No es tarea fácil dirigir; a veces  empujar es más sencillo. Rabindranath Tagore

No sabemos a quién elegirán como presidente de la república los millones de ciudadanos que acudirán a votar el próximo 1 de julio de 2018. Esa democrática incertidumbre es la mejor prueba de que, a pesar de todo, la transición ha sido un éxito.

A pesar de las cábalas y escenarios que construyen los estudiosos de la política, es un hecho que más del 30 por ciento de los votantes que acudan a las urnas habrán decidido a última hora por quién votar.

Sin embargo, como el mejor ejemplo de que la campaña ha empezado son las variadas y ácidas reacciones al proceso del PRI para seleccionar a su candidato presidencial.

Muchos e ilustres personajes de las élites nacionales afirman que el proceso mediante el cual se registró como aspirante a la candidatura presidencial un ciudadano no priísta, como José Antonio Meade, ha sido el mismo empleado por el PRI en las postulaciones de sus candidatos presidenciales del siglo pasado.

Sólo se puede coincidir con Federico Reyes Heroles, quien afirma que la restauración de la fórmula interna priista se apoya en “una premisa infranqueable”: no dividirse.

Tiene razón, pues si algún partido tiene experiencia del costo de la división durante una elección presidencial, ese partido es el PRI. Sabe que la división lleva a la derrota.

El proceso que culminó con la postulación de Meade es el resultado de una impecable operación política del presidente Peña Nieto, quien ha conseguido que su partido la acepte. Hasta ahora sin dividirse.

Se equivocan quienes afirman que el destape de Meade fue igual a los del siglo pasado. Fue, en palabras de Federico Reyes Heroles, la aplicación de la vieja fórmula partidaria, pero modernizada.

Además, cada postulación y cada elección corresponden a las circunstancias del momento.

Por eso es un error extrapolar las condiciones de una elección a otra. Si eso hace un partido o un candidato, tiene segura la derrota.

No sé si Meade, una vez ganada la candidatura, logrará triunfar en la elección presidencial; tiene una jornada muy cuesta arriba, pero tampoco nadie sabe quién ganará en julio de 2018, porque en estricto rigor no son pocos los análisis que sólo son resultado de disimulados prejuicios provocados por la pasión ideológica.

A los ciudadanos de a pie debe alegrarnos que, pese a pronósticos, flota sobre la elección presidencial una bienvenida y democrática incertidumbre. Así ha sido desde hace mucho tiempo, porque desde hace mucho tiempo, pese a los delirantes discursos políticos, en México el voto cuenta y se cuenta bien.

jfonseca@cafepolitico.com