Ahora sí, la sucesión presidencial toma curso. En los últimos días, tanto el PRI, como la coalición electoral entre PAN, PRD y MCl se han venido a sumar al sempiterno candidato AMLO. En el primer caso, el candidato hubo de seguir los ritmos de la liturgia, un tanto o un mucho alterada del destape, que mantuvo expectante no solo a sus militantes, también a la clase política en su conjunto, a los observadores de la cosa pública, y en general a casi toda la población.

La sorpresa que para unos es ventaja y otros la explotan con insidia es que el ungido no es militante del partido. Lo cual nadie puede llamar a engaño, porque en el mes de agosto de este año que fenece, en Asamblea General del partido en el poder, se modificaron los estatutos para que así fuera. La señal fue clara. O como dice el clásico, el primer priista engañó a todos con la verdad.

En el caso de Anaya, fue mutatis mutandis, lo mismo. Vivimos la crónica de una candidatura anunciada. En el momento en que se anunció la creación de un “frente ciudadano” conformado por la derecha, lo que queda de un partido que alguna vez fue de izquierda y el oportunismo de otro, propiedad de un solo hombre, todos sabían que el candidato sería el presidente del PAN, y correspondería al PRD el candidato a la CDMX, dejando la candidatura al gobierno de Jalisco al MC; previo reparto de diputaciones, senadurías, presidencias municipales y legislaturas locales. Al final, ni fue un frente, ni fue ciudadano y todo quedó en pragmatismo político, que al final desdibujará al PAN histórico y sepultará al partido que unificó las izquierdas de todos signos, el mismo que en su momento significó la esperanza de aglutinar a todos quienes deseaban cambiar el régimen autoritario de partido casi único, por un socialismo humanista.

El tercero en la contienda es el “caudillo” de Morena, AMLO, quien tiene 18 años en campaña, el que expulsó en un auténtico parricidio a Cuauhtémoc Cárdenas del liderazgo del PRD, luego de tres candidaturas y tres derrotas, misma ruta y mismo destino al que la vida parece llevarlo. Es cierto que hasta ahora, sin candidatos definidos, encabezaba las encuestas, también que su voto duro le proporciona seguridad de que luchará palmo a palmo por la victoria. Pero haciendo a un lado las encuestas patito o las hechas a modo de quien las paga; un verdadero ejercicio demoscópico ubicará a cada candidato en el lugar que les corresponde.

Es deleznable, y no caeré en ello, utilizar la palabra, en mi caso la tribuna de Siempre!, para hacer propaganda electoral. Para ello hay otros medios. En esta ocasión a verdad seguida y buena fe guardada, todavía debemos esperar, observar, valorar, apreciar; tanto los aciertos como los errores de los candidatos.

En este frío diciembre, se vislumbra una competencia entre tres, dos parejos adelante y un tercero rezagado, pero mordiéndoles los talones; que el lector decida a quiénes ve adelante y quién sale de atrás. En un ejercicio de abonar al análisis, diría que debe tomarse en cuenta el voto duro; las divisiones, fracturas y unidad en las formaciones políticas; los recursos financieros; los negativos tanto de los candidatos como de sus partidos y partidarios; la capacidad de maniobra; los equilibrios regionales; la población electora; los antecedentes electorales; las preferencias de los factores reales de poder o poderes facticos, para construir posibles escenarios.

Y debe también valorarse qué papel podrían jugar los candidatos independientes. ¿Alcanzaran el Bronco y Margarita Zavala las firmas necesarias para estar en la boleta? ¿A quiénes les restarán votos? Si al final existe voto útil, ¿a dónde se direccionaría este? Solo el lector una vez trasformado en votante podrá dilucidar a quién elige para gobernar nuestro México.