Timothy G. Compton
Hace más de 25 años que viajo a la Ciudad de México para estudiar su maravilloso teatro. Por mis obligaciones de enseñanza en (Department of Modern Languages and Literatures) Northern Michigan University, Marquette, Michigan, siempre he ido en primavera o en verano. Por primera vez tuve la dicha de estar en la Ciudad de los Palacios en el otoño. En contraste con mis otras visitas, esta visita reciente no tuvo como su enfoque principal el estudio del teatro —mi universidad me mandó a la CDMX para hablar con estudiantes de preparatorias sobre mi ciudad, mi universidad y para invitarles a estudiar con nosotros. Pero no pude resistir el antojo del mundo teatral durante mi semana en la capital, y logré ver nueve obras, todas de primerísima calidad y de una variedad impresionante, y hasta vi una obra inolvidable en Querétaro el martes de mi estancia. En mis visitas anteriores tenía el lujo de concentrarme en el teatro como mi trabajo principal, y me preguntaba cómo los otros espectadores, con sus otras responsabilidades y en una vasta ciudad, lograban llegar a obras de teatro. Ahora me ha tocado esa experiencia. Ofrezco unas observaciones sobre una de las obras que vi en octubre.
De las diez obras, La espera tuvo más impacto en mí. Había oído de teatro penitenciario, pero ésta fue mi primera experiencia con él. He aprendido que hace años que el Foro Shakespeare trabaja con la Compañía de Teatro Penitenciario, una compañía que empezó en Santa Marta Acatitla, y continúa ahora con funciones en el Foro Shakespeare y en Santa Marta. Vi La espera en el Espacio Urgente 2 del Foro, con un elenco de cuatro actores que empezaron su formación en el teatro como internos en Santa Marta. En la obra, los cuatro contaron-representaron aspectos y momentos claves de sus vidas: sus crímenes, sus aprehensiones, sus experiencias en la prisión, y sus experiencias después de salir de Santa Marta. Describieron y representaron eventos y escenas sumamente fuertes, a veces muy violentos, otras veces intensamente humillantes, pero también equilibrados con toques de humor, de reflexión y de esperanza. Tengo que darle muchísimo crédito a Conchi León, que les entrevistó a los cuatro, tomó de sus testimonios, los organizó, los entrelazó y les dio marco dramático. Excelente su labor como dramaturga, pero aún mejor su intervención como directora. Logró una bella y poderosa combinación de narración y representación, dando a los actores el poder de comunicar en poco más de una hora muchísima información de sus vidas, pero llevó al público, en cierto sentido, a muchos de los momentos más dramáticos e influyentes de sus vidas. León hizo que los actores representaran sus propias vidas la mayoría del tiempo, pero a veces los hizo representar a otras personas claves en su historia, fueran familiares, policías, compañeros de crímenes o de celda, o víctimas de sus delitos. La obra logró incluir temática extremadamente fuerte sin traumatizar al público (o por lo menos así me pareció). Lo hizo utilizando muchos elementos representativos, como pegando una silueta de tiza en la pared para ilustrar los abusos en la prisión o usando juguetes para ilustrar el modo de robar coches. Por otra parte, usaron cuchillos verdaderos, las pistolas que usaron no eran verdaderas pero emitieron sonidos chocantemente fuertes y realísticos y se las apuntaron un par de veces a espectadores, se acercaron los actores a los espectadores de primera fila y varias veces por varios segundos parecieron romper la cuarta pared con algunos espectadores. Me pareció perfecto el espacio íntimo del forito para las historias íntimas que se contaron y representaron. El marco organizador que León introdujo a la obra me pareció genial: al principio los cuatro actores se presentaron y cada uno hizo girar un trompo. Mientras giraban los trompos, los actores compararon nuestras vidas a los trompos en su manera de girar, a veces arriba y a veces abajo (y levantaban los trompos). Después de las presentaciones de los actores-personajes, cada uno se enfocó, y al terminar su historia, puso su trompo en la escena al lado de un letrero indicando su delito y el número de años de prisión que vivió. Señaló bellamente la transición a la historia de otro actor. Quiero que quede muy claro que los testimonios autobiográficos de La espera eran absorbentes, y claro que tenían mucho valor sociológico, psicológico e histórico, pero Conchi León los convirtió en arte. La imaginación teatral de la obra me pareció del primer orden.

Hasta el momento he brindado merecidos honores a Conchi León, pero ahora quiero darles crédito a los actores (Javier Cruz, Ismael Corona, Feliciano Mares y Héctor Maldonado). Sus actuaciones me conmovieron. La obra me habría gustado y mucho si la hubieran actuado otros actores, pero me pareció llevar la obra a otra dimensión el hecho de que actuaron sus propias historias. Por una parte, admiramos mucho a los actores que pueden dejar atrás su propia personalidad y persona para actuar personajes muy diferentes a ellos. En este caso, los actores sí salieron de ellos mismos para hacer varios papeles, y muy bien, pero su papel principal fue ellos mismos. Un espectador podría preguntar si esto es un logro. Yo digo que en el caso de La espera, sí es un logro y un logro bastante notable. Sigo procesando mentalmente lo que significa para un ser humano el haber vivido las experiencias de perder la libertad, de ser abusado y humillado, de reconocer y sentir el daño que ha hecho a la sociedad y a otros seres humanos (víctimas directos e indirectos como esposa e hijos), y de intentar volver a la sociedad, y de luego revivir y representar esas experiencias a través del teatro. Para mí, actuar esto sería extremadamente difícil emocionalmente. Se podría decir que los actores ya son personas diferentes a lo que eran, pero hay que reconocer que la relación entre lo narrado y representado, con el contenido fuerte de la obra, es mucho más estrecho que de lo normal. Espero que, a la vez de ser difíciles, sus actuaciones son terapéuticas para los actores, evidenciando el gran progreso que han hecho en sus vidas, mostrando la trayectoria que han vivido, terminando con tener un trabajo honorable en la sociedad a pesar del pasado difícil. Para mí, fueron actuaciones muy buenas a cualquier nivel, pero el carácter autobiográfico de los papeles me causa aún más admiración.
En fin, quedé profundamente impresionado con todo lo relacionado con La espera. El cupo del Espacio Urgente 2 es limitado, pero no había butacas extras la noche que yo fui. Al escribir esto, casi un mes después de ver la obra, sigue en el Foro Shakespeare. Y anunciaron que la Compañía haría una temporada de Esperando a Godot en Santa Marta, y que espectadores podrían viajar en transporte arreglada por el Foro Shakespeare, desde el Foro. Daría otro nivel de significado a cualquier obra ese contexto.
En esta visita a México me tocó experimentar el teatro después de mi “trabajo de día”. Tuve que hacer sacrificios para hacerlo, después del cansancio de días bastante completos. En cada caso valió la pena el sacrificio. Para mí, La espera fue una joya que me llevó a mundos sorprendentes y tristes, pero mostró la capacidad humana de superar obstáculos gigantescos, de crear belleza a pesar de sus circunstancias, y de contribuir a la sociedad.
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