Doctora en Historia del Arte por la UNAM, en enero 22 cumpliría 66 años. Fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores, catedrática universitaria, poeta y amiga extraordinaria. En lo personal, ignoraba su padecimiento. Mi problema, gravísimo: siempre estoy distante de todo y de todos. Y más en esta ciudad tan caótica. Y a pesar de ello, compartimos mesas, incluso literarias (me tocó presentar su libro Conjuro del espejo, en el Fondo de Cultura Económica, allá por el 2002). Nos vimos en la FIL de Guadalajara, el año pasado, en el Pabellón Chiapas. Y, previamente, en la sala Manuel M. Ponce, en la presentación de mi libro Poética del viento. Sin embargo, traspasó el velo el martes 5 de diciembre de este 2017, a las 9 de la noche, por lo que es prudente recordarla por su quehacer lírico.

A lo largo de su obra, persiste una serie de reflexiones sobre la poesía ­–que comparto plenamente– y que determinan el rumbo que Iliana Godoy (Ciudad de México, enero 22 de 1952-diciembre 5 de 2017) aborda en su obra denominada Conjuro del espejo. Poesía 1985-2000 (FCE, Letras Mexicanas, México, 2002, 199 pp.), una selección de su quehacer en este ámbito sonoro-lingüístico. Pero más que una poética, por decirlo de algún modo, es una autoconfesión, una manera de frenarse en el camino para valorar destinos, observar señales, acaso recuperar energía, continuar en el ensalmo y abrir –y redescubrir– otras puertas. La poesía entonces se advierte como sortilegio e invocación; la palabra como un medio para anticiparse (como suspensión de tiempo); la escritura como una concepción de vida, basada en imágenes, ritmos y acentos; como un ritual sonoramente sensible tan necesario para mantener al mundo en movimiento. De esta manera, es válido indicar que la poesía en Iliana Godoy va más allá de los símbolos y recuerdos compartidos, puesto que entramos en el territorio de la Revelación.

De hecho, doce libros reúnen esta invocación lírica, este Conjuro del espejo fortalecido por esa respiración peculiar, por esos silencios que integran una imagen armónica, peculiar en Iliana Godoy puesto que ya sabemos que la acentuación es determinante y única en cada autor. “Interregno”, por ejemplo, tiene una atmósfera erótica que crepita apoyándose en el mutismo. La mirada de la autora es profundamente evocativa: “Aún quedan cicatrices que separan sus labios/ en el instante lento del solsticio”. (p. 19). Por supuesto que esta visión es sacra, como todo lo que involucre a la vida. La premisa de todo poeta –conocer la substancia de que están hechas las cosas– hacen que esta manifestación sea expresada por la naturaleza dual de la poesía (las palabras y la existencia): Una caricia tuya es la piedra sagrada que nos hiere” (p. 24), precisa Iliana.

En “Contralianza” el amor recobra su dimensión como eje vital: la pasión de mujer, la ternura de la madre que contempla a sus hijos cuando duerme, etc. Desde la perspectiva de la forma, Iliana Godoy va del verso amétrico al endecasílabo; líneas contundentes revelan la precisión sonoro-semántica de la autora: Hay líneas que valen la pena musitarse: “La luz labra un panal que a diario crece” (p. 39), susurra la autora, aunque su vigor se localiza en que como buena poeta Iliana sabe devolver a las palabras a su fuente original, por ello sentencia: “Sólo el polvo es testigo de la piedra” (p. 39).

Imágenes reveladoras, significativas, se observan en “Mástil en tierra”. Pero además de esa primigenia percepción emocional, de la multiplicidad simultánea de significados, del conocimiento de la naturaleza, se percibe un marcado diseño fónico que se conjuga en ritmos y acentos: “A contener el cielo juegan/ retinas de obsidiana” (p. 44). O la contundencia metonímica de los siguientes versos: “Bajo un cuenco de flamas/el océano” (p. 45). En cambio “Invicta carne” representa una travesía por los territorios del cuerpo, un recorrido entre oleadas de existencia; un canto que escancia el vino ciego de los días: Conocimiento, lucidez, sonido y representación. En su sentido oracular, puesto que la palabra representa un enigma que debe ser develado, según precisa Francis Ponge (El silencio de las cosas, Méx., 2000: 105), Iliana exorciza al silencio. Correspondencia, sincronía. Profunda mirada para observar y advertir la esencia de las cosas: “Los que duermen ignoran el parto de las flores…” (p. 68)

Tonos solemnes, graves, se advierte en “Derrumbe del fuego”, como un medio para cantar el entorno. La voz es vasta puesto que sirve para hurgar en el origen, en el vacío primordial: “Con este hollín sombrío quiero levantar templos/ que incendie la primera chispa del aire”. (p. 87). “Seducir a la muerte” tiene hallazgos: Hay un poema que en lo particular me satisface por su regularidad silábica: “Sentenciado a su mustia levedad/ cae el otoño”. Nadie avive la brasa oculta en la ceniza. En su mustia estación,/ bostezo largo,/ he de apagar la urgencia de este fuego” (p. 103).

Por su parte “Sonetos y claustros” descubre la luz en el reflejo,”el devenir fugaz de las pasiones” cuya desnudez requiere del tacto sobre la realidad en el olvido, hasta que finalmente el pretérito se vuelve prestigioso. El soneto recobra su energía, su expresión contundente. “Poemas chamánicos” resalta la sonoridad de la voz y del silencio, que se eleva como un conjuro. El secreto de la naturaleza se transparenta cuando la poeta canta: “Se enciende una luciérnaga en mi carne”. (p. 130). En cierto sentido, y a pesar de su acento erótico, que prevalece a lo largo de su obra, “Furias del polvo” maneja poemas contundentes, versos que labran una realidad que es revelada con ademán de viento: “Escuchamos la noche/ precipitar su lado en los abismo”. (p. 152). En “Secreter” el mar –origen y destino– no es más que velos de espuma en pulso ebrio, mientras que en“Coral negro” los afectos devastan, porque finalmente: “Allí estallan o se curan/ los poseídos por el fuego…·Persiste el tono sacro, aunque la interrogante surge, rauda: “¿Quién soy en alta noche/con las manos vacías/para tomar el pan sencillo de tu cuerpo,/en quicios olvidados/donde retumba el miedo”. (p. 176)

“El libro de los espejos” contiene poemas en oposición, reflejos de sí mismos que frecen significados contrastados y contrastantes. El orden del discurso rescata la expresión original, aunque es válido precisar que al invertirse el orden del poema se consigue ampliar la expresión semántica. Las posibilidades son múltiples: el orden sonoro se potencializa. Octavio Paz, en el poema Blanco (Méx., 1967) establece una serie de estrofas a la izquierda para indicar un sentido, oponiendo otra columna de versos a la derecha, pero además al corresponder los versos de ambas series, se advierte un tercer significado, independientemente del sentido polisémico de las metáforas individuales. Un juego de espejos que van ofreciendo no sólo una disposición gráfica al verso, sino divisiones evidenciadas y entrelazadas conformando una unidad de la serie poética. Extensión e intensidad definen al poema paciano, así como la concentración y la sucesión. Iliana busca dos posibilidades, alternativas paralelas para integrar unidades sintáctico-semánticas. No se apoya en la composición tipográfica ni en “el espacio donde se despliega el signo escrito” sino en el enfrentamiento de dos textos distintamente similares, si se me permite el término.

Concluye el poema original y se reinicia en el siguiente, aunque el resultado es disímil. Su contraparte, “Cripta” (p. 185), retoma el verso final hasta llegar a la cúspide: Las estrofas, los espacios en blanco, indican cambios rítmicos y de sentido. Lo interesante de este ejercicio experimental es que va más allá de lo que María Zambrano determina como razón poética; es decir, aquí también se concilia, y se reconcilia, la intuición con el conocimiento; el significado con otros planos más últimos. En ambos poemas se acentúa la gravedad del texto, la multiplicidad de lecturas, el movimiento semántico. Por todo ello, presupongo que Iliana determinó llamarle a esta compilación de poemas Conjuro del espejo. Poesía 1985-2000, que no es más que un singular territorio –“reino plural y aleatorio”, dice la autora– donde Iliana Godoy devela lo sagrado del mundo y como tal aquí también se encuentran “los diez mil seres”, “las diez mil cosas” de que hablan mis ancestros chinos. O mejor dicho: todas las voces de la humanidad resumidas en este salmo, en este conjuro multiplicado en el espejo.

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