A trompicones, el presidente de Estados Unidos de América, Donald John Trump llega a fines de 2017. Exultante, el imperioso magnate decidió el miércoles 20 de diciembre después que la Cámara de Representantes aprobó la reforma al código tributario de la Unión Americana –la mayor en tres décadas–, tomarse una fotografía frente a la Casa Blanca con legisladores republicanos que aprobaron el proyecto presidencial ese mismo día: 224 votos a favor y 201 en contra. En improvisado podio, el mentiroso mandatario resaltó: “Estamos haciendo grande a Estados Unidos de nuevo”, el lema de su campaña.

La madrugada de ese mismo día, el Senado había aprobado el mismo proyecto por 51 votos contra 48. Con esta votación, Trump obtenía su primera gran victoria legislativa. La mayoría republicana dominó la oposición demócrata y dio el visto bueno al proyecto que “recorta los impuestos a las empresas y a los ricos” y aprueba una desgravación fiscal mixta y temporal a los contribuyentes de clase media.

La oposición demócrata sostenía que en realidad se trata de un beneficio para la clase rica lo que aumentará la brecha de ingresos entre los más acaudalados y los más pobres. No solo esto, sino que la reforma servirá para aumentar 1.5 billones de dólares en los siguientes diez años a la deuda nacional, que suma ya 20 billones de dólares. Aunque el mandatario, ufano, les dijo a los legisladores republicanos frente a la residencia presidencial: “¿Finalmente qué significa esta reforma? Significas empleos, empleos, empleos”.

No todos piensan lo mismo. Por ejemplo Rosario Marín, ex tesorera del gobierno de EUA, originaria de México, de Ciudad Nezahualcóyotl para ser exactos, en su interesante artículo “¿A quiénes beneficiará la reforma fiscal? precisa: “No obstante, existen puntos polémicos de los cuales seguramente se estará hablando en el futuro próximo; por ejemplo, en el caso de los corporativos es previsible que los excedentes se destinarán preferentemente para premiar a sus accionistas con mayores dividendos…

“Por otro lado, analistas calculan que el costo de esta política será de 1.5 billones de dólares durante el periodo 2018-2026, la reactivación de la economía no generará un crecimiento suficiente para compensar la pérdida de ingresos y el déficit se incrementará junto con la deuda pública y, para 2027, alcanzaría niveles inéditos por el orden de 97% del producto interno bruto.

“Él Tax Policy Center señala que la reforma recortará impuestos para 95% de los contribuyentes en el próximo año, pero a largo plazo los beneficios para las personas de mayores ingresos excederá en mucho a los de aquellos con menores; y esto último coincide con la percepción generalizada de los estadounidenses, quienes expresan que el cambio tributario está orientado para favorecer principalmente a los ricos.

“Y, por cierto, con el tiempo será muy interesante observar cuál será el impacto de este nuevo arreglo fiscal en las finanzas personales, familiares y de negocios del Aprendiz (Donald Trump) pues, como decimos en México, ¡no da brinco sin huarache…!”

Por el momento, para los oídos que deseaban escuchar los “ofrecimientos de Trump”, todo suena como arpegios celestiales. Pero, en no mucho tiempo, la miel podría convertirse en vinagre. Pues, además de reducir el impuesto a las ganancias de las empresas de 35% a 21% a partir de enero de 2018, la ley –que se financiará con más deuda–, ofrece a los propietarios de negocios una nueva exención fiscal de 20% sobre sus utilidades y renueva la forma en que cobran tributos a las multinacionales para alinearse con las demandas que han hecho las mayores corporaciones durante mucho tiempo.

Por cierto, Trump tiró a la basura la petición de Warren Edward Buffet, el famoso inversor estadounidense de 87 años de edad, que hace unos meses publicó una carta pública dirigida al gobierno de Trump para que cobrará más impuestos a los ricos de EUA. Distintas ópticas sobre asunto tan debatido como el cobro de impuestos. Más pronto que tarde se verá quién tenía la razón.

Asimismo en el caso de las personas físicas. Aproximadamente 80% de las familias de la Unión Americana recibirán recortes de impuestos a partir de las próxima semana (inicio de 2018) mientras aproximadamente 5% deberán desembolsar más de lo acostumbrado, según el Centro de Políticas Fiscales, un organismo sin filiación partidista. En pocas palabras, la mayoría de los analistas coinciden en que la reforma beneficiará especialmente a las empresas y a los ricos, entre los que se cuentan los grandes donantes del Partido Republicano.

El día que se aprobó la reforma, los principales índices de Wall Street cerraron con bajas. El promedio industrial Dow Jones cayó 0.11%, a 24,726.65 unidades; el Standard & Poor´s (S&P) restó 0.08%, a 2,679.25% y el Nasdaq, retrocedió 0.04%, a 6,060.96%.

México no podía salir indemne de la reforma de Donald Trump. De hecho, todos sabemos que nuestro país es uno de los blancos preferidos del magnate. Su campaña electoral empezó con una furibunda andanada de improperios en contra de los mexicanos, andanadas que el gobierno mexicano no ha sabido contrarrestar hasta el momento. De tal suerte, la reforma fiscal de Trump provocó que nuestra divisa perdiera terreno frente al dólar estadounidense, con una depreciación de 3.27% equivalente a 62.4 centavos, alrededor de $19.74 por dólar al mayoreo.

En ventanillas bancarias el dólar se vendió a $20, 27 centavos más respecto al cierre previo.  Y en casas de cambio en el aeropuerto llegó a venderse hasta en $20.50. Todo significa que está ha sido la mayor caída del peso mexicano desde el 11 de noviembre de 2016, cuando la moneda azteca perdió 9.58% tras la victoria electoral de Donald Trump. Además, la Bolsa de México retrocedió 0.24% a 48,387.93 puntos, con un volumen de 103.5 millones de títulos negociados.

Todo esto hace estimar a los expertos otras caídas adicionales de la liquidez en el mercado cambiario, por lo que se eleva el riesgo de capítulos de volatilidad, con la posibilidad de que el tipo de cambio alcance niveles superiores a los $20 antes de finalizar el año. Mal fin, peor comienzo de 2018.

Dada la reacción internacional en contra de la decisión de Trump para reconocer a Jerusalén como la capital del Estado de Israel y del anuncio que hizo de que trasladará su embajada de Tel Aviv a la antigua ciudad donde se encuentran varios de los símbolos religiosos más importantes del judaísmo, el islamismo y el cristianismo, la ONU convocó a una sesión de emergencia de la Asamblea General –solicitada por países árabes y musulmanes– para someter a voto el anuncio del jefe de la Casa Blanca.

El tema en disputa fue llevado primero ante el Consejo de Seguridad (CdeS) donde el Tío Sam utilizó, una vez más, su derecho de veto para frenar una resolución presentada por Egipto en contra de la posición de Trump, la moción egipcia fue apoyada por los otros 14 integrantes del CdeS, lo que fue considerado “un insulto” por la administración de Trump.

Ahí fue la de Dios es Cristo. El obeso y gigantón mandatario estadounidense amenazó a todos los que votaran en favor de la propuesta de El Cairo y en contra del reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel. En una reunión de su gabinete, el mandatario, como vulgar matón del oeste, dijo: “Todas estas naciones que toman nuestro dinero y después votan en contra de nosotros en el Consejo de Seguridad o en la Asamblea, toman cientos de millones de dólares y hasta miles de millones de dólares y votan en contra nuestra. Bueno, estaremos observando a esos países. Dejen que voten contra nosotros. Ahorraremos mucho. No nos importa…Los estadounidenses están hartos de que les tomen ventaja”.

Pese a la baladronada del presidente Trump, el jueves 21 de diciembre la Asamblea General de la ONU –compuesta por 193 miembros–, adoptó, por un total de 128 países a favor y 35 abstenciones (incluyendo México y Canadá), 9 en contra (como Guatemala, Honduras, Togo, Micronesia, Nauru, Palau y las Islas Marshall), 21  no se presentaron a la votación,  la resolución que rechaza la decisión del gobierno de EUA de reconocimiento de Jerusalén. La amenaza de Trump para retirar su ayuda a países que votaran en contra de sus propósitos, no surtió efecto.

La embajadora de EUA ante la ONU, Nikki Haley, que a veces es más papista que el papa, prácticamente vociferó: “Nuestra buena voluntad debe ser respetada. Recordaremos este día cuando nos llamen para pedir más”. Pese a todo, el vacío internacional alrededor de EUA es más grande. Trump solito lo provoca. VALE.