Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

Diego Rivera (1886-1957) es uno de los iconos universales más importantes del siglo XX. Sus obras, sean monumentales murales o pinturas de tamaño promedio, engalanan los más importantes y exclusivos recintos de México y el mundo; y es, posiblemente, el artista plástico más famoso que haya dado nuestro país a la humanidad.

Así pues, la proyección internacional de Rivera no se debe únicamente a sus trabajos de evidente manufactura y esencia mexicana, sino también a la obra realizada en Estados Unidos y muy significativamente en la hoy extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Y es que Rivera mantuvo con el gran imperio rojo una estrecha afinidad que iba más allá del terreno de las ideologías políticas y abarcó sensibles aspectos personales de su vida y, trascendentalmente, influyó su labor artística de manera considerable.

De ello, precisamente, da cuenta la  magna exposición Diego Rivera y la experiencia en la URSS que dividida en dos de las estancias más representativas, el Museo Mural Diego Rivera y la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, abre la puerta a una aventura en que podrá descubrirse una faceta poco conocida del “genio de los alcatraces”.

Luis Rius Caso, director de ambos espacios, conversó en exclusiva con Siempre!  sobre  las  extraordinarias anécdotas entre Rivera y el gigante de hielo.

“Fue una figura clave en la conexión de México, América Latina y Rusia, ya que casi toda su vida estuvo conectada con ese país y su arte inspirado en la Revolución de Octubre, que tuvo lugar hace 100 años”.

Primer viaje

Para iniciar este recorrido, señala el historiador, se debe analizar todos aquellos episodios que llevaron al muralista, por doble ocasión a pisar la URSS.

El primer viaje, en 1927, añadió Rius Caso, surgió después de que el gran poeta Vladimir Maiakovski, en su estancia en México, viera los murales que el pintor mexicano plasmaba en la Secretaría de Educación Pública. En ese momento el dramaturgo revolucionario ruso descubría en la pintura de Rivera cierta esencia del comunismo, por lo que aseguraba se trataba de las primeras obras comunistas en el mundo.

“Maiakovski fue el primero en dar a conocer a los soviéticos la obra de Diego Rivera. En su ensayo Mi descubrimiento de América, en el capítulo dedicado a Rivera, retrata al pintor como una persona amable, sociable, dotada de fantasía y de gran sentido del humor. Por ello, aquel interés de Maiakovski por Rivera, como pintor y activo aliado en la lucha por un arte revolucionario, lo llevo hacer su primer viaje como invitado especial en el decimo aniversario del triunfo de la Revolución”.

Durante aquel viaje, dice el también especialista en historiografía del arte, Rivera reconoce a varios intelectuales rusos que había visto antes en su estancia en Montparnasse, en París, por lo que se une al grupo denominado “Octubre”, para debatir el tipo de expresión artística que debe aplicarse a la revolución, entre ellos el realismo socialista, ya que en esos momentos se encontraba en pugna las ideas estalinistas y trotskistas.

“Es ahí que Rivera empieza a alimentar su trotskismo, ya que observa que hay muchas fisuras en el comunismo que viene de Stalin”.

Añadió que en ese periplo, Rivera también conoce a Alfred H. Barr, el futuro director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, y ambos, al generar una amistad en Moscú, plantean elaborar obra muralística de Rivera en Estados Unidos, lo que se convierte en una plataforma para llevar sus pinceladas al país norteamericano.

Luis Rius Caso.

“Años después, se convierte en un hecho aquellas propuestas por Barr. Rivera pinta murales que celebran la industria, pero al mismo tiempo de manera muy notable al comunismo, porque dentro de la teoría marxista, las sociedades evolucionadas industrialmente eran las que podían dar el salto a dicho régimen”.

De ese primer viaje, la muestra —montada su primera parte en la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo—  contiene obras en donde se ve a un Rivera que se embelesa del teatro, la arquitectura y toda esa avanzada del constructivismo, apunta el promotor cultural, quien asegura fue el Rivera que se sorprende con los desfiles del aniversario de la Revolución Rusa, en el cual participaron millones de personas: “Él se sentó al lado de Stalin, de quien hizo un dibujo que se perdió, pero salió publicado en una revista, la cual está en la muestra”.

Por otro lado, el historiador explicó que existen hoy en día muchos misterios en torno a Rivera, incluyendo aquella salida intempestivamente de la URSS, en su primer recorrido. Apuntó que probablemente su marcha se debió al no sentirse cómodo con el encargo que le pidió Lunacharski, comisario de Educación y Cultura de la URSS, pues se trataba de un fresco demasiado grande en el Palacio del Ejército Rojo. Pero eso no era todo, además Rivera propuso modificar la sala principal del palacio quitando todas las decoraciones imperiales que había clasificado como “basura”. Los expertos soviéticos se opusieron a los cambios, ya que querían una obra al estilo Imperio.

“Esto es solamente una hipótesis. Hay gente que dice que entró en relaciones con trotskistas, y de ahí se derivo su salida. No obstante, debemos centrarnos en lo esencial de ese primer trayecto, sobre todo en lo relativo a la conceptualización de su obra, ya que comenzó a incluir soldados soviéticos y obreros como protagonistas casi mesiánicos dentro de sus murales”.

Segundo viaje

El 18 de agosto de 1954, narra el funcionario, Rivera realizó en su Casa Estudio una rueda de prensa en la que dio a conocer la invitación que el ministro de Cultura de la Unión Soviética le había hecho llegar para recibir un reconocimiento. Rivera aprovechó aquella invitación para tratarse el cáncer que se le había diagnosticado meses antes. “Fue entonces que junto a su esposa Emma Hurtado arriban a Moscú el 27 de agosto de 1955”, señala Rius Caso.

“Lo reciben a cuerpo de rey, al igual que en sus visitas a países como Polonia, Checoslovaquia y Alemania Oriental en donde pinta el bunker de Hitler ya destruido. De este segundo viaje sale a la luz una obra de mayor nivel de Rivera, una obra espléndida a pesar de que estaba enfermo”.

Asegura que Rivera de ese periodo también deseaba transmitir y dejar para la posteridad los valores y los logros del comunismo, por ello, presenta obra que refleja por ejemplo los desfiles obreros perfectamente organizados, creados por las masas del cambio en el comunismo.

“Este segundo recorrido es una serie que, incluso, puede verse como un diario de viaje, a través del cual registró paisajes, personas y hasta el clima. Podemos sentir sus cambios de ánimo. Por ejemplo, los dibujos referentes al último tramo del viaje antes de llegar a Berlín capturan escenarios desolados con ruinas por todas partes. Sin embargo, en todos ellos aparece un sol como base central de sus composiciones: una representación de la esperanza de un renacer que bien puede ser descrito como un paralelismo con su situación anímica y de salud”.

De este segundo viaje y segunda parte de la exposición —exhibida en el Museo Mural Diego Rivera—, asegura el historiador, también se vislumbran con gran potencia a los niños y paisajes soviéticos, pues en ellos reflejaba su esperanza de curarse del cáncer que padecía, pues se había sometido a un tratamiento médico basado en la bomba de cobalto, que en ese entonces suponía un gran avance soviético en esa especialidad.

“Pintó niños preciosos, llenos de ternura como símbolo de esperanza y futuro de él. A su vez, pintó paisajes muy poéticos, utilizando colores pastelados, muy tenues, marcados por la luz de esos países, por la luz soviética, alemana y checoslovaca. Una luz muy tamizada con atmósferas que no recuerdan a otro Rivera, es una obra muy hermosa y particular”.

Por ello, en este posterior viaje, agrega Rius Caso, es una obra de mensaje: por un lado, “ven lo poderosa que es la URSS, lo fuerte e industrioso, el Kremlin de este país.  Por el otro lado, muestra toda esa parte tierna y estética que tiene él”.

Un Rivera diferente

Aunque actualmente existe información de ambos viajes, solo es anecdótica la exposición, aclara el historiador de arte, pues asevera es un estudio de cuatro años a profundidad de sus repercusiones dentro de la obra de Rivera. “Si bien la documentación del segundo viaje se encuentra en su mayoría resguardada en el archivo de Emma Hurtado, el problema es que la información del primer viaje de Rivera a Moscú se encuentra dispersa y no en todos los casos es fidedigna”.

Asegura que hoy Rivera sigue siendo un referente en la cultura rusa, pese que en principio el muralista llegó en un plan de “les voy a explicar cómo se pinta”, no obstante es recordado y valorado en toda su extensión.

“Esta exposición es una oportunidad de conocer un Diego fuera de la obra cubista, muralista y su epopeya de arte mexicano. Este es un Diego Rivera diferente, influido por la paleta rusa, el ambiente y el clima de ese país”, concluye Luis Rius Caso.