En los últimos días, conforme nos acercamos a la celebración la Ciudad de México ha comenzado a ser inundada de esqueletos, calaveras, catrinas de papier mâché y flores de cempasúchil propios del Día de Muertos que compiten desventajosamente con brujas, calabazas y juguetes animados que emiten grotescas risas anunciando la cercanía del Halloween.

Algunos, a quienes asiste algo de razón, afirman que es una muestra de la transculturización que avasalla nuestras costumbres y creencias, que es una muestra de la lenta pero inexorable prevalencia de la cultura anglosajona, específicamente norteamericana, sobre la cultura mexicana.

En realidad es una celebración milenaria con diversas manifestaciones culturales y, en el caso nuestro, es producto de un sincretismo de nuestras culturas originarias al fundirse sus ritos y celebraciones en torno a la muerte con las prácticas de la cultura y religión hispánica.

La celebración del Día de Muertos en nuestro país es una tradición popular en la que se fusionan los rituales prehispánicos en los que los antiguos pueblos celebraban los términos de los ciclos agrícolas y las cosechas se utilizaban como ofrendas. En esas antiguas culturas, la muerte y su expresión en los cráneos descarnados tenían una connotación singular. Los tzompantlis mexicas son una muestra clara.

El origen más antiguo de la celebración hay que rastrearlo hasta la antigua cultura celta 300 a. C., en la cual igualmente en ocasión de las cosechas, al final del ciclo agrícola, los druidas —sacerdotes y dirigentes— celebraban una festividad conocida como Samhain que daba inicio a un nuevo año celta, ocasión que creían que estrechaba la delgada línea que une este mundo con el otro, en el cual moran los espíritus de los muertos. Por ello preparaban ofrendas para agradar a los benévolos  y máscaras para espantar a los malvados. Apagaban los fuegos y en cada hogar se encendían nuevas hogueras.

La posterior dominación romana del mundo conocido al conquistar las tierras que habitaban los celtas asimiló esta festividad y la fundieron, haciéndola coincidir con la que celebraban los romanos en honor de Pomona, diosa de los árboles frutales, para festejar la “fiesta de la cosecha”. Andando el tiempo, al aceptar la religión cristiana como oficial la cultura romana, incorporó diversas festividades paganas, entre otras las de Navidad, y las hicieron coincidir con las festividades cristianas, como sucedió con la  del  “Día de Todos los Santos” en tiempos de los papas Gregorio III y IV (731- 844), y que llegó a México por la dominación española.

En el caso del  Halloween, contracción de “All Hallows Eve”  o “víspera de Todos los Santos”, igualmente encuentra sus raíces en la tradición céltica; también se le conoce como noche de brujas o noche de difuntos. Las características principales de su actual celebración pueden encontrarse en las tradiciones irlandesas que llegaron  a  Estados Unidos junto con la gran migración de 1840 motivada por la gran hambruna que sufrió ese año Irlanda.

La práctica más popular de esta festividad, además de las fiestas de disfraces, lo constituye el truco o trato (trick or treat), que consiste en la petición de los niños de dulces o susto cuando acuden a las casas  de los vecinos a solicitarlos, a cambio de un trato de no asustarlos o hacerles daño, rememorando la tradición de que a los espíritus había que realizarles una ofrenda cuando se presentaban en esta fecha, en la cual vagaban libremente por los caminos con una vela insertada en un nabo, que ahora ha sido sustituido por una calabaza. Esta práctica, en especial, en el altiplano mexicano ha degenerado en la pedida de “mi calaverita” por parte de los niños que abordan a transeúntes o vehículos para solicitar dinero, ya no dulces.

El hecho es que, en casi todo el mundo occidental se celebra esta fecha. En México pese a todo, se mantiene la celebración con sus particulares connotaciones, como la de los muertos chicos, esto es, la remembranza de los niños muertos que celebramos el día primero y el de los muertos grandes al día siguiente. Seguimos preparando los altares de muertos en los cuales se coloca la comida y bebida que gustaban los difuntos y se adornan con calaveras y cempasúchil. Otra tradición mexicanísima que conservamos son las “calaveras”, versos octosílabos jocosos en que predominan alusiones a” la pelona”, a “la flaca” o la “huesuda”, al referirse a la muerte. Los mexicanos sin duda mantendremos nuestra irónica y  jactanciosa cercanía con la muerte.