “más allá de la Roma todo es Cuautitlán”. Me interesaba la idea de retomar un barrio no conocido y que a mucha gente le da miedo.

-En tu relato “Tenochtitlán”, te refieres a una paradoja de la ciudad, y es que todos quisieran irse, pero cada vez hay más personas. ¿Qué es lo que nos atrae de la Ciudad de México?

Algo que se me hace muy interesante, y que me gusta de mi libro, es el tema de la raíz. Tengo amigos que viven en Canadá, en Estados Unidos, ciudades muy desarrolladas. Ellos están muy contentos, pero añoran su país y su ciudad. La ciudad la vives, la padeces, pero la amas, es inevitable. Cualquier persona de cualquier ciudad seguramente sentirá eso. Yo soy crítico de las personas que salen de su ciudad y luego no quieren saber de ella. Me parece que el lugar de donde somos siempre va a estar detrás de nosotros, lo queramos o no. Tienes que cargar con la ciudad de donde eres. Es posible que mañana me muera lejos, pero me voy a ir con el barrio.

-En ocasiones, al leer el libro, pasamos de la solemnidad al absurdo. ¿Es un reflejo de tu personalidad, de la personalidad de la ciudad?

Sí, claro, sin lugar a dudas, no solo de la ciudad, de la vida. Uno tiene capacidad de poderse mover entre rasgos de tristeza y felicidad. Mi amigo Carlos Jaurena, que es pintor, me decía que es un libro oscuro, que había hecho un libro un poco triste, porque sí hay un dejo de nostalgia. Pero también es la reivindicación de la nostalgia.

-En Altar Tacuba describes la superposición caótica de elementos del paisaje. Toda la ciudad se repite en cada barrio. ¿Podemos liberarnos de ello?

Sí, claro que es posible. Yo soy optimista, tengo una hija de 16 años y creo que la ciudad de México la va a hacer y va a salir adelante, más allá del pesimismo que uno pueda tener a veces. No voy a caer en el cliché de hablar de nuestros políticos malos, etcétera, porque eso es una manera poco responsable de, como sociedad, echarle la culpa a alguien más. Habría que entender las dinámicas de la ciudad, porque como hay dinámicas negativas, también hay dinámicas positivas, incluso dentro de la miseria. Uno ve cosas que son milagros. El espíritu humano va mas allá de lo material y lo vivimos el 19 de septiembre, en el temblor.

-¿Qué tanto del altar que con tu libro construyes alrededor del barrio, es parte de un altar a la memoria de tu padre?

Creo que todo. Mi padre no nos dejó un solo centavo, pero nos dejó el amor por los libros, por la lectura y por la cultura. Otra característica de mi padre es que era un gran conversador y además su dignidad: era una persona digna y honorable. El primer y el último cuento del libro tienen que ver con mi posición ante él. El texto final es la muerte del padre. Aunque el libro son muchas historias, todo queda dentro de ese par de ideas.