“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, frase hecha, que hace recordar lo inevitable: jamás podremos separarnos de la Unión Americana y nunca seremos frontera con Argentina. La división fronteriza —río y vallas que ahora Donald Trump trata de convertir en vergonzoso muro—, al norte de México, nos causa una profunda herida que hace que olvidemos que nuestras relaciones con Argentina, por ejemplo, deberían ser más cordiales, más profundas. Al fin y al cabo los dos países se comunican en español. Allá adoran a la Virgen de Luján, acá a la de Guadalupe. De acuerdo a la historia, hace no mucho tiempo abrimos la frontera para que llegaran a México los perseguidos “ches” de la dictadura militar encubierta en la Operación Cóndor. Sin embargo, sabemos tan poco de la sociedad argentina como ellos de la nuestra.
Por eso creo importante dedicar esta columna a la reciente victoria electoral parlamentaria de Mauricio Macri, que se encamina al encumbramiento como un líder nacional fuerte de Argentina. Este éxito marca un cambio de época en varios aspectos: generacional, profesional, programático y estilístico. Aunque sexagenario desde hace casi un lustro, Mauricio Macri todavía refleja juventud y afán de cambio. Ni abogado, ni general, sino ingeniero. Nada de político, su orientación es de centroderecha, y su presencia new age quiebra los moldes formales del hombre público argentino. Poco se ha hablado de este tipo en México. Mucho, quizás demasiado, de Juan Domingo Perón, Samuel Menem, y de la pareja Kirchner-Fernández. Ahora, la personalidad de Macri se impuso y las dudas se disipan poco a poco. Aunque los peronistas y los kirchneristas quisieran que las incógnitas continuaran.
Los hechos hablan por si solos. Después de las elecciones legislativas del domingo 22 de octubre, el extrovertido Mauricio Macri acumulará un indudable poder en Argentina. Varios analistas del país de las pampas dicen que casi “total”. A lo mejor exageran. El hecho es que su “partido”, Cambiemos, es el centro de toda la política en el país de origen del actual Papa, Francisco. Situación que tiene su importancia en la relación Buenos Aires-Vaticano y que también hay que analizar. Por encima de las expectativas, Macri logró lo inesperado. El recuento de los votos convierte a Cambiemos en el principal partido político de la Argentina post-kirchneriana. Sustituye al legendario peronismo como eje de la “democracia” local.
Hasta el sábado 21 de octubre el perfil sui géneris de Macri aún se prestaba a la discusión: “el tipo no tiene fibra, delega mucho (o se empeña poco), no entiende de política (claro, a la argentina), es un empresario con rala noción de la cosa pública”. Esto era lo usual de los comentarios periodísticos, hasta que terminó la votación del día 22 y el país vio que las cosas habían cambiado.
Hasta los más incrédulos tuvieron que reconocer que la personalidad de Macri se imponía y que las dudas a su alrededor desaparecían. Había llegado el momento de recordar su lugar de origen y pertenencia, hay que preguntarse hasta dónde éste triunfo electoral constituye una originalidad en la historia política del país austral.
Mauricio Macri dio un gran salto. Se convierte en un líder muy fuerte de Hispanoamérica, cuando casi todos los mandatarios de la zona —desde el río Bravo hasta la Patagonia— están muy débiles. Gana y gana bien. Por más de cuatro puntos a Cristina Fernández, la viuda de Kirchner, en Buenos Aires. Esto le abre todas las posibilidades para que trate de reformar a su país, intento que le tomará mucho tiempo y esfuerzo.

Carlos E. Cué, periodista español, cuenta: “(Macri) ha sido subestimado casi desde que era adolescente. Primero por su padre, uno de los empresarios más ricos y polémicos del país, que toda la vida lo minusvaloró e incluso dijo públicamente que su hijo nunca llegaría a presidente. Y después, por todo el establishment argentino, lo que él llama el círculo rojo, que desde 2003, cuando el entonces presidente de Boca Juniors decidió dar el salto a la política, se burlaba de su aspecto, de su forma de hablar, de sus maneras de hijo de millonario, de su desconocimiento de los códigos políticos”.
Pero Macri, junto con su hermosa esposa Juliana Awada y un compacto equipo de colaboradores, sabía su cuento. Paso a paso consolidó su presencia. Primero en la capital bonaerense, como alcalde, y ahora como mandatario nacional, hasta hacerse con el triunfo en los cinco distritos clave de Argentina que nadie había logrado desde 1985, cuando Raúl Alfonsín, en la cresta democrática del momento aplastó en los comicios intermedios.
Macri rompe viejos parámetros argentinos, desde Perón —que llegó al poder desde el cuartel y el exilio—, hasta los de los abogados, el propio Alfonsín, Menem y los Kirchner. En cierta manera, el recién llegado se parece más a Perón que a estos últimos. No se incubó en la política pero tuvo los arrestos suficientes de fundar un partido: Cambiemos. Antes hizo dos escalas: primero, en la empresa, y después en el fútbol, la afición nacional. Sin mayores comparaciones con Perón, que siempre fue un zoon politikon, en la esfera pública, del Ejército al Poder Ejecutivo. Macri caminó diferente: llega a lo público desde lo privado. Una completa novedad. Su mandato, ahora convalidado en las elecciones legislativas en todo el país, casi es “de otra galaxia”. Del “pueblo” de Perón —los “descamisados” de Evita—, a la “gente” de Macri. !Ah, estos argentinos!
La noche del domingo 22 de octubre fue fiesta para unos, tristeza para otros. Por ejemplo, el candidato de Macri en Buenos Aires, Esteban. Bullrich —apellido que todo mundo conoce en la capital argentina por el exclusivo centro comercial—, que obtuvo el 41,38% de apoyos contra el 37,25% de Cristina Fernández viuda de Kirchner. Casi 400,000 votos de diferencia. Durísima derrota que podría marcar el principio del fin de su carrera política. Macri fue el último en hablar, después de la ex presidenta. “Hoy ganó la certeza de que podemos cambiar la historia para siempre. Queremos lograr algo grande, un país decidido a hacer las cosas bien. Y esto es solo el principio, recién estamos empezando a transformar la Argentina”, dijo. Agregó: “Este año estamos creciendo, y el próximo creceremos más y el otro aún más. El sueño compartido es sacar a todos los argentinos de la pobreza. Somos la generación que está cambiando la historia, nos animamos a decir basta con el no se puede. Los argentinos somos imparables”.
La realidad electoral no es suficiente para que Cristina Fernández se vaya de la lucha política. Sus preocupaciones judiciales no la han orillado a esto. Todo lo contrario. Está demasiado acostumbrada a usar su liderazgo. Los resultados no los tomó como una derrota. Los triunfadores tendrán que disputarle su lugar paso a paso. En claro mensaje a los peronistas —que perdieron su mayoría acostumbrada en el Senado—, dijo: “Unidad Ciudadana —su partido—, ha sumado en estas elecciones más votos que en las pasadas. Hemos sido capaces de crecer y de enfrentar a la más enorme concentración de poder de lo que se tenga memoria… Unidad Ciudadana emerge como la oposición más firme a este Gobierno. Será la base de la construcción de la alternativa a este Gobierno. Aquí no se acaba nada, hoy aquí empieza todo”. En otras palabras, hay Cristina Fernández para rato.
En suma, después de trece años de kirchnerismo, los argentinos, sobre todo la clase media urbana y la gente que vive del campo, muy beneficiada por la baja de impuestos, demostraron el domingo 22 que era necesario darle otra oportunidad a Mauricio Macri. Por el momento, nada parece afectar la ola a favor del nuevo mandatario. Ni la crisis económica, que empieza a remitir ligeramente pero aún pega duro a los sectores más débiles de la sociedad, que continúan sufriendo la peor inflación de Hispanoamérica después de Venezuela, ni el descubrimiento del cadáver del joven Santiago Maldonado, de 28 años de edad, que desapareció durante una operación policial de represión a unos mapuches en la Patagonia. El kirchnerismo creyó que esto serviría para darle la vuelta a las encuestas, pero no fue así. Por el contrario, sufrió una derrota durísima.
Los datos de los comicios legislativos cambian el panorama político argentino, dominado, con altibajos, en las pasadas siete décadas por el peronismo. Hacer previsiones en Argentina es inviable, por su volatilidad, pero todo indica que Macri llegó para quedarse por varios años. El “macrismo” era hace poco un grupo pequeño de poder local y ahora se consolida como el eje de toda la política del país austral. VALE.

