En estos tiempos extraños, no sólo a nivel climático, sino en cuanto a lo que sucede en la política, en la economía, en la vida del medio ambiente, en la ciencia y los cambios de paradigmas culturales parece que no queda de otra que seguir adelante “creyendo contra toda esperanza” (Rm 4, 18).

Muchos afirman que hace más o menos cinco años ya pasamos el umbral del cambio climático por las emanaciones de CO2, otros que todavía quedan unos años para detener la contaminación por este gas y por el metano que el aumento de calor libera en el fondo de los mares y que emana de los excrementos de la sobreproducción industrial de animales.

Enfrentamos otros problemas de gran calado: La insuficiencia de agua potable ya sea por su abuso o por su contaminación. El deshielo de los polos y las inundaciones de zonas bajas, con consecuentes migraciones. El agua radioactiva de Fukushima ya llegó a las costas del Pacífico en Estados Unidos y México. La calidad de los productos de la tierra desgastada por sobreexplotación o por el uso de productos tóxicos. La polución de las grandes ciudades. La saturación de basura doméstica, industrial, radioactiva.

A pesar de haber alcanzado el pico del petróleo, la industria automotriz sigue produciendo coches; países como México siguen construyendo supercarreteras, aeropuertos carísimos y mal situados, segundos y terceros pisos en las ciudades, y alentando un estilo de vida que tuvo su boom a causa de los múltiples usos dados al oro negro. Las Universidades insisten en formar profesionistas de recambio para el sistema.

La ceguera de la mayoría de los dirigentes de los países frente a estas y otras plagas de la sociedad tecnológica podría alentar la ilusión de que si ellos no brincan es porque las cosas no están tan mal. ¿Y si realmente no lo hacen porque están ciegos, verdaderamente ciegos, tanto como la mayoría de la población que los elige? Quieren estar ciegos, y no hay peor ciego que el que no quiere ver o de quien tapa el sol con un dedo.

Las propuestas de los líderes pueden ser “negacionistas” de la situación medio ambiental, pueden ser “remediales”, o pueden ser radicales y proponer un cambio real de modelo de vida. Esperar lo último es casi imposible, pero no queda más que creer y seguir contra toda esperanza.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC y que evitemos la politización de los terremotos.

@PatGtzOtero