Los motivos que tuvo el PRI para seleccionar como futuro candidato a un simpatizante y no a un priista cien por ciento puro son obvios: el desprestigio de la marca.

Desde hace varios años, todas las encuestas han venido marcando esa tendencia. A la pregunta de por qué partido nunca votaría, la respuesta siempre es y ha sido la misma: por el PRI.

Este escenario llevó a decidirse por el secretario de Hacienda, José Antonio Meade. Un funcionario, sin filiación partidista, que se ha destacado por ser uno de los servidores públicos más capaces y preparados del sexenio.

Meade es  un hombre bien nacido, con todo lo que eso significa y pueda representar para el futuro de México. Proviene de una familia estructurada, con valores morales, educada para servir al país.

Meade va a tener que resolver, sin embargo, a partir de hoy, y cuando se registre como candidato, un asunto de identidad política: ser un candidato ciudadano o priista. Definir su identidad, sin dejar margen a la ambigüedad va a ser decisiva para legitimar y dar credibilidad a su candidatura.

Un reto, por cierto, inédito e interesante que —de resolverse— puede terminar por convertirse en un precedente de evolución y modernidad democrática.

Si la Asamblea Nacional y el Consejo Político del PRI reformaron los estatutos para aceptar la candidatura de simpatizantes, como es el caso de Meade, el partido no tiene por qué exigirle se comporte como un añejo militante.

Por el contrario, el PRI está obligado a darle a Meade el espacio, la libertad necesaria, para que pueda ser espejo o expresión de cada ciudadano.

Cuando a Lula, en sus días de gloria, le preguntaron quién creía ser, su respuesta fue: “Sólo me siento un brasileño más. Un ciudadano”.

Ser y reconocerse hoy como un simple integrante de la sociedad tiene hoy más aceptación y una dimensión más universal que la de ser militante partidista.

Resolver un dilema de identidad política no será fácil, pero es clave. ¿Cómo marcar distancia con respecto a ese PRI —por el cual nadie y bajo ninguna circunstancia votaría— sin que el electorado lo interprete como una simulación y la militancia como una traición o ruptura? Es paradójico, pero en la derrota del PRI radica el triunfo del PRI.

La disyuntiva radica entre impulsar desde la candidatura un programa que lleve implícito romper con los estilos, las formas y los vicios más arcaicos del partido y del gobierno, o dejarse devorar por el sistema y permitir, como consecuencia, que el 1 de julio de 2018 gane en las urnas la autocracia lopezobradorísta.

Se entiende que, en una primera etapa, Meade estaba obligado a buscar el respaldo de los sectores priistas. Sin embargo, repetir, como se repitió la liturgia de la cargada,  fue un error de estrategia.

En tal caso debió buscarse paralelamente el apoyo de grupos y organizaciones sociales para fortalecer su carácter ciudadano.

No hay duda de que en un tete à tete, en un debate, entre Andrés Manuel López Obrador y Meade, contrastaría la enconada demagogia del tabasqueño con el conocimiento estructurado y la honestidad intelectual del exsecretario de Hacienda.

Pero, ojo, vivimos en un país donde lo que menos hay es un voto razonado. Se trata, más bien, de un elector que responde y reacciona a fuerza de escándalos, golpes de guerra sucia y promesas populistas en las que, por cierto, es un especialista el mesías.

Muchos se preguntan si el candidato Meade va a ser capaz no solo de responder a su adversarios, sino de remontarlos. Es decir, de hacer una propuesta más vanguardista, atrevida y audaz que la hecha por quienes aseguran tener el monopolio del verdadero cambio.

A diferencia de 2012, las campañas políticas de 2018 están destinadas a convertirse en un juicio al sistema. Más que posicionar propuestas, candidatos o lemas, lo que hará la oposición es tratar de tirar la cabeza del régimen.

Por eso el PRI le tiene que hacerle un favor muy importante, por estratégico, a su candidato: dejarlo en libertad para, desde la autocrítica, representar la inconformidad de millones de mexicanos.

Y no es que se tenga que recurrir a la destrucción —como lo hace López Obrador— para ser atractivo, pero asumirse como candidato del continuismo, del conservadurismo, cuando la marca PRI está en su peor momento, sería una grave equivocación.

La candidatura ciudadana de Meade es sui géneris. La va a tener que ir construyendo desde el partido más vertical de México, lo que representa todo un reto.