La revista Arquitectura México encontró a dos genios: en el año de 1960, un proyecto, para dicha publicación de vanguardia, hizo coincidir a Mathias Goeritz e Yves Klein. Cada uno de ellos se encontraba situado en su propio paralelismo, sea por geografía o ideas, y era sumamente improbable una intersección entre ambos al menos en el ámbito práctico. Sin embargo, la propuesta de trabajar juntos pereció despertar la curiosidad mutua y terminaron por cruzar algunas cartas; vale decir, su proyecto nunca se concretó, el romance había sido pasional pero efímero.

A pesar de ser polos completamente opuestos, más de cincuenta años después, el Museo Experimental El Eco tuvo la repentina pero no menos brillante idea de definir que al fin de cuentas si existía algo en común entre ellos: el arte. Y ha invitado a seis artistas a descifrar la particular relación entre estos dos iconos creadores que tan significativamente han tomado renombre en nuestro país. A través de la exposición El día es azul, el silencio es verde, la vida es amarilla que toma su título de un poema de Klein, los pensadores tendrán la oportunidad de crear una intersección estética que logre conjuntar las características privativas del alemán y el francés.

Para Paola Santoscoy, directora del recinto, se trata de una oportunidad única en su tipo, pues la muestra rompe con el simple esquema ideológico y se transforma en un diálogo con el espacio museístico y en una expresión de “el arte como acción”. Asimismo, indica que “a pesar de la diferencia, Goeritz admiraba mucho a Klein; la admiración venía justo de alguien que había tomado vías radicales en su posicionamiento frente al arte y reconocía a quien más lo había hecho. Entonces la exhibición lo que intenta hacer, mediante un gesto museográfico, es traer el color de Klein al espacio de Goeritz”.

Será la primera ocasión que pueda aplicarse el color de Klein en una arquitectura de espacio abierto, asevera la especialista, quien además resaltó la oportuna circunstancia de que el público mexicano pueda conocer el trabajo de los participantes en el conjunto: Andrea Martínez, Gonzalo Lebrija y Claudia Fernández son algunos de ellos.

Esta exhibición es una magnifica manera de terminar la historia de la breve pero simbólica historia entre Goeritz y Klein, aventura que fue truncada, en parte, por la enfermedad de este último. A su muerte, en 1962, el impulsor de la arquitectura emocional radicado en México le dedicó estas palabras, en solitario, dentro de la revista en que estaban a dispuestos a proyectarse juntos:

“Aunque mi obra se parece a la suya, en su esencia intenta decir lo contrario. Es que los extremos se tocan. La diferencia fundamental es que Klein daba un gran valor ‘artístico’ a sus obras (es decir: a sí mismo) y yo encargo las mías por teléfono (como Malevich lo había profetizado), considerándolas objetos decorativos que deben subordinarse bajo un conjunto para lograr así una atmósfera espiritual”.