En los momentos de fervor patrio, como el que suscitaron los ataques de Trump contra los mexicanos, la gente de clase media suele ondear banderas tricolores y reivindicar la grandeza de México. En ese momento algunos se preguntan qué es lo que nos hace mexicanos. Sin saber a ciencia cierta qué responder salen a relucir bellezas naturales como el Popo y el Ixta, hermosas playas, grandes cadenas montañosas; también elementos que nacen de la cultura: los sitios y pirámides precolombinos, ciudades y construcciones coloniales, platillos, bailables más o menos folclóricos, costumbres cuyo origen en general se desconoce, como la del día de muertos. Sin embargo, poco se habla de la historia que nos constituyó como país, poco o nada de los grupos nativos de esta tierra que aún subsisten y que casi nadie conoce ni por su nombre ni por su cosmovisión, tampoco se mencionan los afromexicanos ni los pequeños grupos extranjeros que, establecidos en nuestro país, han conservado ciertas costumbres y lengua, como los menonitas o los chipileños.

Parece que hemos olvidado que México es una construcción tardía como entidad identitaria, y que en esa construcción hubo, y sigue habiendo, sometimiento y violencia física y cultural de unos grupos sobre otros. Olvidamos que el mestizaje es el resultado en gran parte de la violación de mujeres indígenas. Olvidamos que construir una identidad nacional ha sido también una elección por parte de grupos en el poder, que la historia oficial se enseña según sus intereses, que el culto a la bandera y al himno nacional en las escuelas primarias sirve para arraigar la noción de lo mexicano, sin que ésta tenga un contenido preciso. Mexicano es quien nació en México; México es un país que se configuró a partir de la conquista con la creación de la Nueva España, cuyo centro se situó donde estuvo el imperio azteca que era sólo uno de los pueblos de estas tierras. Las tierras de México son una mina saqueada primero por los conquistadores, luego por sus sucesores internos y externos.

Estas reflexiones surgen a partir de lo que actualmente vive Cataluña. La relación de los reinos de la actual España es larga y compleja, pero un momento clave se dio en la misma época en que se conquistaba América, bajo el reino de la castellana Isabel la Católica y del aragonés Fernando. El poder de unificación de estos reyes subyugó a la nobleza de la Península Ibérica y promovió la empresa de Conquista devastadora en América.

La situación política cambió a mediados del siglo XVII cuando inició el declive de los reinos feudales para instaurar paulatinamente los Estados-Nación. Sin embargo, aún dentro de estas nuevas estructuras la convivencia de grupos minoritarios y del grupo de poder centralista no ha encontrado ni en España ni en México un modus vivendi adecuado. A pesar de que en el país ibérico las autonomías tienen reconocimiento y vigencia a diferencia del americano, en ciertos momentos se recrudece la imposición sacrificando lo local en aras de una unidad más ficticia que real, y por ello la imposición simbólica de una lengua nacional sobre las lenguas locales. La pregunta con la que me quedo es, finalmente, ¿quién sale ganando con la unidad que somete la diversidad? ¿A quién le conviene y por qué? La introyección identitaria también puede y debe cuestionarse en aras de la justicia y la libertad.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC y que evitemos la politización de los terremotos.

@PatGtzOtero