El domingo 17 de diciembre, la larga y angosta nación sudamericana con más de 6,000 kilómetros de costa en el Océano Pacífico, dio una soberbia cátedra de democracia, durante la segunda vuelta de los comicios presidenciales para elegir al mandatario que encabezará el gobierno de ese país durante el periodo 2018-2022: el rico empresario de afiliación conservadora, Miguel Juan Sebastián Piñera Echenique (Santiago, 1 de diciembre de 1949), que ya ocupó la primera magistratura chilena del 11 de marzo de 2010 al 11 de marzo de 2014, después de derrotar al candidato oficialista (socialista en aquel momento), Eduardo Frei Ruíz-Tagle. La presidenta saliente entonces era Michelle Bachelet –como lo es ahora–, y fue la encargada de entregarle la banda presidencial a Piñera hace siete años. En ese momento, Piñera Echenique se convirtió en el primer presidente derechista desde el regreso de la democracia en Chile en 1990.

Ahora la historia se repite, pero con variantes. Ganadores y perdedores se han comportado como políticos de altura, sin mezquindades y sin subterfugios. Como corolario de los procesos democráticos siempre se ha dicho que un solo voto es la diferencia entre el que obtiene el poder y el que no lo logra. Los chilenos respetan esa regla y lo han demostrado en varias ocasiones. La del domingo 17 es una vez más. Para honra del pueblo chileno y de la democracia en Hispanoamérica.

Ojalá México supiera aprovechar esa lección. Ganar o perder son los riesgos de la democracia. No significa que el ganador se lleve todo, ni que el que pierda se quede sin nada. Chile es el paradigma para lo que suceda el domingo 1 de julio de 2018 en México. De otra forma, la “democracia mexicana” será el hazmerreir de todo mundo. En menos de siete meses lo sabremos. Sin ánimo pesimista dado los antecedentes de los aspirantes a la primera magistratura nacional casi es seguro que tanto la campaña como el día de los elecciones no se estará a la altura de las circunstancias. En poco más de seis meses lo sabremos. Y que usted –y yo– lo vivamos.

El asunto es que el rico empresario –con una fortuna calculada en 2,700 millones de dólares, según las revistas especializadas– Sebastián Piñera se impuso de forma contundente en los comicios más polarizados en la historia democrática de Chile, con un giro conservador en la larga nación sudamericana.

Con el 98,86% de las mesas escrutadas, Piñera obtuvo el 54,57% de los votos frente al 45,43% del candidato oficialista, el socialista Alejandro Guillier. Las autoridades electorales contabilizaron en la segunda vuelta un 49,11% de participación en las urnas (7.031,169 votantes), emitiendo 6.954,726 votos válidos; 56,399 papeletas nulas y 20,044 en blanco).

La respuesta del vencido fue rápida y clara: admitió, sin titubeos, su derrota y reconoció que el candidato conservador era el triunfador de los comicios. “Quiero felicitar a mi contendiente, Sebastián Piñera, el nuevo Presidente de la República, a quien ya llamé para felicitar por su impecable y macizo triunfo”. La diferencia de votos entre ambos contendientes arrojó una diferencia cercana a los diez puntos.

Y destacó: “Una vez más el pueblo chileno ha ido a las urnas y ha resuelto por el voto popular nuestro destino. Ha sido una jornada electoral impecable que confirma que Chile goza de una democracia sólida, de un sistema electoral reconocido en el mundo entero”…”Hay que ser autocríticos. Hemos sufrido una derrota dura y en las derrotas es cuando más se aprende. Tenemos que levantar nuestro ánimo y salir a defender las reformas en las que creemos”, alentó a sus simpatizantes, al tiempo que anunció una oposición constructiva”.

Poco después del reconocimiento de Alejandro Guillier fue la propia presidenta Michelle Bachelet la que felicitó a Piñera por medio de una videoconferencia transmitida en directo por los canales de televisión: “Le deseo una muy buena gestión en su mandato. Usted y yo queremos lo mejor para Chile”. La contestación no podía ser menos educada y cortés, muy a la chilena, no obstante las notables diferencias políticas entre ambos: “Le quiero pedir algo: recibir sus sabios consejos y experiencia”. Ya sé que muchos dirán que no son más que palabras. Cierto, pero esas palabras dichas en el momento preciso como ayudan a que un país viva con mayor cordialidad, que ya es mucho. Los dos presidentes –el que jurará el cargo el 11 de marzo próximo, y la que saldrá ese mismo día– se despidieron concertando la adicional cita poselectoral entre la residente del Palacio de La Moneda y el sucesor: el desayuno que tuvo lugar el lunes 19 de diciembre, en la casa del mandatario electo a las nueve horas. Signo de civilidad y, si se me apura, de democracia. No en todas partes se dan estos casos.

En los comicios dominicales de la segunda vuelta, se repitió el fracaso de las encuestas como en la primera. Las del domingo 18,  anticipaban una elección muy disputada, lo que al final de cuentas no sucedió. En la primera adelantaban un triunfo muy holgado para Piñera. No acertaron. Las encuestas se han desprestigiado en muchas partes, aunque continúan siendo un excelente negocio en todo el mundo. En México no debería darse tanta relevancia a esos ejercicios estadísticos que tienen demasiados intereses en juego.

La derrota tiene infinidad de madres –el triunfador solo es uno al que siempre muchos se le quieren subir a las espaldas–; en la coalición oficialista de Guillier se atribuyó la derrota a la baja participación electoral y a un menor apoyo del esperado por parte de los simpatizantes del Frente Amplio –de Beatriz Sánchez–, la coalición de izquierda que quedó en tercer lugar en los comicios de noviembre.

Por su parte, Piñera ha contado con el respaldo explícito del candidato ultraconservador José Antonio Kast, que obtuvo cerca del 8% de la votación en la primera vuelta. En este caso, al político-empresario (o empresario-político) no le costó mucho esfuerzo estrechar la mano de un candidato que se jacta de ser admirador del dictador Augusto Pinochet. Por cierto, parece que al votante chileno no le importa mucho el legado de Salvador Allende, pues la derecha ha vuelto al poder una vez más. Con dicho respaldo, el de los votantes de Kast, y confiado en una abstención de sectores de la izquierda descontentos con el gobierno de Nueva Mayoría de Michelle Bachelet, Piñera llegó a la segunda vuelta convencido de que revalidaría el triunfo electoral de 2009.

El domingo 17, Chile debatió si hacía un giro a la derecha con Sebastián Piñera o se mantenía con Alejandro Guillier en el eje de centroizquierda en el que se encontraba con Michelle Bachelet hace cuatro años, postura que ha dominado casi toda la etapa democrática después que desapareció el régimen dictatorial pinochetista (1973-1990). Pero, en el fondo un esperado “cambio” no podría ser radical en ninguna de las dos opciones. El propio Piñera, en los últimos días de campaña, aceptó, sin hacer alarde de ello, la polémica gratuidad de la educación universitaria promovida por Bachelet. Asimismo, en las últimas semanas los programas de gobierno de los dos candidatos en pugna, se acercaron en temas como la educación gratuita y la reforma de las pensiones, por cierto un sistema heredado del “gobierno” de Pinochet.

En este sentido, vale citar la advertencia de Marcos Moreno, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Central de Santiago: “Cualquiera de los dos candidatos que llegue al Palacio de la Moneda va a tener gobiernos muy difíciles porque hay un descontento generalizado con la élite política del país”.

Una vez conocidos los resultados de la segunda vuelta, y ya que el Parlamento quedó el 19 de noviembre muy fragmentado, sin que ningún grupo cuente con mayoría absoluta, Sebastián Piñera deberá pactar con otras fuerzas para sacar adelante cualquier reforma. Y, desde el lado positivo, el próximo presidente chileno, tras varios años de ralentizaciòn, encontrará una economía en pleno crecimiento gracias sobre todo a la recuperación del precio del cobre, del que Chile es el principal productor mundial.  Además, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) anticipa un crecimiento del PIB del 2,8% para 2018, después del 1,4% que vaticinó para el casi finalizado 2017, el más bajo en ocho años.

La alternancia forma parte de la democracia. Chile es un buen ejemplo. Piñera prometió relanzar la debilitada economía chilena durante los próximos cuatro años. La idea del conservador mandatario es que Chile recobre la senda de crecimiento del 5% que había mantenido de forma estable hasta hace unos años. Por bien de los chilenos que así sea. VALE.