Los teóricos suelen forjarse ideas de la realidad y establecer que son apropiadas para que sea mejor. No obstante, como afirma Alfonso Reyes, si la realidad no cumple esas filosofías, los teóricos la tratan “a puntapiés”. Es grande la imaginación y nuestros “genios” neoliberales siguen tratándonos a puntapiés. La estupidez humana es ilimitada; el mundo entero (Erasmus Roterodamus dixit) es templo de la Estupidez. Rememoremos algunas tentativas del pasado por mejorar la realidad mexicana, sin importar su dirección. Elegí una de las más ingenuas: el socialismo utópico, que a veces produjo fenómenos positivos (Rhodakanaty) y otras nada alentadores.

Se considera la Revolución Francesa, Rousseau, Montesquieu y la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano como influyentes en la independencia, pero también se presentaron ideales utopistas (Robert Owen, Fourier, Saint-Simon, Proudhon, Considérant…). Sus ideas, junto con las de Carlyle y Mill, repercutieron en América Latina incluso tras desaparecer o transformarse en Europa, sobre todo desde 1830, cuando Severo Maldonado publica El triunfo de la especie humana. Como en la época de la colonia, América se convierte en terreno fértil para la imaginación europea. El empresario Owen quiso impregnar de moral y razón el sistema productivo y creyó que México era idóneo para fundar comunidades y mejorar la condición humana. No se lo permitieron, pero opinó que esta nación era la más apropiada para fundar una nueva sociedad.

El fourierismo, pequeñas comunidades agrícolas o falansterios, cooperativas de producción donde se educaba a los miembros a que realizaran tareas para las que eran aptos, tuvo, en cambio, injerencia real en México. Las ocupaciones debían ser placenteras y el trabajo regirse por la atracción pasional, supuestamente ajena a la corrupción del mundo civilizado. Las ideas de Fourier llegaron gracias a Victor Considérant, fundador de un falansterio en Texas. La guerra civil estadounidense destruyó sus planes (la realidad se rebeló contra él) y decidió visitar México. Apoyó a Maximiliano, escribió a favor del pueblo rural y criticó a Juárez porque no erradicó el peonaje, lo que intentó Maximiliano, según algunos, gracias al mismo Considérant, quien volvió a París y se hizo famoso en el Quartier Latin por su sarape y sombrero de alas grandes.

Más centrado en lo real, el griego Plotino C. Rhodakanaty realizó un proyecto importante en México. Llegó en 1861 esperando establecer una comunidad; editó nuestro primer texto de socialismo doctrinal; organizó un centro de estudios sociales, donde instruyó a obreros y artesanos; intentó crear un sistema de colonias agrícolas; fundó en Chalco la Escuela de la Razón y el Socialismo; enseñó filosofía en San Ildefonso e impulsó a los mormones; se unió a los trabajadores para pedir a Maximiliano la supresión de las tiendas de raya y una jornada laboral de catorce horas; fundó una agrupación anarquista… Pero en 1886 la realidad se rebeló: el educador percibió la política antiobrera de Porfirio Díaz y volvió a Europa.

Por 1874 Francisco Bañuelos proclamó un proyecto de constitución política de la clase trabajadora. La situación social produjo acciones (infructuosas), pero la imaginación no termina allí. La dictadura de Díaz impidió a los mexicanos la propaganda y experiencia del socialismo, pero se la permitió a un estadunidense: Albert K. Owen, quien dirigió la colonia de Topolobampo (Sinaloa), enclave extranjero construido con colonos de Nueva York. Y realidad se rebeló de nuevo: la colonia sufriría epidemias que diezmarían a sus habitantes.