En 1963 no habían nacido casi las dos terceras partes de los mexicanos de hoy, por eso algunos aprovecharon la “desclasificación” de los documentos sobre el asesinato de John F. Kennedy, reservados por más de medio siglo, para montar una telaraña de alocadas hipótesis y especulaciones. Liberaron a la loca de la casa: la imaginación.

Todas las teorías manejadas en días pasados cometen el pecado capital para cualquier aficionado a la historia, no digamos para un historiador: valorar los hechos de hace medio siglo sin tomar en cuenta las circunstancias de aquel momento.

Eran los años de la Guerra Fría. El magnicidio ocurrió el 23 de noviembre de 1963, apenas un año después de la llamada crisis de los misiles, la cual estalló al descubrir Estados Unidos que la Unión Soviética instalaba en Cuba misiles con ojivas nucleares de corto y mediano alcance que amenazaban el corazón de la Unión Americana.

Durante casi una semana el mundo estuvo a punto de una conflagración nuclear, pero al fin se resolvió mediante un acuerdo entre el presidente Kennedy y el líder soviético Nikita Kruschev. La URSS retiró los misiles de Cuba, y Estados Unidos retiró algunos desplegados en Turquía y se comprometió a no invadir Cuba.

Sin embargo, el arreglo diplomático provocó el disgusto del gobierno cubano, pues algunos de sus dirigentes, para asegurarse la sobrevivencia del régimen, estaban dispuestos a que estallara un conflicto nuclear. Les indignó el arreglo entre Kruschev y Kennedy, porque fueron mantenidos al margen de la negociación.

En ese clima de desencuentros de la llamada Guerra Fría ocurrió el asesinato de Kennedy. Los norteamericanos voltearon de inmediato a la URSS y a Cuba, sospechando que hubieran instigado el magnicidio.

México, en esos años, era un hervidero de agentes de inteligencia norteamericanos, soviéticos, cubanos, ingleses y de toda nación interesada en operar desde aquí, porque el gobierno mexicano fue el único de Latinoamérica que rechazó la presión norteamericana y no rompió relaciones con el gobierno castrista. Era, pues, una conveniente vía de comunicación con Cuba, en todos sentidos.

Por eso es una patética ligereza que algunos hayan hablado en los últimos días de sumisión del gobierno mexicano a los dictados de la CIA en los días posteriores al magnicidio.

Los norteamericanos estaban en pie de guerra. Un estado de ánimo similar al provocado por el atentado del 11 de septiembre, cuando fueron derrumbadas las Torres Gemelas y un avión se estrelló contra el edificio del Pentágono.

Habían asesinado a Kennedy. ¿Qué gobierno de Occidente le habría negado a Estados Unidos su colaboración en la investigación de lo ocurrido? Ninguno.

Por eso afirmo que son tonterías lo dicho esta semana. Se capitaliza en que la mayoría de los mexicanos de 2017 ni siquiera habían nacido en 1963.

Creen remover rescoldos y solo remueven las cenizas que forman el pasado, según el epígrafe de estas líneas.

jfonseca@cafepolitico.com