P´a que el barco flote, a fuerza tiene que estar en el agua.

El Filósofo de Güemez

Para fines prácticos, más allá de las restrictivas leyes electorales, ya están alineadas las tres principales fuerzas políticas de la república con sus respectivos candidatos, cuyos nombres aparecerán en las boletas de la elección presidencial del 1 de julio de 2018.

Quizá se sumen uno o dos candidatos “independientes”, cuya única ilusión será acumular los suficientes votos como para afectar a aquellos candidatos que menos quieran.

Se mantiene como puntero Andrés Manuel López Obrador, quien, debemos reconocer, ha resultado más imaginativo en esta su tercera campaña por la Presidencia, con propuestas que le han ganado merecidas críticas, pero que a su electorado, casi feligresía, no les importa. Ellos creen en él, con fe de carbonero.

Como se preveía, el panista Ricardo Anaya por fin entregó la dirigencia nacional a uno de sus fieles, para “inscribirse” por la candidatura presidencial que sabe, y sabe bien, que tiene en la bolsa.

Será, pues, el queretano el candidato presidencial del Frente, ahora llamado “Por México al Frente”. Y arrancó, como era de esperarse, con su tour de medios, durante el cual ha planteado los objetivos, pero las propuestas aún son ambiguas.

Él, a diferencia de López Obrador, todavía no cuenta con una base lo suficiente amplia. Y tendrá dificultades para obtenerla, porque, con la coartada de que encabeza una coalición electoral, algunos de sus asesores, ajenos al PAN, lo convencieron de que debe apelar a otros votantes, más liberales, más progresistas que la militancia panista, si quiere obtener el triunfo.

Así lo ha hecho. Y lo hace bien hasta ahora, pero el problema central es que muchos de los votantes habituales del PAN, con su derecha radical, su derecha conservadora y su derecha moderna, estén convencidos de todas las causas que abanderará desde el Frente. Esa es la clave para que mantenga, por lo pronto, los votos de su base electoral, a la cual pueda sumar a los “insatisfechos” y “antisistema” que sus asesores le han dicho que son la clave del triunfo.

A pesar de las críticas, el candidato del PRI José Antonio Meade ha hecho bien en intentar asegurarse el apoyo de los votantes y simpatizantes del partido, pues sin ellos no puede triunfar.

Su reto, sin embargo, es que su equipo y sus asesores no acaparen todas las posiciones, ni del partido, ni de las candidaturas, porque sembraría el descontento, el cual, en el mejor de los casos, como en otras ocasiones, lo demuestran los priistas de base con actitudes de brazos caídos.

Es una campaña política, y para ella necesita de políticos, no de sus tecnócratas favoritos. Incorporarlos, abrirles espacios, y no permitir que su equipo cercano los margine puede ser la clave de la competitividad que, por ahora, su postulación le ha dado al PRI y a su candidatura.

Sin embargo, todos, sin excepción dependerán del humor, bueno, malo o peor, de ese 30 por ciento de ciudadanas y ciudadanos que deciden cómo votar en tres días previos a la elección. O sea, que, sin esos votos, ninguno de los tres proyectos que por ahora disputan la elección puede esperar un triunfo. Así de sencillo, así de complicado.