“¡No vayas a olvidar que fui yo quien te salvó! ¡Buena suerte!” Más vale hembra que mariachi, final de la escena cuarta
Pese a que su tema fundamental ha sido el sorjuanismo, el autor mexicano-germano Guillermo Schmidhuber de la Mora (Distrito Federal, 1943) es un dramaturgo que no cesa de buscar su tema y ha explorado en todos los terrenos anecdóticos, históricos, intimistas, políticos.
Teatro académico, que hace énfasis en la alquimia literaria, más que en la estructura escénica, el de Schmidhuber puede englobarse todo como una eterna “mascarada” tomando en cuenta su definición a la obra Obituario, puesta en varias ocasiones. “Mascarada” que hace juego de teatralidades, pese a asirse a prolegómenos de estricta literatura dramática. Pero es que el teatro, siendo literatura, no sólo es letra, sino representación. El dramaturgo pone y el director dispone, por ello mismo, la “mascarada” permite que el escritor de teatro deje sentadas visibles coordenadas o claves para la identificación y encarnación en el escenario de la historia a contar.
Desde el siglo XX, y muy precisamente desde los albores de los años 60 de esa centuria (con la aparición del Teatro del Absurdo a través de Ionesco, Beckett, Arrabal o el intérprete de todos ellos, el director chileno Alexandro Jodorowsky), la discusión de un teatro gestado en la escena, por encima de un teatro emergido de la academia, o de la simple literatura, ha estado en boga. El director de teatro esgrime la experiencia del fenómeno escénico, el dramaturgo de escritorio expone la fundamentación arquetípica del fenómeno literario. Lo cierto es que, en escena, es la visión del director la que suele imperar o, por lo menos, definir —hacia la teatralidad representada— la escala literaria. Tal vez por ello, en la citada “mascarada” Obituario, así definida por el propio autor, en algún momento Schmidhuber hace decir a uno de los personajes, justamente un dramaturgo, que “los directores han impuesto una dictadura”.
Shakespeare, Moliere y hasta la propia Sor Juana, no sólo eran escritores-libretistas-dramaturgos, eran —y ello está comprobado por la historia— animales de teatro (zoon teatrikón), es decir, actores-directores-libretistas-escenógrafos, que sabían a ciencia cierta lo que de peso mayor debía tener la representación por encima de la escribidera, por llamarla de algún modo. Sin duda fue así que obras como Hamlet, Romeo y Julieta, Titus Andrónicos, Rey Lear (o la que se quiera de Shakespeare); o El médico a palos, El enfermo imaginario, El misántropo (o la que se quiera de Moliére), así como Amor es más laberinto, Los empeños de una casa, El Divino Narciso, lo que le toca en parte de Sor Juana a La segunda Celestina (o lo que se quiera de los autos profanos concebidos para teatro por Juana de Asuaje) fueron depurándose a partir de la intervención escénica de los propios autores literarios como creadores escénicos (directores y/o actores, pues bien anota la historia, que tanto Shakespeare como Moliére actuaban sus propias obras y Sor Juana no se quedó atrás, sobre todo cuando tenía que leer frente a sus mentoras).
El teatro concebido atrás de un escritorio tiene sus ventajas, sin embargo: es un teatro que nace en la más pura soledad y en la insistencia del oído narrativo, a raudales de imaginación, como en otros géneros: la novela, el cuento, el relato o incluso el ensayo. En el caso del teatro de Schmidhuber encontramos la miga de una creatividad que basa sus resultados ulteriores en una gama de concentraciones sociológicas, históricas e incluso literarias. Privilegia la letra por encima de la escena y hace de la escena un recinto idóneo para la letra emergente en voz e interpretación de los actores. Así, este teatro, esta dramaturgia, colindan en una forma de experiencia que resulta a todas luces atractiva para los creadores escénicos, y subyugante para los literatos. Sus personajes son “entes teatrales” (así definidos por él), no personajes reales o realistas, aunque se llamen Juan José Arreola, Elena Garro o Dorothy Schons. Son personajes del teatro, no representaciones para el teatro de la realidad como quería Wilde, como impuso Ibsen, como extrapolaron políticamente Piscator, Brecht y Fo.
Schmidhuber tiene tendencia a “salvar” a sus personajes, incluso a los que critica o mata, los salva “moralmente”. Pero en la contienda estética, que suele ser amoral, ¿quién salva a quien? ¿El director al dramaturgo, el dramaturgo a los actores…? Y al dramaturgo, ¿quién lo salva? ¿Y hay algo de qué salvarlo? Hacia el final de la escena cuarta de Más vale hembra que mariachi, Schmidhuber hace decir a uno de sus entes teatrales: “¡No vayas a olvidar que fui yo quien te salvó! ¡Buena suerte!”. Pues “¡buena suerte!”. La interpretación queda abierta.
Hoy, el teatro exige personajes reales, historias que reflejen la realidad inmediata que azora y azota al mundo contemporáneo, al hombre y la mujer de este siglo XXI que tantos coletazos ha dado a la humanidad. El público ya no se contenta con divertimentos ni con obras insulsas, quiere oír hablar de la condición humana sin caretas ni artificios, sin mentiras ni clichés. Esto lo advierte Schmidhuber y logra concretar 4obras4, reescritas en tiempos diversos: Nicolás y Nicolasa, Mi tío el equilibrista, Réquiem para Henry Crown y Más vale hembra que mariachi (la que más se inscribe en un tono realista de las cuatro) y, al hacerlo, al concretar su destino final como obras acabadas, Schmidhuber apuesta por algo nuevo en su dramaturgia: lo fantástico.
Dramaturgo montado en no pocas ocasiones allende nuestras fronteras, Guillermo Schmidhuber, con una amplia lista de premios nacionales e internacionales, ha sido representado también en su país, en estados como Monterrey, Guadalajara y Colima. En la Ciudad de México, sólo dos directores, hasta ahora, Jorge Prado Zavala (que escenificó y actuó Travesía a la libertad, 2015) y Gonzalo Valdés Medellín (que dirigió En busca de un hogar sólido, 2016, y Obituario, 2017) hemos dirigido, producido y difundido profesionalmente su teatro con inusitado y espontáneo interés estético, y claro ánimo de que se conozca en la capital de la República Mexicana el trabajo de este injustamente postergado dramaturgo de visos cosmopolitas, que lo mismo halla inspiración en un vuelo a Buenos Aires, Argentina, que en un viaje a Los Ángeles, California o una estancia en San Juan de Puerto Rico.
Deseamos que la aparición de estas 4obras4 de Guillermo Schmidhuber de la Mora sea un estímulo y un acicate para que las nuevas, próximas y actuales generaciones conozcan, promuevan y representen su obra profesionalmente como lo hemos hecho Zavala y yo, con la convicción propia de quien cree en la obra de un dramaturgo que debe ser —y es— parte de la historia de la literatura dramática-académica de su país: Guillermo Schmidhuber de la Mora.
Extracto del Prólogo a 4obras4 de Guillermo Schmidhuber de la Mora, de próxima aparición en Tespis de Icaria.

