La sabiduría popular no deja de ser sabia por ser popular. En el mismo sentido, este mismo conglomerado de definiciones sencillas y asertivas que trasciende al tiempo y a las personas, tiene para la literatura un concepto particular que vale la pena recordar: con las letras se viaja. Sea leyéndolas, escribiéndolas, pensándolas, contándolas. Y para Andrés Montero, chileno por nacimiento, pero ciudadano del mundo, la sabiduría popular, más que una metáfora, puede ser traducida a la maravillosa práctica.

El también ganador del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, ha metido los años en una maleta y junto con su esposa, Nicole Castillo, emprendió un viaje sin fin por Latinoamérica. Cada una de las escalas de esa travesía las dedica a contar historias y tocar con su guitarra, al mismo tiempo que él enriquece las propias; es, además, su manera de ganarse la vida:

“Desde hace unos ocho años, ésa es mi fuente de ingreso: voy a colegios, a bares, restaurantes, a contarles cuentos a los adultos y niños”, dice orgulloso al diario Reforma el autor de Tony Ninguno, quien a los 27 años de edad ha consolidado una gran trayectoria profesional.

De formación autodidacta, Montero dicta a su memoria los cuentos de Benedetti y Cortázar para contárselos después un sin fin de interpretes que recrean en su imaginación las frases para volverlas imágenes, casi pude describirse su labor como una especie de cinematógrafo itinerante. Sin embargo, el 2017 tuvo un sabor especial: Andrés Montero y Nicole Castillo visitaron México.

En su estancia en nuestro país, Montero cambió un poco su repertorio y, esta vez, se hizo acompañar por los cuentos de García Márquez y Juan Rulfo; decidió visitar Zacatecas, Hidalgo y la Ciudad de México, especialmente, para recibir el galardón con el nombre de la creadora de Hasta no verte Jesús mío. Una anécdota resume su aventura mexicana:

“Compramos un automóvil y decidimos recorrer algunos países cercanos. Salimos con 3 mil pesos y, cuando regresamos, teníamos los mismos 3 mil. Todo lo que ganamos lo ocupamos para comer. El auto lo vendimos cuando regresamos”.

Influenciado por autores nacionales como Monsiváis, Villoro, Enrigue y la misma Poniatowska, el cuentista itinerante resaltó lo simbólico de su presea por reconocerse una obra con el sello de una editorial independiente y, así mismo, la labor del juglar moderno que se desdibujado a través de los siglos.

Si usted lo encuentra en su camino, no pierda la oportunidad de escuchar una historia.