Prólogo

Por Héctor Aguilar Camín*

 

El humor social de México es melancólico. Es un país herido por el escepticismo y, al mismo tiempo, urgido de creer en un cambio. Difícil hablar con ese estado de ánimo, suscitar su confianza, traerlo a la revisión cuidadosa, más que a la denuncia irritada, de sus males. Pero si algo demuestra la reacción de millones ante la tragedia de los sismos de septiembre es que, en medio del desencanto, hay una reserva enorme de solidaridad y fortaleza pública.

La desilusión colectiva tiene buenas razones. Viene de la historia inmediata, de las oportunidades perdidas en estos años de grandes esperanzas y pobres resultados.

En 2018 se celebrarán las cuartas elecciones presidenciales democráticas de la historia de México. Se cumplirán también cincuenta años del movimiento estudiantil de 1968, para muchos el principio del cambio en la sensibilidad social y en la legitimidad política que llevó a México a la alternancia democrática del año 2000, la primera de su historia.

En este medio siglo, México ha soñado de más y conseguido de menos. Ha intentado las fórmulas probadas en otros países para volverse un país moderno, pero esas fórmulas han sido insustanciales o insuficientes, cuando no simples remedos de soluciones, más caros a veces que los males que intentaban corregir.

México no ha tenido una década de crecimiento económico alto y sostenido desde 1970, año a partir del cual, sin embargo, duplicaría su población, trayendo al mundo 70 millones de nuevos mexicanos.

Dilapidamos en el camino dos ciclos de abundancia petrolera: uno en los años setenta del siglo pasado, otro en la primera década del siglo XXI. Las rentas de este último, coincidente con la primera década de nuestra democracia, pueden calcularse en seis veces el monto del Plan Marshall, que financió la reconstrucción de la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial.

Una revolución de terciopelo, hecha de reformas graduales y transiciones pactadas, convirtió la agotada hegemonía priista en una prometedora primavera democrática.

Descubrimos poco a poco, sin embargo, que la nuestra era una democracia sin demócratas. Del fondo de nuestras costumbres políticas, más que de las leyes vigentes, emergió paso a paso una partidocracia rentista, cuya especialidad fue gastar crecientes cantidades de dinero público legal y de dinero oculto ilegal en elecciones que cuestan cada vez más e inducen cada día mayores desvíos de recursos públicos, mayor incredulidad ciudadana y mayores cuotas de corrupción en los gobernantes.

En lugar del presidencialismo opresivo de las eras del PRI, tenemos ahora un gobierno federal débil y una colección de gobiernos locales impresentables.

Nuestros gobiernos locales son los más ricos de la historia reciente, los más autónomos, los más legitimados electoralmente, y también los más corrompidos y los más irresponsables, pues no rinden cuentas, ni cobran impuestos, ni aplican la ley.

La guerra contra las drogas y el crimen organizado, que pareció cuestión de vida o muerte hace una década, lejos de contener el tráfico, la violencia o el crimen, los multiplicó, sumiendo al país en una espiral de sangre.

El acierto estratégico mayor de estos años, la integración comercial con América del Norte, no fue aprovechado para modernizar el resto de nuestra economía, y debe buena parte de su competitividad a los bajos salarios.

La economía mexicana produce billonarios de clase mundial pero no salarios dignos de una clase media decente. Nuestra riqueza, paradójicamente, multiplica nuestra desigualdad.

La cuenta de las equivocaciones colectivas del último medio siglo es notoriamente más larga que la de los aciertos. Estamos lejos de ser el país próspero, equitativo y democrático que soñamos con el advenimiento de la democracia…

La responsabilidad mayor es de los gobiernos, desde luego, pero también de sus oposiciones políticas y de la sociedad civil organizada: de la baja calidad de nuestra opinión pública y de nuestros medios, de nuestras empresas, nuestros sindicatos y nuestros empresarios, del conjunto de nuestra clase dirigente. También, de la débil pedagogía que abunda en las escuelas, de las iglesias, de la vida académica e intelectual, y de los malos hábitos y las pobres convicciones, de los usos y costumbres de la sociedad.

El país que irá a elecciones en 2018 es inferior al que soñaron estos años sus gobiernos y sus ciudadanos, y al que ambos hubieran podido construir equivocándose menos.

La frustración y el desencanto de estos años han echado sobre nuestros problemas una mirada crítica que impide hacerse ilusiones y obliga a encontrar respuestas, porque el solo diagnóstico no alcanza: estamos también fatigados, aburridos si no hartos de diagnósticos sin salida, de denuncias sin consecuencias y de soluciones mágicas, demagógicas o providenciales.

Los problemas de México son dolorosamente reales. Necesitan también remedios reales, complicados y largos si se quiere, pero claros y al alcance de nuestras decisiones públicas.

La convicción de los autores y editores de este libro es que el problema primero de México es la corrupción y la consiguiente debi­lidad de su Estado de derecho. El segundo es la gobernabilidad democrática y la baja calidad de los gobiernos. El tercero es la seguridad pública. El cuarto, la falta de crecimiento económico, la persistencia y el aumento de la pobreza y la desigualdad. El quinto, la ­ausencia de un Estado de bienestar digno de ese nombre. El sexto, la indefinición del lugar de México en el mundo, frente a sus vecinos incómodos, Estados Unidos y Centroamérica, y frente a los desafíos de la nueva civilización.

Éste es el orden de los capítulos del libro que el lector tiene en sus manos: ¿Y ahora qué? México ante el 2018. No es sólo un libro que revisa los problemas centrales de México en vísperas de las elecciones de 2018. Es también un llamado a la acción. Mejor: un mapa de acciones posibles, una ambiciosa pero precisa lista de decisiones públicas que están al alcance de la mano: un libro de diagnósticos con soluciones.

Dimos título a este libro a principios de 2017 en un momento de doble incertidumbre: la que venía de fuera, por el eco de rupturas globales como el Brexit y el ascenso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos; y la que venía de dentro, por el espectáculo de un gobierno de México que parecía haber perdido las riendas de la política y de la economía.

La doble incertidumbre está lejos de haberse diluido. Por el contrario, tiende a crecer.

La presidencia de Trump puede dañar seriamente la relación entre los dos países, desfigurando o poniendo fin, por ejemplo, al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, bajo cuyas reglas funciona, desde 1994, la mayor parte de la economía moderna de México.

Internamente, no deja de ser una ironía que el gobierno de Enrique Peña Nieto, el más reformador de la era democrática del país, llegue a su término con los índices de aprobación más bajos desde que se mide la popularidad presidencial.

La disonancia interna mayor quizá sea que el gobierno de México tiene un proyecto de país de primer mundo, una capacidad de ejecución gubernamental de tercer mundo y un rechazo público de Estado o país fallido. Sus propósitos están por encima de sus resultados y sus resultados por debajo de lo que su sociedad está dispuesta a tolerar.

Agotado el horizonte de reformas de los últimos años, el gobierno y el país, en vez de fortalecidos, parecen débiles e inciertos. La percepción no coincide necesariamente con los hechos pero la percepción es un hecho en sí misma, una realidad a menudo más potente que la propia realidad.

Nuestra pregunta no era ni es retórica: “¿Y ahora qué?” A esta pregunta responden los más de 30 autores de este libro en una exploración multidisciplinaria de los problemas enunciados antes: 1. Corrupción y Estado de derecho, 2. Democracia y gobernabilidad, 3. Inseguridad, 4. Desarrollo y combate a la pobreza, 5. Estado de bienestar, 6. México en el mundo.

Ensayo por ensayo, autor por autor, el mensaje reiterado de estos diagnósticos con soluciones es que, lejos de ser un país sin rumbo ni respuestas, México rebosa de opciones y posibilidades. Sus problemas son graves, pero las soluciones son posibles.

*Fragmento del libro “¿Y ahora qué? México ante el 2018”, Nexos/Universidad de Guadalajara (Debate, 2017). Agradecemos a la editorial por las facilidades otorgadas para su publicación.