Este año que ya vive sus postrimerías ha sido particularmente difícil por la ola de inseguridad, regiones insurrectas y escándalos políticos, la economía a la baja como la justicia.

Las autoridades evaden la autocrítica, nos recetan los mismos discursos aunque cambien de personeros, resultan evasivos o reiterativos. En tanto, los problemas se acumulan una tras de otro y así las soluciones a las dificultades no se construyen porque prevalece la indefinición, la dubitación permanente o la más abyecta mediocridad.

En diversas tribunas internacionales se ha dado cuenta de las tragedias sucedidas en México, las redes sociales se convirtieron en cajas resonantes para globalizar no solo información sino la reacción de reproche, indignación y hastío lo mismo en Noruega que en África o Asia. Una realidad sin maquillaje.

En suma, este año ha sido violento, cruento sin medida, 2017 ha sido un lapso temporal en el que se dispararon las armas para acumular estadísticas para batir récords. La metralla muchas veces rompe la quietud para sembrar desconcierto, pánico, es inútil negar lo que sucede. No faltan voces para repartir culpas para sacar provecho político, ya nuestro país es el más peligroso entre los que no están en guerra para el ejercicio periodístico y la violación de los derechos humanos no amaina, viene la Ley de Seguridad Interior que motiva la desconfianza fundada.

No obstante todo lo negativo, la pesadumbre que en muchos casos ocupa el sitial del optimismo, estamos de pie, la capacidad de indignación registra nuestras pulsaciones, los buenos propósitos no deben ser sepultados por la amargura porque ello equivaldría a perfilar una derrota.

Hay gente que mata pero también quienes luchan a diario, hay quienes proponen el cambio a través del odio, tales reacciones no generan confianza ni certidumbre, hay quienes hacen campaña valiéndose de los yerros de otros, viven de los problemas infinitos, celebran el fracaso de sus antagonistas aunque ese camino ya lo recorrieron pero lo olvidan. Siempre la amnesia conveniente.

Estas fechas decembrinas con la marca solsticial son motivo de muchos encuentros, afectos, recuerdos infinitos, beber ponches y nostalgias, reconocer los pasos andados a través de los años que reflejan los caminos del pasado.

La condición humana se expresa de diversas maneras desde lo sublime a lo ridículo, los sentimientos nobles que no se han extinguido a los más cavernarios instintos de quienes miran en la violencia el camino para su locura con la bandera izada del fanatismo.

Más allá de las creencias o no en asuntos religiosos nunca sobra desear un feliz año nuevo, expresar los parabienes a la humanidad, todos los grupos étnicos, ideológicos, la dispersión de pareceres como intereses son los colores y matices que acentúan la diversidad en el orbe para establecer que este no es monolítico sino un conjunto plural del  sentir, pensar y hacer.

Aunque el balance de este año entraña diversas problemáticas para definir los retos de un presente muchas veces difuso no sobra decir felicidades. Aun la fraternidad es una utopía, pero un mundo sin ella sería un planeta sin alma.