La presidencia de Donald Trump ha significado un profundo cambio en la relación entre México y Estados Unidos. En un contexto global inédito por distintos aspectos positivos y negativos, la llegada de Trump al poder ha acentuado la regresión autoritaria en el mundo. El nuevo presidente de Estados Unidos ha significado un obstáculo mayor para el comercio internacional y para la lucha contra el cambio climático a escala global. Su discurso y sus acciones han dividido profundamente a la sociedad estadounidense. Un ejemplo para ilustrar esa disrupción de Trump lo da el Boletín de Científicos Atómicos, panel en el que participan 15 premios Nobel. Para este grupo de acuerdo con el reloj simbólico del fin del mundo, en el que llegar a la medianoche significa la destrucción, las condiciones actuales de la humanidad nos situarían a las 23:57 con treinta segundos. Es el punto más cercano al cataclismo definitivo desde 1953, en el que Estados Unidos y la Unión Soviética exhibieran su capacidad nuclear. La peculiar gestión del poder atómico mostrada por el presidente Trump sumada al cambio climático llevó a adelantar este reloj imaginario que en 1991 estaba a 17 minutos de la catastrófica medianoche. Pero, más allá de los asuntos globales, uno de los temas en los que Trump es más persistente es en relación con su agresión a México.

El actual presidente de Estados Unidos lleva dos años, desde su precampaña electoral, insultando a México y a los mexicanos. De acuerdo con su simplista punto de vista, México es culpable de buena parte de los problemas de la economía y la sociedad estadounidense. De acuerdo con su visión, seríamos responsables de las drogas que consumen, de buena parte de la criminalidad y violencia que sufren, del desempleo y de la inequidad de nuestros intercambios económicos, entre otros aspectos. Este diagnóstico tan insostenible, superficial y equivocado conlleva preguntarnos: ¿cuáles son los verdaderos objetivos de Trump con México?

El Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi) publicó recientemente un Informe titulado México–Estados Unidos. Redefiniendo la relación para la prosperidad de Norteamérica. Algunos de los aspectos más relevantes señalan que, con su actitud y sus políticas, Trump pretende desconocer que solo un México estable, próspero y amigo le dará a Estados Unidos la seguridad nacional que necesitan y la ventaja competitiva de un socio económico que les ha dado y no ha quitado empleos, crecimiento y bienestar. Es claro que tenemos un destino compartido. La vecindad y la integración nos hacen corresponsables de lo que viven ambos países.

México ha tenido durante toda su historia una relación compleja y muy traumática con Estados Unidos. Sin embargo, a raíz de la firma del TLCAN hace casi veinticinco años, con el incremento del volumen de la relación comercial, así como de posteriores acuerdos y reformas entre los tres países integrantes, se abrieron metas más ambiciosas, de cara a la creciente competitividad de la economía global. México, Estados Unidos y Canadá podrían consolidar uno de los bloques de mayor prosperidad y bienestar del planeta y ser protagonistas de primera línea en el siglo XXI. Además de la prosperidad económica, este bloque podría ser un área de defensa y promoción de la democracia, los derechos y las libertades fundamentales y la sustentabilidad ambiental. Es lamentable que esta meta sea, por ahora, imposible de alcanzar por el enfoque que le ha dado Trump.

En el contexto de esta actitud agresiva, se renegocia el TLCAN. El gobierno mexicano ha decidido enfocar su posicionamiento estratégico hacia el conjunto de la relación, evitando aislar los distintos temas de la misma. Esto no significa que todos los temas deban ser atendidos y en su caso negociados simultáneamente, pero sí requiere que el avance de un tema sea contingente a que se logren resultados en el resto.

Nuestra alianza económica, principalmente en el marco del TLCAN, ha creado empleos, fomentado la competitividad y contribuido a una integración cuyas cadenas de valor hacen de América del Norte una potencia económica en el escenario mundial.

En consecuencia, el gobierno mexicano ha enfocado su posicionamiento estratégico hacia el conjunto de la relación, no hacia sus componentes individuales. Solo así podría prevalecer la idea del destino compartido.

Este enfoque debe ser el eje rector de todos los intercambios bilaterales, tanto en los ámbitos comercial, de inversiones, migratorio, ambiental o de seguridad. En ese sentido, es importante retomar las aportaciones de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad en América del Norte (ASPAN): La prosperidad compartida es el eje de la seguridad regional.

En este difícil proceso de negociación México debe continuar abriendo líneas alternas de negociación y sumar a los socios naturales de la relación entre ambas naciones. Además, la participación de la sociedad civil es clave para fortalecer la postura de la prosperidad y la seguridad compartida a través de sus propias conexiones con su contraparte estadounidense.

En suma, en un contexto global inestable y cada vez más complejo, México enfrenta la inesperada y agresiva actitud de un gobierno estadounidense que parece no entender un proceso histórico fundamental para toda la región de América del Norte. Pero esto exige también un replanteamiento de políticas públicas en México para reposicionar las relaciones económicas del país en otras regiones del mundo, así como reactivar el mercado interno.