Los acontecimientos que hemos observado en los últimos días nos llenan de dolor por la tragedia que sufren los españoles y cuyas causas, además de las históricas, culturales y sociológicas, tienen que ver con la cobardía e ineficacia de Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, y con el autoritarismo y la soberbia del jefe de Gobierno, Mariano Rajoy.

La historia contemporánea de la madre patria se fraguó después de la brutal dictadura de Francisco Franco, que ahogó en sangre a la República y se unió al fascismo internacional.

México —habrá que recordarlo— escribió una de las páginas más luminosas de nuestra diplomacia, al mantener el respeto al derecho internacional, reconociendo hasta el final la república española. La transición se pudo lograr hacia un régimen democrático gracias al patriotismo y capacidad de Adolfo Suárez y del rey Juan Carlos I, impuesto por el franquismo, pero abierto hacia un destino superior para su patria.

La democracia española produjo un enorme crecimiento económico y un amplio reconocimiento a los derechos humanos y a las libertades ciudadanas; sin embargo, la partidocracia fue apagando la hoguera de la libertad y entrando en una confusión política, que se reflejó en los últimos meses cuando Rajoy, del Partido Popular, no pudo formar gobierno. La presencia de los indignados en Madrid —en su lucha contra la globalización neoliberal— dio cabida a la formación de nuevas instituciones políticas, pero, al mismo tiempo, reflejó una crisis económica y política que aún prevalece.

Las autonomías pudieron unificarse a plenitud gracias a la Constitución y al reconcomiendo de 17 regiones autonómicas, sin embargo, no ha sido suficiente. El nacionalismo exacerbado continúa latente en la región vasca, en Galicia y, desde luego, en Cataluña.

Todo esto implica la necesidad de una sólida reforma constitucional que le dé un nuevo impulso a la España de nuestro tiempo; no será suficiente la aplicación del artículo 155 de la Constitución española y la huida de Puigdemont a Bruselas para resolver el tema, se requiere una profunda reflexión colectiva para forjar un nuevo diseño institucional.

En efecto, la reforma a la Constitución española es urgente, la monarquía efímera y exitosa de Juan Carlos I no ha podido ser continuada con su joven sucesor, el rey Felipe VI, que se asume más como rey de los madrileños que de todos los españoles; así se leyeron las declaraciones que hizo ante el conflicto catalán.

Por eso, una vez que se realicen las elecciones convocadas para el 21 de diciembre, deberá iniciarse un proceso serio, responsable y patriótico de reforma constitucional, que bien puede concluir en la restauración de la República y en el otorgamiento de la soberanía a los estados federales, que formen un nuevo gobierno de carácter democrático, federal y parlamentario.

España merece un destino que le devuelva su grandeza y que continúe su acelerado e importante desarrollo económico.

Para los mexicanos, es de enorme trascendencia lo que suceda en esas tierras, pues siempre hemos sido solidarios y hemos estado hermanados con esta nación que nos dio idioma, cultura y religión y, sobre todo, que formó la nueva raza mestiza, que José Vasconcelos llamara “la raza cósmica”.