Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

La Revolución Mexicana es el acontecimiento histórico más trascendental en la vida actual de  nuestro país. No solo se trata de la cercanía temporal, sino de  un fenómeno de extraordinaria complejidad que fincó su importancia en cuanto a la formación ideológica, política, cultural y estructural de las instituciones y los modelos sociales que rigen actualmente la dinámica social mexicana.  De este hecho resulta la gran vertiente de factores y personajes que pueden analizarse para comprender tan significativa corriente de estudio.

Carmen Sáez, doctora en filosofía por la Universidad de Oxford y especialista en el tema, conversó en exclusiva para Siempre! acerca de su visión sobre los antecedentes que llevaron al estallido de los diferentes movimientos armados, sus personajes más significativos y el legado del conflicto.

En principio —dice la también catedrática de la UNAM— es fundamental entender cuáles fueron las contradicciones de la dictadura porfirista que van a acabar en un movimiento revolucionario. Siguiente, analizar cómo se formaron dentro de la oligarquía porfirista dos grandes grupos: los Científicos que son liderados por el secretario de Hacienda, José Yves Limantour, y los reyistas, representados por el entonces gobernador de Nuevo León, Bernardo Reyes. Ambos grupos representan dos tipos de oligarquías sumamente diferentes.

“Por un lado, el grupo de los Científicos pretendió modernizar la dictadura mediante diferentes mecanismos, como la creación de la unión liberal que chocaba con los elementos esenciales del reyismo, mucho más apegados a la tradición porfirista”.

Asevera que ambos grupos comenzaron a enfrentarse en aras de una posible sucesión de Porfirio Díaz a finales del siglo XIX. Aunque era claro que Díaz había llevado a cabo diferente acciones, como las reformas constitucionales que le permitían reelegirse, incluso aumentando el periodo presidencial a seis años: “con Porfirio Díaz se da el primer sexenio”, apunta.

En dicha confrontación, señala Sáez, se presentan diferentes momentos y dinámicas que influyeron de manera activa en la división de la elite porfirista, que en muchos sentidos es responsable de abrir las brechas para que aparezcan personajes como Francisco I. Madero y le respalden lideres que se encuentran confrontando las problemáticas económicas y políticas en diferentes zonas del país.

“Uno de los aceleradores de la segmentación política fue la corrupción, esto se expresa en el hecho de que Limantour, con un grupo conocido como el «carro completo», la monopolizara en el gobierno mediante las licitaciones y a través de cinco personajes específicos: el propio Limantour, Rosendo Pineda, Pablo Macedo, Roberto Núñez y Joaquín Casasús”.

Además de ello, el grupo científico, si bien era modernizador, trata de asfixiar paulatinamente el sistema, uniendo poder político con poder económico, es decir, cuando los grandes empresarios monopolistas de los estados comienzan a ocupar gubernaturas, como el caso de Yucatán con Olegario Molina. El grupo reyista comienza a entrar en fricciones cada vez más constantes con los científicos.

“Mientras que la política seguía siendo un privilegio de estrechas camarillas nacionales y locales, los científicos prosperaban; sin embargo, a medida que el asunto de la sucesión empezó a agitar el ámbito político de la nación, y nuevos movimientos irrumpieron en la escena política, los científicos sucumbían. El camino estaba trazado, Díaz marcó el rumbo para la búsqueda de una sociedad sólida, por lo menos tuvo entre sus manos un bosquejo sencillo de nación”.

Madero, con poder pero sin experiencia política

El conflicto entre ambos grupos se vuelve mucho más contundente cuando Porfirio Díaz, a petición de Limantour, quien requería una garantía política para recibir créditos financieros del extranjero, crea la vicepresidencia de la república; aquí surge la figura de Madero, aunque él no busca la vicepresidencia, sino la presidencia, explica Sáez.

“Todos los grupos sabían que don Porfirio no iba a durar en el sexenio —de hecho no duró porque murió en junio de 1915—, por ello era fundamental controlar la vicepresidencia de la republica para garantizar heredar el poder frente a la última reelección de don Porfirio, entonces aparece Francisco I. Madero, un hombre con gran poder, pero sin ninguna experiencia política”.

Era un hombre que provenía de una familia, la más rica de Coahuila —según lo describe Sáez—, que inicia su carrera política con una candidatura fallida en el municipio en donde residía, de ahí que decide escribir el libro La sucesión presidencial en 1910, en donde nos bosqueja la situación por la que cruzó el México de aquella época, describiendo la forma de gobierno, la corrupción, el estado de la dictadura del general Porfirio Díaz, así como los caminos en que México, con el Partido Antirreleccionista a la cabeza, se habría de enfrentar en la defensa de la incipiente democracia.

“El libro esta en contra del militarismo, Madero dice que el país se tiene que preparar, empezando con una organización de partidos políticos, porque de no ser así podría caer el poder en manos del ejército y esto sería gravísimo; pero además confía en que se puede hacer un cambio a través de las urnas electorales”.

Madero pensaba que si México quería salir de la circunstancia en que se encontraba, tenía que ser con el concurso de los ciudadanos, los ciudadanos tenían que participar, involucrarse, asumir su responsabilidades, comportarse a la altura; obviamente esa ciudadanía mucho más preparada y comprometida sin duda alguna podía elegir a los mejores para que los gobernaran. Entonces, teniendo una buena ciudadanía, más un buen gobierno elegido por esa ciudadanía, como resultado iba a traer un bienestar, pensaba. Sin embargo, a final de cuentas sobreestimó a la ciudadanía de ese entonces, porque en aquellos años, el noventa y cinco por ciento era analfabeta, y ochenta por ciento rural, realmente nada qué ver con la sociedad de hoy.

“Madero asumió el poder en noviembre de 1911, creía que la revolución era una revolución política, ya que lo que deseaba era únicamente un cambio político, porque creía que la economía del país estaba en condiciones optimas. Realmente la desgracia de Madero es que lo llevo al poder una revolución que no era la suya. La suya era de clase medias urbanas que se habían beneficiado con el desarrollo económico de la dictadura”.

Esa contradicción nunca la pudo ver Madero, dice Sáez, y permaneció firme hasta su asesinato en 1913, ordenado por Victoriano Huerta, que era alto rango en el ejercito federal; desde ese punto inicia el protagonismo de Venustiano Carranza, afirma la historiadora.

Carmen Sáez, doctora en filosofía por la Universidad de Oxford.

Con Carranza y la Revolución,  el México del siglo XX

Venustiano Carranza, al igual que Madero, fue uno de los hombres más influyentes en el norte de México, dice la autora del libro Juárez. El mito de la legalidad; además se agrega el hecho de que fue la mente maestra del acontecimiento que, junto con la Revolución Mexicana, dio inicio al México del siglo XX.

“Carranza es el autor de lo que se conoce como el movimiento constitucionalista, que iba a reivindicar la Constitución de 1857, ya que fue él quien planteó una serie de reformas a dicha Constitución”.

Asevera que el problema de la Constitución del 57 es que, desde que se estaba redactando, el presidente en turno, Ignacio Comonfort, decía que no iba a servir para México, por lo que propuso una serie de reformas para fortalecer principalmente el Poder Ejecutivo; reformas que no se consolidan hasta el proyecto de Carranza. No obstante desde 1857, “sigue la discusión central en el ámbito académico de si esa Constitución sirvió o no para México”.

El único y gran aporte de Carranza, determina la especialista, fue la famosa Constitución de 1917, que incluye las reformas a la Constitución de 1857, sin embargo, para llegar a este pacto político, se mató a un millón de mexicanos.

“Ni Ignacio Comonfort logró las reformas que quería, ni tampoco Juárez lo logró, ni mucho menos herramientas como un periódico que se llamaba La libertad, dirigido por Justo Sierra, que planteaba toda una serie de reformas a la Constitución para fortalecer al Ejecutivo. Nada de eso se pudo llevar a cabo sin que nos enfrentáramos”.

Realmente la desgracia de la Revolución Mexicana, dice la historiadora, es que le dieron siempre una estructura a la dictadura porfirista, sobre todo cuando crearon el partido único, es decir cuando Plutarco Elías Calles crea el Partido Nacional Revolucionario, ese partido no era más que la institucionalización de la dictadura porfirista, y obviamente, ese partido único en México lo que trajo fue más corrupción.

“Muchos dicen que fue una revolución campesina, pues tan solo hay que ver como está hoy el campesinado en México. Por supuesto, sí hay un sector agrario muy importante y moderno, sin embargo, el país sigue con media población en pobreza”.

A 107 años de que estalló la Revolución, más que celebrar, debemos seguir trabajando en un análisis para llegar lo más cerca posible de lo que planteó en su momento, asegura la catedrática, así como retomar los principios fundamentales que pueden darle una visión distinta al país hoy en día, porque “sí vale la pena que la conozcamos, pero dejémosla en donde está, ya que a pesar de la Revolución, seguimos sin democracia y sin justicia social”, concluye Carmen Sáez Pueyo.

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