“El mambo es un ritmo afrocubano con toques de swing estadounidense. Es más musical y con más pulso que la rumba. Colecciono ruidos y gritos, desde el canto de las gaviotas en el muelle hasta el sonido del viento a través de los árboles y de los hombres trabajando en una fábrica. El mambo es un movimiento de retorno a la naturaleza a través de ritmos basados en esos gritos y ruidos y en placeres sencillos”, quien más que Dámaso Pérez Prado (1917-1989) podría describir de esa manera unos de los ritmos genuinos más importantes dentro de la música, pues el “Rey del Mambo”, fue una de las figuras que con su genio musical marcó para siempre la historia rítmica del mambo en latinoamericana.

Es por ello, que la Fonoteca Nacional, a 100 años del nacimiento del también apodado “Cara de foca”, se une a los festejos ofreciendo al publico a través de una Sección Especial, parte del material que resguarda del compositor y arreglista cubano, nacionalizado mexicano, integrado por textos de especialistas y una selección de lo más representativo de su repertorio, en los que se destaca la restauración de la grabación del Preludio op.3. 2 en do sostenido menos para piano Serguéi Rajmáninov, ejecutado de manera muy particular en 1978, por el autor del Mambo No. 5.

Se incluye además en el sitio, un video en que se muestra el proceso de restauración realizada por el área de Conservación y Documentación sonora de la Fonoteca Nacional, junto a una semblanza del músico.

Pérez Prado musicalizó la vida nocturna de una época definitiva para la música popular de México y Latinoamérica y en nuestros días sigue siendo la pista sonora de muchas de nuestras nostalgias. Durante toda su vida el compositor fue al mismo tiempo que una figura pública, un verdadero misterio en cuanto a sus datos personales, entre ellos, su fecha de nacimiento, siendo el 11 de diciembre la más aceptada.

Nació en Matanzas, Cuba, en la misma Matanzas que fue cuna de Miguel Faílde, el creador del danzón. Es ahí donde comienza a estudiar el piano y donde hace sus pininos profesionales con algunas de las orquestas locales hasta que en 1940, todavía adolescente, se traslada a La Habana para buscar fortuna en el mundo de la música.

Cuando el joven Dámaso llega a la capital de Cuba, La Habana era ya un centro importante del entretenimiento a nivel continental, viviendo intensamente la llamada época de oro del son cubano, a la que se abrió paso en el competitivo mundo musical.

Apoyado por su trabajo en la Orquesta Casino de la Playa, llegó a México con apoyo de algunos de sus compatriotas que se encontraban ya establecidos, como Ninón Sevilla, Benny Moré y Kiko Mendive. Al poco tiempo forma una orquesta con la instrumentación del tipo de las grandes bandas de jazz, adicionadas con la imprescindible percusión afrocubana, creando un sonido que sería desde entonces su sello y con el que crearía el estilo del mambo, en donde el verdadero solista es la orquesta.

Desde ese momento, el mambo se convirtió en la gran atracción del sexenio que presidía Miguel Alemán, formando parte de la escena popular con mambos dedicados a los ruleteros, o a los estudiantes del Instituto Politécnico o de la Universidad, en una época en que la vida nocturna parecía presagiar tiempos mejores.

Pérez Prado popularizó diversos temas, entre ellos, El ruletero y ¿Qué le pasa a Lupita?, a la par adorno varías películas con su ritmo que pedía un regreso a la naturaleza y que registraba los ruidos tanto de los muelles como de los hombres en las fábricas, sazonado con la modernidad jazzística del swing.

Ahí, entre esa contracultura incipiente y una necesidad de México de universalizarse, es que el cine se deshizo de la rigidez, lo monolítico y arcaico de las películas rancheras y sus mariachis, y entró a sus nuevos terrenos con una música de fusión entre el ritmo y baile.

Entre las películas que Pérez Prado barnizó con mambo (varias de ellas, sin titulo solo numeradas) se encuentran, Coqueta (México, 1949), de Fernando A. Rivero y en la que se escucha “Maravillosa”. Los apuros de mi ahijada (México, 1951), de Fernando Méndez y en la que se escucha el famosísimo “Mambo No. 8”, así como Una calle entre tú y yo (México, 1952) de Roberto Rodríguez, en la que se escucha el también famosísimo “Mambo Politécnico”.