La desconfianza es la madre de la seguridad. Aristófanes

Afirma el filólogo mexicano Arturo Ortega Morán que “cuando las razones no nos convencen, con incredulidad (los mexicanos) solemos decir: será el sereno” y que así zanjamos diferencias, argumentos, supuestos o premisas.

Para el especialista, el origen del aserto se gesta en la época colonial, periodo en el que el personal responsable de garantizar el cumplimiento del toque de queda, a cada hora debía informar a los ciudadanos la serenidad, es decir, la tranquilidad del barrio o cualquier evento excepcional que alertara al vecindario ya fuese para atrancar sus puertas o para acudir en auxilio de la autoridad o de cualquier mortal víctima de algún truhan.

Al grito de las diez y sereno, las buenas almas se recogían en sus moradas en tanto que la “picaresca” evitaba el encuentro de aquellos personajes que, en principio, velaban por la tranquilidad barrial, pero cuyo cometido quedaba en mera chapuza ante la inseguridad que, en determinadas épocas de la vida colonial, se dejó sentir en las principales ciudades y villas de la colonia.

De ahí que el término “será el sereno” se vinculó al léxico mexicano como expresión de desconfianza, de desaprobación o duda ante cualquier argumento, y esto es precisamente lo que hoy está sucediendo con el gobierno de la Ciudad de México, particularmente con los herederos de esos “serenos novohispanos” que hoy se parapetan en búnkeres provistos de los más sofisticado adelantos tecnológicos en materia de seguridad urbana, a los cuales pomposamente denominan Centro de Mando C-5, guarismo con el que se identifica una quinta generación en tecnología aplicada para la video-vigilancia.

Para los administradores de tales artilugios, y en particular para el jefe de Gobierno de esta ciudad, el Dr. Miguel Ángel Mancera, a pesar de evidentes ejecuciones sumarias, decapitaciones, presiones criminales en zonas supuestamente supervigiladas y una cada vez más inocultable angustia ante el llamado “cobro de piso”, el crimen organizado no opera en la ciudad de los acrósticos, en su Ciudad-Rosa, paradigma de la tranquilidad.

Ni la ejecución del Cayagüa ni las consecuencias generadas por ese ajuste de cuentas  mueven, y mucho menos alertan a las autoridades capitalinas a tomar las providencias necesarias para atender, con la debida responsabilidad, la cada vez más creciente denuncia de la extorsión a nombre de tal o cual agrupación criminal, latrocinio que se expande de forma alarmante por las delegaciones centrales de la Ciudad de México y que es sistemáticamente negado por el gobierno, actitud que alarma profundamente a las víctimas de ese temible delito.

Muchos capitalinos, anhelantes de un cambio profundo en esta ciudad, exigimos al gobierno saliente que retome la sapiencia del gran Aristófanes, comediógrafo ateniense que dio plenamente en el clavo al ubicar la desconfianza como la madre de la seguridad.