Para releer a Luis Spota/II y última

Por diversos azares, este personaje regresa a México y este hombre que en su juventud careció de escrúpulos y de pudor;  que practicó la prostitución masculina con varones y con ancianas;  que robó, que mintió y que usurpó;  que vivió de la padrotería y de la alcahuetería. Este trozo de cascajo humano vino a asombrarse de encontrar a un círculo juvenil que le inspirara tan escaso respeto.

Más aún, descubre, casi en su cama, a una hija desconocida a la que, en su remota primera visita, dejó sembrada en un vientre mexicano neoenriquecido y neoaristocrático. Con asombro y con tristeza le ve tan parecida a muchos jóvenes de su generación y de su clase. Mexicanos de corta edad tan aficionados al dinero, al derroche, a las modas, a la vagancia, a la frivolidad, al libertinaje, al alcohol y a las drogas.

Así, ese hombre cuya gran parte de su vida ha estado batida en la inmundicia consciente siente rabia al pensar lo que una madre tan estúpida y tan inconsciente ha hecho, de manera irreparable, con la hija de ambos.

Spota habría de escribir, también, una serie novelada sobre la política mexicana de entonces. En esto, también, la crueldad de la imaginación se vio superada por la crueldad de la realidad. Y entonces surgen interrogantes que atormentan nuestro pensamiento político. Hasta donde los escenarios de los novelistas se quedarán aprisionados entre las pastas del libro y desde donde saltarán del librero para aprisionarnos a nosotros en una pesadilla política como las que estamos empezando a vivir.

No lo sé y no sé, tampoco, quien lo sepa. Pero me queda en claro que no serán la inconsciencia y el autismo los que nos lleven a los mejores estadios de convivencia colectiva.

Tiene razón Borges. Suele suceder que la primera lectura nos concentra sobremanera en la trama, en la tesis o en el tema, según se trate de una novela, de un ensayo o de un tratado, respectivamente, haciéndonos relegar nuestra atención sobre el texto, el estilo o el carácter de la obra.

Solamente las “segundas” lecturas invierten el proceso. Ante un contenido ya conocido o ante un desenlace ya sabido, el repaso de los fragmentos que nos resultan predilectos nos permite decantar y analizar las diversas ideas del autor, la selección de sus palabras, la intención de sus mensajes y el diseño de sus construcciones literarias.

Ello tan solo en aquellas obras que nos merecen una segunda lectura. Porque la primera lectura es, además, un cedazo que criba aquellos escritos que van a vivir en nuestra biblioteca y en nuestro recuerdo así como aquellos que se habrán de depositar y consumir en las hogueras de nuestra chimenea y de nuestro olvido.

Me gusta leer y más me gusta releer. Tengo libros políticos o jurídicos que viven en mi alcoba y, durante mis viajes, a alguno de ellos le toca el turno de acompañarme. En ocasiones no se abren durante semanas o meses pero, en otras, me platican nuevamente mientras estoy en el reposo, en el avión o en el insomnio. Y, entonces, casi siempre se vuelven a cerrar ya con nuevas señales y con nuevas anotaciones.

Eso significa que ya nos dijimos cosas nuevas, pero con las mismas palabras, como lo hacen los viejos amigos.