El año 2017 cierra dejándonos con un mal sabor de boca. Por una parte, la gente con ingresos bajos, medios o sin ingresos padecemos el encarecimiento del costo de los productos. El aumento en el precio de la gasolina aumenta y repercute en las mercancías. El TLC, para bien o para mal, sigue en la tablita. La deportación de los migrantes mexicanos desde EUA frenará la entrada de divisas. El campo sigue en el abandono. La destrucción de la naturaleza no se frena a lo que contribuyen las mineras y el fracking. Por otra parte, la mafia en el poder mostró con los fraudes de Edomex y de Coahuila que no dejará que la oposición valide su triunfo en el 2018, aunque para ello deba usar a las fuerzas armadas si el Senado aprueba la ley de seguridad interior. Además, buena parte del país sigue sufriendo las consecuencias de los terremotos de septiembre; el ímpetu de ayuda se ha detenido por las circunstancias agobiantes que cada persona afronta cotidianamente; el gobierno, por su parte, da lo mínimo mientras los diputados se autorizan el aumento de sus prestaciones. Para terminar de amolarnos, el partido en el poder destapa a un tecnócrata como candidato a la presidencia.

Es curioso observar la miopía —¿o será maldad egocéntrica?— con la que los políticos ven a nuestro país. Como muestra un botón, el uso de una App para registrar a candidatos independientes. Posiblemente quienes elaboraron esta sofisticada herramienta nunca han estado en un pueblo perdido entre montañas e imaginan que todos los mexicanos tenemos celulares inteligentes de gama media o alta. Esta falta de contacto con la realidad lleva a decir a Meade que pretende hacer de México una potencia. Por una parte, habría que saber si los mexicanos queremos eso, pero como las sucesiones presidenciales se imponen, no lo sabremos salvo por un estallido no deseable. Por otra parte, esa ceguera ve con ilusión un modelo económico que ya no rige para muchos países. El Brexit y la llegada de Trump muestran la necesidad de estos países, y de otros, de regresar a modelos proteccionistas, cerrados, nacionalistas. Pero, no, los tecnócratas mexicanos son como los niños que comienzan a coleccionar estampitas cuando está por terminar la promoción y ya casi todos han terminado su álbum. El modelo que primaba en lo económico ya no puede seguir. Hay que inventar otra cosa. Hay que fortalecer la economía interna. No podemos depender del exterior hasta para los alimentos básicos ni volvernos un país exportador o maquilero. Este punto es crucial.

Quiero cerrar recordando algunas chispas de esperanza como el despliegue de generosidad de los civiles durante los dos terremotos, tanto en el terreno como por las redes sociales. Una vez más la solidaridad venció al egoísmo durante unas semanas. Aún tenemos corazón. Por otra, la voz que levantan muchos pueblos indígenas organizados para hacer visibles no sólo sus problemas, sino sus culturas, mostrando la gran riqueza que pueden aportar para construir una sociedad con valores de solidaridad, comunidad, servicio, diferentes a los que ha impuesto Occidente en los últimos tres siglos. También muestran cómo entre los indígenas la mujer ha luchado por ser respetada y valorada, por eso Marichuy fue elegida como vocera y en sus giras se presentan con ella otras “concejalas” que hablan en nombre de todo el Concejo Indígena de Gobierno. Por último, tanto la situación como la convicción hacen surgir en la parte rica del mundo y de nuestro país movimientos de regreso a la sencillez contra la opulencia, al gozo contra la diversión, a la colaboración contra la competencia. Pienso en Degrowth-Descrecimiento o en lo que se ha dado por llamar el minimalismo que atrae a muchos jóvenes en prácticas de reducción de un consumo que les brinda más estrés que dicha.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC, no a la ley de seguridad interior.