Madrid.- El fútbol no es en absoluto un deporte, salvo por lo que hace al de los equipos aficionados. Tampoco es espectáculo, de lo contrario todos habríamos sido del Barça de Cruyff y Guardiola. El fútbol es pasión y, como todos los sentimientos del alma, a menudo un sustituto para cuando tiembla el estado de ánimo. Lo puso de manifiesto de forma bien diáfana el expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, cuando desde su refugio belga se consoló con la victoria del Girona sobre el Real Madrid. Y pasiones hay de todo tipo pero las del fútbol toman un camino bien fácil de identificar. A los aficionados más feroces británicos, a los ingleses al menos —que fueron los inventores del asunto—, se les llama hooligans, palabra que en su primera acepción significa liante, violento, rufián. En España están los ultrasur del Real Madrid o, siguiendo quizá la misma estela, los ultraculés del Barça.

Hay gente, mucha gente, que se emociona cuando su equipo de fútbol gana, e incluso cuando no lo hace. Viva el Betis aunque pierda decimos en España para dejar claro de qué se trata aunque jamás se inventó fórmula más poética que la del niño del anuncio del Atlético de Madrid que, cuando bajó a la segunda división, le preguntaba a su padre: “Papá, ¿por qué somos del Atleti?” La respuesta era innecesaria, claro. Pero quizá nada exprese mejor las emociones del fútbol que la actitud de los seguidores más apasionados, los culés que prefieren que pierda el Real Madrid a que gane el Barça y viceversa.

cartas desde Europa

Aunque, para pasiones ligadas al fútbol, las de Italia. Se trata de un país que, como se sabe, cuenta con un suspiro de tiempo histórico como patria y, ya sea pese a ello o en virtud de su aún infancia, comparte sentimientos nacionalistas bien arraigados. En los diccionarios, cuando se entra con el término aplicado a los hinchas del equipo nacional italiano, tifosi, aparece como significado el de ventilador, y cualquiera sabe cómo se produjo el traslado semántico desde un aparato que da vueltas al griterío de forza Italia. De ahí que la ausencia de la Azzurra del próximo mundial, el que iba a ser el sexto de su capitán y emblema mayor, el portero Buffon, se entienda como un drama.

Mi mujer, Cristina, y yo acabamos de volver de Bolonia, ciudad que podría pasar con toda justicia por la capital de Europa. Desde los edificios medievales y renacentistas al tráfico tranquilo, con las bicicletas como mejor opción, Italia destila sabiduría y calidad de vida que destaca incluso por encima de la cercana, monumental y, ¡ay!, tumultuosa Florencia, desbordante de turistas incluso en el mes de noviembre. En Bolonia nació, mal que bien — tirando a mal, tal y como lo hemos entendido nosotros— el espacio universitario europeo. En la universidad de Bolonia, el archigimnasio aún hoy, estudiaron nada menos que Pico della Mirandola, Petrarca y Dante Alighieri.

En la víspera del partido Italia-Suecia que apeó a los tifosi del mundial, Bolonia no vivía demasiadas pasiones ligadas al fútbol. Tal vez sea que allí no necesiten placebos desesperados a la hora de buscar refugio.