En estos días en que se realiza la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, cuando se ha planteado que niños y jóvenes están más interesados en la lectura digital que en la impresa o incluso que son más visuales que textuales, y que estas nuevas generaciones tienen cambios en su estructura cerebral, conviene recordar que los procesos estructurales del cerebro se modifican —si acaso─ después de miles de años.

En realidad la decodificación de signos y símbolos, como sucede con el aprendizaje de la lectura y la escritura, es una de las principales pruebas de la maleabilidad y adaptabilidad de nuestro cerebro, que responde a determinados estímulos con mayor o menor actividad, pero no ha tenido mutaciones.

 

La lectura, un arduo aprendizaje

A pesar de que la lectura, que se inició hace unos seis mil años, es un proceso complicado, no contamos con un centro de la lectura, como sí lo tenemos del lenguaje y, por supuesto, tampoco tenemos ningún gene de la lectura.

Por lo tanto, resulta absurdo, por decir lo menos, que pueda suponerse que en pocas décadas se haya modificado la estructura cerebral por el uso de teléfonos celulares, tabletas y otros dispositivos de la informática, como David Nicholas de la University College de Londres y otros apocalípticos han planteado. Este investigador considera que la generación Google (los nativos digitales nacidos a partir de 1993) es incapaz de analizar información compleja y es más propensa a leer a toda prisa y de forma superficial.

En contraparte, Antonio Basanta, director de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, organismo español que promueve y fomenta la lectura, ha puntualizado: “La tele y la radio también iban a ser una catástrofe. Nunca se ha leído tanto ni ha habido tanta información disponible. Si se maneja bien, puede ser algo extraordinariamente positivo […] Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son complementarias”.

Y esto no es nuevo, al paso de los siglos los cambios siguen causando temor. Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva estadounidense de la Universidad de Tufts, ha referido que Sócrates pugnaba porque continuara la cultura oral, ya que creía que era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar los conocimientos, por lo que fue enemigo de la cultura escrita.

Siglos más tarde, la introducción de la imprenta también fue mal vista, ya que se pensaba aislaría al individuo, pues se acabaría con los círculos en los que una persona leía un libro a varias más y disfrutaban y analizaban su contenido. Finalmente, lo importante no es el instrumento o dispositivo que se emplee, sino la forma en que el individuo se apropia de ellos, lo cual se ha demostrado al paso del tiempo siempre acarrea más beneficios y mejoras que perjuicios.


El cerebro de los lectores

En el caso de la lectura en sí, efectivamente se ha corroborado que transforma al lector y modifica la actividad de diferentes áreas cerebrales, pero no cambia su estructura, en todo caso contribuye a mejorar las capacidades mentales.

El doctor Ignacio Morgado Bernal, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha referido que la lectura activa principalmente el hemisferio cerebral izquierdo, donde se encuentra el centro del lenguaje y las capacidades analíticas.

“Las cortezas occipital y temporal se activan para ver y reconocer el valor semántico de las palabras, es decir, su significado. La corteza frontal motora se activa cuando evocamos mentalmente los sonidos de las palabras que leemos. Los recuerdos que evoca la interpretación de lo leído activan poderosamente el hipocampo y el lóbulo temporal medial. Las narraciones y los contenidos sentimentales del escrito, sean o no de ficción, activan la amígdala y demás áreas emocionales del cerebro. El razonamiento sobre el contenido y la semántica de lo leído activan la corteza prefrontal y la memoria de trabajo, que es la que utilizamos para resolver problemas, planificar el futuro y tomar decisiones”, escribió en su artículo “Razones científicas para leer más de lo que leemos”, publicado en El País, el 16 de enero de este año.

También se activan las regiones cerebrales relacionadas con el movimiento, si se lee un pasaje en que se describe el movimiento del brazo o la pierna, según comprobó Verónica Boulenger, investigadora en neurociencia cognitiva del Laboratorio de Dinámicas del Idioma, de Lyon, Francia; de la misma manera en que se siente miedo cuando el escritor relata una situación peligrosa para el protagonista.

La lectura, por lo tanto, activa el cerebro, estimula la imaginación, las áreas del movimiento y, sobre todo, permite ejercitar la empatía y, por su capacidad de transportar al lector a mundos o situaciones variadas, contribuye a reducir el estrés. Por lo tanto, la lectura nos cambia la estructura mental.

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f/René Anaya Periodista Científico