Ricardo Muñoz Munguía

Ya terminó la euforia de los días pasados que en varios complejos de cines, en todas las salas y casi en todos los horarios ya estaban vendidos los lugares para ver Coco, la película de Disney. El filme gustó porque la historia, principalmente, se desarrolla entre instantes divertidos y con una carga importante de tristeza; sin dejar de lado a lo largo de toda la película la tensión. Claro, se dirá, se trata de Disney pero, también se dirá, que hubo una investigación de algunos años para ahondar en la personalidad del mexicano, aunque se hable sólo de una porción de México —y que se retrate uno de los Méxicos, que posiblemente ya no existe—, una identidad que prácticamente se ha perdido por la violencia en nuestro país. Así pues, dos panoramas se abren: la historia muy entretenida con elementos muy apegados a nuestras tradiciones y, sobre todo, porque “hizo llorar”; para otros, se verán estereotipos, errores de nuestra cultura antigua y, sobre todo, que la idea de igualdad entre los muertos no se da, pues los famosos “de este lado”, también serán iguales “del otro lado” con los mismos tonos de particularidad, con los “privilegios de la fama”.

El enfoque recae en Miguel, un niño que, contra su propia familia, está decidido a ser músico. El bisabuelo de Miguel fue un músico muy famoso, y en su tumba se conserva su guitarra, la que intentará tomar prestada el niño y ahí precisamente se da el toque mágico para que el protagonista brinque la frontera para llegar al territorio de los muertos, donde se habrá de encontrar —o apenas conocer— con sus familiares ya fallecidos, quienes por igual están negados a que Miguel sea músico, aunque ellos también traigan esa pasión. En ese territorio “nuevo”, se descubrirá que el músico famoso —tanto aquí como “allá”— no es su bisabuelo biológico, además que es un traidor, asesino y quien robó la autoría a su verdadero bisabuelo; por lo que, en esta historia, se hará justicia, algo que románticamente se contempla entre los hollywoodenses y cierta cultura estadounidense pero aquí, en México, no podemos negar que eso no sucede, desgraciadamente la impunidad sobrepasa todo. Sin embargo, uno agradece esta versión que rescata una versión luminosa del mexicano.