Cuando mi amigo Sidarta Villegas me llamó para invitarme a ver Esquizofrenia, de inmediato dije que sí. Primero, porque desde su estreno había querido verla, segundo porque se trata del trabajo de uno de los mejores directores de teatro en la actualidad; y tercero, porque dicho director (y actor de la obra) es Rafael Perrín, quien fue mi compañero de generación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, allá por 1982…, cuando cursábamos la carrera de Literatura Dramática y Teatro donde Sidarta Villegas también era condiscípulo. Por todo ello acepté con mucho entusiasmo y fuimos Sidarta y yo a ver a nuestro buen amigo Perrín en su nuevo espectáculo de ese género que él ha sabido cultivar con eficacia y mano maestra, el teatro del terror que ha convertido en un icono actual a la pieza La dama de negro de Susan Hill y Stephen Malatratt, estrenada en 1994, con el binomio compuesto por el gran actor Germán Robles (recientemente fallecido) y el propio Perrín asumiendo también la dirección. Como es sabido, La dama de negro fue un éxito inusitado desde un principio y sigue aún en cartelera con renovado ahínco e igual impacto efusivo en el gusto del público.
Esquizofrenia: un sinsentido existencial
Ahora es el monólogo Esquizofrenia la propuesta que Rafael Perrín entrega al público a través de una sólida puesta en escena y un desempeño histriónico que lo coloca entre los actores más diestros de nuestro país, con una madurez expresiva que me da gusto testificar en tanto que conozco a Rafael desde que éramos unos chamacos emprendedores, ilusionados por el teatro y apasionados por nuestra vocación escénica.
Esquizofrenia, original de Mauricio Pichardo, es un texto nada fácil de hacer en escena; sin embargo, Perrín lo lleva a sus últimas y grandes consecuencias artísticas, haciendo que los espectadores se involucren con el drama del psiquiatra inglés Emile Tuck, quien al ofrecer una conferencia sobre la supuesta cura que ha descubierto a cerca de la enfermedad mental, acaba erosionado en una trama macabra y en un tremendo sin sentido existencial que apunta a la locura. El dramaturgo utiliza un tono doctoral, al que, a mi modo de ver, necesitaría pulir en matices y expresiones en extremo “literaturizadas”, para hacerlas más asequibles, pues a veces el texto se escucha demasiado rígido y, no obstante, el actor y director logra dotarlo de humanidad y congruencia teatral.
La dirección es espléndida, tanto como el manejo del espacio escénico, el decorado escenográfico, el sobrio y bien trazado vestuario y el diseño luminotécnico que arropan de manera precisa al actor en plenitud. Los resultados son de primera categoría y la bonhomía interpretativa de Perrín hace que los espectadores agradezcan con cálidos aplausos la velada persuasiva de terror psicológico a la que Esquizofrenia enfrenta.
Evocar a Tomás Perrín
En charla al final con Perrín, recordamos a su señor padre, el gran actor, poeta y periodista mexicano Tomás Perrín quien fuera, por cierto, colaborador de la revista Siempre! durante muchísimos años, y a quien, por la amistad con su hijo, muchos de los entonces compañeros de clase de Rafa pudimos conocer. Recuerdo a don Tomás Perrín como un caballero, todo amabilidad y afabilidad, siempre atento a nuestros empeños como estudiantes. Rafael llevó a su padre a ver mi primer propuesta con visos profesionales, que me lancé a escribir y dirigir: Encuentros de amor y poesía en el Teatro de la Ciudadela, un espectáculo poético teatral en que actuaban otros jóvenes muy talentosos de nuestra generación: Fernando López, Sergio Bustos y la ya desde entonces hermosísima y talentosísima Liliana Saldaña, notable bailarina; producía Elia Domenzain, a la postre poeta, actriz de amplios registros y versátil bailarina; Sidarta Villegas, desde entonces ya hombre de gran cultura, era mi puntual e incisivo asistente. Ahí estuvo con nosotros Tomás Perrín acompañando a su hijo a ver los pininos de sus intrépidos compañeritos. Grande generosidad de un señorón como don Tomás Perrín.
Trayectoria y plenitud
De Rafael Perrín he sido testigo de muchas de sus puestas en escena, todas excelentes, como, por ejemplo ¿Quién, yo?, del argentino Dalmiro Sáenz, donde dirigió con vehemencia a Kitty de Hoyos en una actuación memorable, que sería su última excelsa actuación; otra puesta fue Houdini, musical mexicano que se atrevió a romper paradigmas; otra, un gran homenaje a Gershwin: Loco por ti, maravilloso replanteamiento de la genial música de ese icono del jazz y el teatro musical y en donde Manuel Landeta lució soberbio; Miss Saigón, pese a ser un trabajo para estudiantes, planteó a Perrín como un director de talento y alcances extraordinarios, que lograba sortear las dificultades técnicas de dicho musical con maestría, sobre todo cuando el helicóptero irrumpía en escena, excelente y emocionante… La dama de negro ha sido su consagración y sigue presentándose en el Teatro Ofelia, y seguramente seguirá, porque ha cautivado a generaciones. Ahora, Esquizofrenia nos permite ver a este hombre de teatro, Rafael Perrín, en plenitud de facultades. Hay que verlo. Sin duda, Rafael Perrín es uno de los protagonistas más brillantes y talentosos de mi generación; y para muchos jóvenes es ya un maestro. Un maestro que ha hecho historia en lo mejor del teatro en México.
Esquizofrenia se presenta todos los jueves en el Foro Shakespeare a las 20:30 horas. Terror y excelencia garantizados.