El reconocido teólogo suizo Hans Küng (Sursee, 1928), que por sus conocimientos teologales formó parte como perito en el Concilio Vaticano II –pero que en el año 1979 el Papa del momento le quitó la licencia para ejercer como catedrático de teología–, en 1982 llegó a la conclusión de que “No  habrá paz entre las naciones/  sin paz entre las religiones./ No habrá paz entre las religiones/ sin diálogo entre las religiones”, tras una serie de lecciones que dictó sobre cristianismo e islam en la Universidad de Tubinga (1447), Alemania,  que dieron origen a su libro sobre El Islam, cuyos antecedentes surgieron de unas frases programáticas pergeñadas por él mismo con vistas a un cambio global de conciencia, del que puede depender la supervivencia de la especie humana.

La historia del conflicto del Oriente Medio ya es un viejo asunto de primera plana en los medios de comunicación. En la obra citada de Hans Küng, el autor explica: “La enemistad de musulmanes y judíos no es fruto de ninguna fatalidad inscrita en la historia de las religiones. En muchos aspectos, judíos y musulmanes se hallan más cerca unos de otros de lo que cualquiera de los dos pueda estarlo del cristianismo…el profundo antagonismo entre (ellos) no surge hasta el siglo XX y no tiene que ver en primer lugar con la religión, sino con el conflicto político de Oriente Medio entre israelíes y palestinos, entre israelíes y árabes. Por eso, si no se da una solución a este conflicto político, la relación entre judíos y musulmanes no podrá mejorar de manera sustancial”.  Esta es la visión del teólogo que comparto plenamente.

El problema se remonta al siglo XIX, dice Küng: “mucho antes de que los esfuerzos nacionalistas árabes se organicen en un movimiento panarabista, surge un movimiento nacionalista judío: el sionismo político. El cual (pese a todo tipo de resistencias) consigue establecer en el siglo XX –en el territorio histórico del pueblo de Israel que en los siglos VII y VIII se convirtieron en morada de los árabes–, no sólo un “Hogar Judío” (Declaración de Arthur Balfour, ministro del Foreing Office británico en 1917), sino un verdadero Estado Judío (Eretz Israel)” en 1948.

Como es sabido por todos, todavía hoy el Estado de Israel se encuentra a 69 años de su fundación –por disposición de la Organización de Naciones Unidas, después de la IIGM y del horripilante Holocausto cometido por el régimen nazi y sus compinches–, en el centro de tremendas controversias y de derramamiento de sangre (de todos los bandos en pugna): la política entre israelíes y árabes y la religiosa entre judíos, cristianos y musulmanes. Por lo mismo, tanto antes como ahora, el Estado de Israel constituye un reto político y teológico de primer orden. Todos deben ser conscientes de esto si se quiere contribuir a la paz en aquella agitada zona del mundo.

Bien dice Küng que “sólo se alcanzará una paz real y duradera si –amén de que todas las partes busquen desde fuera una solución diplomática– desde dentro, y en un plano más profundo, se logra un entendimiento político, ético y religioso”. La coincidencia es unánime: “de ninguna manera puede seguir siendo Oriente Próximo un símbolo de fanatismo político, pasiones nacionalistas y bloqueos religiosos”.

De ahí la importancia de recordar los 100 años de la histórica “Declaración”. El viernes 2  de noviembre de 1917, el jefe de la diplomacia británica, lord Arthur Balfour firmó un breve texto, de 67 palabras, que abrió el camino para la creación del Estado de Israel. Un acontecimiento celebrado por los israelíes y repudiado por  los palestinos.

La carta abierta está dirigida a Lord Lionel Walter Rothschild (1863-1937), líder de la comunidad judía británica y financiero del movimiento sionista. A la letra, el documento empieza: “Dear Lord Rothschild: I have much pleasure in conveying to you, on behalf of His Majesty´s goverment, the following declaration…” (“Querido Lord Rothschild, tengo el mayor placer de comunicarle de parte del gobierno de su Majestad, la siguiente declaración, simpatizando con las aspiraciones judías sionistas, declaración que, sometida al gabinete, fue aprobada por él: “El gobierno de Su Majestad considera favorablemente el establecimiento en Palestina de un Hogar nacional para el pueblo judío y dedicará todos sus esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, siendo claramente entendido que nada se hará para lesionar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que existan en Palestina, ni de los derechos y del estatuto político que dispongan los judíos en cualquier otro país. Usted estará obligado a llevar esta declaración al conocimiento de la Federación sionista…”

Los contrarios del comunicado británico aseguran que hace cien años el ministro Balfour decidió expoliar un país de su tierra para dársela a individuos que en su mayoría no nacieron en Palestina sino en Europa Central. Como fue el caso del ideólogo del sionismo Théodore Herzl, periodista húngaro como también lo era Vladimir (mejor conocido por su nombre hebreo, Zeev) Jabotinsky y de muchos dirigentes israelíes que en gran parte eran ashkenazim posiblemente de origen ruso, ucraniano, moldavos que formaron parte del reino de Jazaria que, como se sabe, su rey Bulán se convirtió al judaísmo, evento relatado por el periodista, novelista, de origen judío, Arthur Koeslter en su libro La décima tercera tribu de Israel. Los contrarios de Israel, dicen que la Declaración de Balfour sería el debut de la mayor catástrofe del pueblo nativo de Palestina.

Los poderosos del momento –sobre todo los británicos que todavía no perdían la mayor parte de su Imperio–, jugaban con los dos bandos para asegurarse el control territorial de Tierra Santa. Londres necesitaba garantizarse el control del Canal de Suez para mantener  sus vías de comunicación con sus colonias asiáticas. Judíos y árabes eran peones en la política colonial británica. Lo que se comprueba con el estudio de la correspondencia del alto comisionado en Egipto, Henry McMahon, con el jerife de La Meca, Husein Bin Alí, a quien el enviado inglés prometió la independencia si apoyaba a los aliados contra el Imperio Otomano que por entonces ya no se encontraba en sus mejores momentos.

Entonces surgió otro mito histórico. Llevó a su servicio, como asesor al oficial de inteligencia Thomas Edward Lawrence, el ahora famoso Lawrence de Arabia, inmortalizado en la segunda mitad del siglo XX (1962), con el filme del mismo nombre, protagonizado por el inglés Peter O´Toole. Verdadera hazaña fílmica que todavía admira a los cinéfilos. T. E. Lawrence fue un arqueólogo y escritor británico (Tremadoc, Gales. 16 de agosto de 1888-Bovington Camp, Dorset, Inglaterra, 14 de mayo de 1936, en un accidente de motocicleta), cuyo último libro, The Seven Pillars of Wisdom (Los siete pilares de la sabiduría), es una obra autobiográfica en la que relata sus correrías como oficial de enlace entre ingleses y la rebelión árabe.

El documento de Balfour hizo que todo mundo, hasta la fecha, se entere de que Palestina existe pero no para todos. La declaración sirvió para varios objetivos. Sobre todo para que los ofrecimientos británicos hechos a los dirigentes del Oriente Medio llegaran a su fin. El sueño de crear un gran Estado árabe independiente terminaría de una vez por todas. Por el contrario, el concepto de un Estado judío –que posteriormente sería Eretz Israel— adquirió legitimidad internacional por medio de la Sociedad de Naciones, y posteriormente por la Organización de Naciones Unidas (ONU), cuya Asamblea General dispondría la creación de Israel en 1948. El hecho es que el sionismo logró su objetivo: fundar el Estado judío. El movimiento logró restablecer una patria “segura” en la tierra de Israel, la “tierra prometida” a Abraham y a Moisés. No obstante, la redacción de la declaración británica no era precisa, la palabra “hogar” es ambigua, en lugar de “Estado”, por lo que muchos la rechazan pues no tiene significado en el derecho internacional.

Yacov Rabkin, catedrático de historia en la Universidad de Montreal, Canadá, en su análisis sobre la citada declaración, cuenta que Leopold Amery, secretario del gabinete de guerra en 1917-1918, uno de los redactores de la carta dirigida a Rotschild, declaró en su testimonio bajo juramento tres décadas más tarde ante la comisión anglo-estadounidense que “todos los que estuvieron implicados en la Declaración de Balfour comprendieron que la frase ‘el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío’ quería decir que Palestina se convertiría en una república o Estado judío”.

En fin, el Estado de Israel es una realidad. Aunque muchos no lo acepten. Ahora, Palestina sigue esperando que le llegue su “Declaración” para fundar su Estado Palestino. Que no sea dentro de cien años. VALE.