Ethel Krauze

Es un lujo acompañar dos libros de sendos poetas, ambos, cada uno, convertidos en una institución en nuestro gremio, por su larga y comedida trayectoria, no sólo en la creación, sino en la edición literaria.

Pertenecientes a dos generaciones distintas, algo más de una veintena de años de por medio y sin embargo, tan afines, en el empuje y la fe por nuestras letras hispanoamericanas.

Ambos creadores de revistas literarias, antologadores, promotores, colaboradores de diversos medios, maestros de las generaciones que les siguen.

Eduardo Mosches ha logrado una empresa única con la emblemática revista independiente Blanco Móvil, que cumple 32 años sorprendiendo a sus lectores, cada vez más numerosos, ahora también en internet, cuyo número más reciente hemos presentado.

Por el año de 1983, Eduardo me convocó para iniciar una colección con perspectiva de género, cuando este término no existía en el imaginario colectivo. Le llamaríamos “¿Tiene sexo la literatura?”, porque yo acababa de publicar mi primer libro titulado Intermedio para mujeres metiendo uno de los primeros fuegos a esta interminable polémica. Lo conocí en su oficina, cambiando el pañal de su hijo, con una tranquila naturalidad, mientras acordábamos una reunión con un grupo de escritoras. La cita fue en mi casa, en la colonia Condesa. No me pregunten cómo le hice, pero llegaron casi treinta escritoras, incluyendo los nombres que ahora son archirreconocidos. Finalmente no fraguó la cosa, no recuerdo por qué, pero inició una buena relación entre la mayoría de las mujeres que asistieron, y, claro, una amistad literaria y afectuosa permanente con Eduardo.

Luego, en la UACM, compartimos trabajo y la publicación de dos de mis libros muy queridos, Inevitable, una elegía por mi madre, y La casa de la literatura, una invitación ensayística.

Ahora, darle la bienvenida en Cuernavaca con Los enemigos del silencio, me recuerda que la vida es mucho más, y mucho más hermosa, que las noticias cotidianas de la política y la guerra. Tenemos a gente como ésta, haciendo poesía y compartiéndola generosamente.

El insomnio es ese lapso sin reloj que ocurre para meternos dentro del mundo que obviamos durante la vigilia. Es lo que quiere decirnos la primera parte de este libro, titulada conforme al volumen todo. Porque Los enemigos del silencio es un conjunto de diversos poemas donde el principal, por su tamaño y porque también su tema parece el paraguas donde se cobijan los demás, es una suerte de elogio del insomnio al revés, que se sufre como se sufren los mejores sufrimientos, aprendiendo de ellos. Me trae a colación una plaquette de Alberto Ruy Sánchez, así llamada, Elogio del insomnio, que publicó cuando cumplió 60 años de edad, hace algunos años, donde se reconoce un insomne empedernido que ha llegado a tomarle gusto y a reivindicarlo. En Mosches, el insomnio es una pesadilla de vigilia paralizada porque el mundo de noche no transcurre. Y en esta peregrinación al interior atisbo también una suerte de letanía, esos rezos judíos interminables delante del muro de los lamentos nocturnos, enemigos del silencio, para que un Dios se apiade y baje a escuchar.

Vienen y van y se repiten en los versos, los sonidos que acechan los silencios. Un crepitar de versos.

Más adelante, en los poemas que siguen, despedir al padre. El adiós al viejo. El dulce y duro adiós al padre que debe morir, porque la vida es finalmente un deber morir.

Y, también, al final, a contrario sensu la bienvenida a la tierra de origen. Recuperar la primera patria, sus paisajes, sus ternuras, sus conflictos.

La autenticidad del poeta que se revela en la poesía, como el hombre que es. Esto es lo que siempre, y ahora, de nuevo, otra vez, con más certeza, es lo que me mueve de Eduardo Mosches, lo que me hace admirarlo, leerlo, acompañarlo.

Ricardo Venegas es un referente obligado en las letras de Morelos, también como uno de los representantes nacionales de su generación, pero especialmente en Cuernavaca, donde vive, escribe, edita, promueve y se mueve para lanzar nuestra literatura más allá de las fronteras, chicas y grandes, a través de libros de entrevistas y de crítica literaria.

La editorial que funda y dirige, Ediciones Eternos malabares, persiste y crece a pesar de que hoy en día todo parece estar en contra de una industria como éstas. Y persiste y crece con los años, porque la calidad con la que hace las cosas Venegas siempre tiene un sello que no abandona. Los morelenses, en los que ya me incluyo pues tengo quince años viviendo aquí, somos un poco los emilianos zapatas de cualquier acción, con la terquedad por delante. Seguimos, insistimos. Y por eso Ricardo ha ido poblando su camino con éxitos, no sin esfuerzos. Ha fundado y dirigido varias revistas, Bitácora pública, la más reciente, es una estupenda mezcla de cultura internacional, nacional y regional, incluyendo siempre voces señeras con las nuevas voces, en un equilibrio digno de emular. Tengo el honor de haber publicado en ella, por supuesto.

Y, con gran gusto, comparto que pronto presentaremos la primera publicación del nuevo sello de antologías, que Eternos malabares inaugura con Poemando en Cuernavaca, antología de mi taller literario, que cumple más de dos años, y que imparto todos los jueves en la Rana de la Casona.

Su libro La sed del polvo es su antología personal, con textos de diversos poemarios, de 1995 a 2013, entre los que se encuentra el que da título a este volumen, y claro, me deja muchas preguntas sobre cómo un autor elige su propia antología. Yo lo he hecho y tengo mis respuestas. Por eso, siempre me resulta estimulante lanzar, lanzarme la pregunta.

Pero puedo anticipar, adivinar, que el título del volumen es, como en el caso de Mosches, una suerte de paraguas general, y que, también en este caso, hay un tema/hilo conductor que es la pregunta, preguntarse, preguntarle a Dios, a la vida, a la muerte, a la poesía, preguntar para hacer la pregunta, casi sin esperar respuesta. ¿No acaso el poeta es ese preguntador por antonomasia? Un preguntador que lanza al viento de la página su sed. Y espera polvo solamente. Porque sabe de antemano que no habrá agua. No hay respuestas. Sólo un hacerse oír. Oírse a sí mismo.

En esta empresa, Venegas recorre los afluentes de la versificación. Se ve su propio taller trabajando/macerando las herramientas literarias. Lo mismo nos invita al haikú que al poemínimo, como al soneto endecasílabo que el octosílabo. Juegos y estilos que no son sólo eso, sino ánforas que recogen temas/vinos/emociones. Aunque está el joven ensayando el instrumento, siempre hay música emanando, siempre hay verso.

Ambos poetas, Mosches y Venegas, rezan, se preguntan, increpan, se inconforman. Y lo hacen, cada uno, con su propio canto. Mosches tiene enemigos del silencio y Venegas tiene la sed del polvo; ni uno se calla ni el otro muere.

Entre los dos, nos muestran caminos, porque, como diría Faulkner, entre la pena y la nada, prefieren la pena, que la poesía es su canto.