Ricardo Muñoz Munguía
El poeta descubre en un instante el universo, el universo de las cosas. Los objetos recobran su presencia, se destacan por sobre la cotidianidad, por sobre el número de cosas donde la particularidad de cada una se pierde para ser una porción de un todo. Así, un objeto especial, que en forma directa guarda mundo, mundos, en sus páginas: el libro, tema con el que precisamente se abre la plaquette De varias formas (Parentalia, México, 2017).
El breve volumen de Luis Miguel Aguilar (Chetumal, Quintana Roo, 1956), De varias formas, aplica la fuerza para destacar un objeto, un instante, una palabra, un poeta, una noticia… Siete poemas, de distintas temáticas pero, a la vez, tal diversidad le da conjunción y, sobre todo, esa precisión de ahondar en lo que quizá pueda parecer irrelevante, es la característica principal de este trabajo de Aguilar.
Imaginación y formación, son aspectos mínimos que seducen, que atraen, que el escritor consigue con la mención, con el peso de la palabra, con el ánimo de iluminar sus temáticas que por igual dejan verse/sentirse en paralelo: libros/labios; sonidos que vienen del paradisiaco cenote a los sonidos infernales de un restaurante con el nombre de Cenote Azul (muy posiblemente ubicado en Copilco el Alto); la muerte (“Y detiene la muerte su carrera”), que toma de una noticia de abril de 2008, la que al detenerse o la que “no bien mataba”, entonces señala vida; “Arrechucho”, palabra que despliega más allá de sus significados; “Nueva metempsicosis” o la habitación con “Isabel”, con la que atraviesa a las habitaciones de la personalidad que se le antoje; “Canciones de ojos”, un ejercicio de destacar versos que le dan tinta y luz a los ojos, objetos de nuestro sentir y, por último, abunda sobre el centenario de Rubén Darío (1867-1916), poema con el que puede acercarse para que, de tú a tú, despliegue las inquietudes con el escritor de “todas las formas”.


