Hace dos años murió el escritor Ryuzo Saki (treinta y uno de octubre de dos mil quince), fue un gran escritor japonés que a través de sus obras nos presentó los conflictos entre la vida y la muerte que padecemos los seres humanos: el instinto de conservación, la ilusión ante la aparente invulnerabilidad de nuestra individualidad, y apego a la existencia. Para lograrlo Ryuzo Saki escribió obras de no ficción, para apegarse a la “realidad” asiática, basadas en crímenes y juicios. Lo hizo así para retratar la muerte como una característica de la vida, que además todos la percibimos, pero que inconscientemente rechazamos por el simple hecho de conservación, rechazamos ser mortales, porque intentamos olvidar que somos seres transitorios a través de todas nuestras actividades que nos dan una efímera eternidad que a la vez nos lleva a ser individuos que creemos que no nos va a pasar lo que les ha pasado a otros, sí, es como si nuestra conciencia tratara de ignorar que somos semejantes para convertirnos en seres temporalmente eternos. Nos sucede cuando fijamos nuestra atención en la trama de una película o de una noticia como la que escribió detalladamente Saki: el ataque con gas sarín en el Metro de Tokio en mil novecientos noventa y cinco, perpetrado por una secta llamada “Verdad Suprema”, donde la muerte se hace presente para justificar en cierta forma la idea del poeta Paul Valéry: “La vida es una especie de forma que únicamente existe en movimiento, levanta la materia, y la abandona en desechos y cadáveres”. Ryuzo Saki en su novela La venganza es mía, nos muestra el apego que tenemos hacia la existencia, como un conflicto entre la vida y la muerte, porque no aceptamos a la naturaleza como un mecanismo de regulación para producir y aniquilar seres vivientes. Y parte de la naturaleza humana es tratar de conservar la vida, existir, olvidando inconscientemente que se “tiene que morir para producir un cambio en el universo”, tal como dijo Valéry.

Ryuzo Saki buscó a través de toda su obra cómo entender cuál es el “verdadero” sentido de nuestra vida. Y para él, podemos decir que definía la vida como “una propiedad que se puede anular mediante ciertos actos”.