Al morir Xavier Villaurrutia (1903-1950), Elías Nandino (1900-1993), su más íntimo amigo tuvo que vivir un duelo tremendo, quizás el más terrible que haya tenido que padecer ante la muerte de un amigo. Elías Nandino había estado enamorado de Villaurrutia y nunca tuvo oportunidad de ser correspondido por el autor de Nostalgia de la muerte (1938). Sin embargo, la amistad entre ambos poetas prosiguió hasta el fallecimientio de Villaurrutia el 25 de diciembre de 1950. Al celebrarse este año siete décadas del estreno mundial de Invitación a la muerte (1947), creo oportuno rememorar esta relación entre los poetas, dado que Invitación a la muerte constituye el homenaje más febril de Villaurrutia a su amigo Nandino.
En Invitación a la Muerte, obra maestra de la dramaturgia mexicana, cuyo basamento se halla en el Hamlet de Shakespeare, Xavier Villaurrutia imprime muchas características de su amigo, el médico poeta Elías Nandino en el personaje de “El joven Horacio”, empezando por su vitalidad y pasando por develar el oficio primigenio de Nandino, la sastrería (que rememorará Nandino en sus memorias), oficio de “El joven Horacio” que en la pieza de Villaurrutia, escrita con un humor negro excepcional, no mide trajes para la vida, sino para la muerte, es decir, féretros, al ser empleado de una Funeraria llamada “Al Féretro Elegante”, misma funeraria “soñada” por el narrador Villaurrutia en su novela Dama de corazones (1928). La presencia de “El Joven Horacio” en esta obra es fundamental: se trata de la presencia del Eros en la vida consuetudinaria del atribulado protagonista Alberto (evidente alter ego de Villaurrutia). De manera subyacente, con mucha timidez, pero con gran carga emocional (que es clara anticipación al existencialismo), Villaurrutia deja ver el transgresor amor de Horacio por Alberto, quien irremediablemente encarna al Thánatos.
El estudioso Gerardo Bermúdez Bustamente, ha planteado una visión que viene como anillo al dedo en el análisis de la homosexualidad expuesta en sus obras por varios de los integrantes del grupo Contemporáneos, en relación a “…la resignificación de la retórica y demás símbolos de lo oculto o apenas velado… para cantar los amores, deseos, contactos sexuales, sufrimientos e idealizaciones del amado”. En Invitación a la Muerte es evidente la idealización que hace Horacio de Alberto, sobre todo cuando ambos personajes están solos, uno frente a otro, hablándose en susurros y furtivamente como dos amantes que se esconden para confesarse mutuamente su sentir. Horacio insiste en que Alberto vea la luz y salga de su depresión. Alberto se resiste. Tiene pensamientos suicidas. Dice: “La muerte es mi elemento como el agua al pez…”. Y cuestiona: “¿quién nos dice que el suicidio no es precisamente nuestro destino?”. Aparece la joven Aurelia (Ofelia, en Hamlet), novia de Alberto. Los diálogos con la novia son diferentes, distantes, de pronto patéticos. Alberto la evade aun cuando ella dice amarlo, parece que le aturde la presencia de la joven; está a disgusto con ella, Alberto se debate entre dos amores, el vital de Horacio, de pronto marcado por Villaurrutia simplemente como “El Joven” y el “comprometido” (convencional) con Aurelia. Subyacentemente, Alberto (muerto en vida, dormido despierto) cede a la fuga. Intenta irse. El monólogo final es uno de los pasajes más poéticos del teatro mexicano, una suma en prosa de todo el clamor lírico de Nostalgia de la Muerte (1938), libro fundamental de la poesía mexicana contemporánea: “…comprendo que todo fue como si mi sombra hubiera querido abandonar para siempre mi cuerpo echándose a buscar su destino que no es el mío… porque el destino, eso que llamamos destino no está fuera de nosotros, en una ciudad, en una fecha, en una persona, sino dentro de nosotros, en el centro mismo de nosotros… y también ahora sé que ese destino no lo podemos dejar, abandonándolo, o renunciando a él, ni siquiera buscando la muerte, porque entonces, ¿quién nos dice que el suicidio no era precisamente nuestro destino?…”.

El amor platónico, pudorosamente expuesto, pero pasionalmente equilibrado, será el homenaje que Xavier Villaurrutia hará a su amigo Elías Nandino en Invitación a la Muerte, a través del personaje de Horacio. Desde luego, hace falta leer la obra con todas las aristas al alcance para que no suceda lo que en su estreno en 1947, en el Palacio de Bellas Artes, en que fue “incomprendida” por propios y extraños, cual correspondía a la sociedad de entonces: pacata, timorata y reaccionaria. En sus dos libros de memorias, el no oficial Elías Nandino: Una vida no/velada de Enrique Aguilar (1980) y en el oficial, Juntando mis pasos, escrito por el mismo Nandino y publicado póstumamente en el año 2000, el autor de Erotismo al rojo blanco (2001) hace una crónica acaso exhaustiva de su contacto con los integrantes de Contemporáneos y de la íntima amistad con Villaurrutia y Novo, a quien termina defenestrando como “una mala persona” que “habló horrores de Villaurrutia después de su muerte”. Porque Nandino entiende el padecimiento interior de Villaurrutia, e incluso llega a dolerle, a sufrirlo tanto, como la ausencia de su propio amigo insustituible. “Del lado de Villaurrutia creo que el tema de la muerte en sus poemas en buena medida es producto de la angustia existencial que le causaba su homosexualidad”, dirá Nandino.
Invitación a la muerte, obra en tres actos, publicada por entregas en la revista El Hijo Pródigo en 1943, fue estrenada en el Palacio de Bellas Artes el 27 de julio de 1947 por el grupo Proa Teatro bajo la dirección de José de Jesús Aceves, con Julio Monterde, Francisco Muller, José María Heredia, Eva Monzón y Hortensia Santoveña. Habíase representado ya en Buenos Aires, Argentina, y, en México iba a ser montada por Fernando Soler en 1935, pero Villaurrutia le quitó la obra, pues, según crónica de Armando de María y Campos, el dramaturgo “la retiró al saber que, por superstición, el señor Soler decía que iba a traer mala suerte a su compañía. La superstición, que subsiste, se apoya en que como el primer acto se desarrolla en una agencia de inhumaciones, necesariamente tienen que aparecer en escena algunos féretros” (Novedades, 29 de julio de 1947). Quizá más allá de la superstición, el egregio actor don Fernando Soler —uno de los más grandes que ha dado México— supo leer el contenido homosexual de Invitación a la muerte y fue él quien se rehusó a montarla. Quizás esto sea un pasaje inexplorado de nuestro teatro y que hoy, al celebrarse setenta años del estreno de esta obra cumbre del teatro mexicano, se expone ante el plano de la reflexión.
Como corolario final sólo recuerdo que tuve ya oportunidad de dirigir Invitación a la muerte en dos ocasiones, la primera en Casa del Lago en 1995, con producción de la UNAM, y la segunda para el Homenaje Nacional a Villaurrutia en el Centenario de su Nacimiento (2003) que produjo el INBA como proyecto especial para recorrido en provincia. En ambos montajes subrayé la relación homoerótica entre Horacio y Alberto poniendo al descubierto, sin alterar un ápice el texto, ese amor prohibido de nuestro Hamlet mexicano, el Alberto de Villaurrutia, ese “ser o no ser”, que en aquellas primeras décadas del siglo XX mexicano escondían el prejuicio y el rechazo a la homosexualidad. Con ello, quiero concluir que en Invitación a la muerte Xavier Villaurrutia se mostró como un autor adelantado a su tiempo, como un dramaturgo que, a su modo, rompió esquemas morales.



 
 