(II y última parte)

El poeta Francisco Hernández al hablar de su niñez ha recordado la biblioteca de su padre, quien inventó un personaje, significativamente llamado Paquito el Aventurero; el progenitor, en realidad, estaba contando sus propias historias de cuando era niño.

Entre los poetas encontró títulos de Salvador Díaz Mirón —autor de Lascas, de cuya primera edición se tiraron quince mil ejemplares: una popularidad inusitada—; Gustavo Adolfo Becker  y Rubén Darío. Luego llegarían Juan Ramón Jiménez, Julio Verne y Salgari.

Un augurio propiciatorio del niño Francisco fue haber llegado a una escuela “especial” donde se instruía con la técnica del pedagogo Celistin Freinet (que llevó a Veracruz un exiliado español: Patricio Redondo), cuyo principio es que el niño debe ser el autor de su propia educación.

Publicaba ¡desde niño!

La única tarea que tenían los infantes consistía en que cada lunes llevaban un texto en el que contaban qué había ocurrido con sus vidas el fin de semana. Se llamaba El escrito. El poeta reflexiona: era imposible que le sucedieran a él y a su familia hechos o situaciones extraordinarias. “Ahí empecé a mentir —le comentó al docente y escritor Miguel Ángel Flores— al decir lo que me pasaba. Empecé a inventar; porque a mí no me pasaba nada, ni tenía nada en la casa que pudiéramos decir: esto se puede contar como una historia o una aventura […] Esa fue la gran suerte y el comienzo [de la vocación literaria]”. Un hecho no menos extraño fue que los niños podían ver publicados sus escritos.

Al fin de cada curso, en cada uno de los seis grados, se hacía un cuaderno que los propios alumnos elaboraban: “grabábamos en linóleo con gubias y dibujos que nosotros hacíamos”. La publicación de los textos era algo normal; ciertamente no es usual que un niño de tercer año de primaria vea publicados sus textos.

El segundo volumen, En grado de tentativa. Poesía reunida, de Francisco Hernández, abarca diez libros publicados, inicialmente, entre 2004 (Imán para fantasma y Palabras más, palabras menos) y 2016 (Odioso caballo, que incluye una sección de cartas a personajes como Vicente Rojo, Pina Bausch, Thomas Bernhard, Mark Rothko y Pura López Colomé) , además de trece poemas —el último, dedicado a Hugo Gutiérrez Vega y que se lee como un diálogo teatral cuyo fondo es el bosque apenas situado en una de sus siluetas umbrosas— y  ¿Quién me quita lo cantado? Coplas completas [inéditas] y Autobiografía  (2007).

 

Sobre la condición humana

Francisco Hernández es devoto lector de las literaturas del Yo (la biografía, autobiografía, las memorias, los epistolarios, los diarios);  utiliza como artificio, su discurso narrativo para horadar y escrudiñar  sobre los intersticios de la condición humana. En su poesía marcha —de la diligencia de prisa hasta el ocio sosegado— la obsesión por trasladar en imágenes plásticas estados de ánimo, caracteres, propensiones delirantes de sus personajes. Es mucho más que un gusto estético su interés y conocimiento por la pintura (más allá  de su  frecuentación por  razones  familiares), las  artes plásticas, el cine y la fotografía. Los músicos y los poetas, claro, también forman parte de la concentración del poeta; resplandecen retratos psicológicos, que se yerguen por su asentamiento en la imaginación del poeta (recuérdese Robert Schumann,  el fotógrafo Charles B. Waite —que fue viajero en México— y Emily Dickinson sobre quien escribió Una forma escondida tras la puerta  (2012), intermediada por dos testigos, afectados en sus  facultades mentales).

Una suerte de retrato hablado —entre el abismo, el fulgor y la eternidad y cuya delicadeza y brutalidad recuerdan, a primera vista, una suma de Gustav Courbet, Lucian Freud y Francis Bacon— aparece en Población de la máscara. Sesenta y dos autorretratos (2010); son contornos anímicos, y si se trasladan a la imagen visual, van del posimpresionismo, más enfáticamente, al expresionismo alemán. En rigor estos son autorretratos por la primera persona que narra. Es reveladora la amplitud cronológica que abarca la galería; desde el flamenco Jan van Eyck (1391-1441) hasta el escultor mexicano Luis López Loza (1939), pasando por Rembrandt, Picasso, Magritte, Lam; llegando al japonés Yasumasa Morimura (1951).

 

Recuperación de la memoria

El imaginario icónico de Francisco Hernández resuena diversos momentos de la historia del arte occidental; la cultura mexicana que han inculcado y que ha transitado el poeta que ahora tiene setenta y dos años de edad. Su búsqueda es la de un creador respetuoso de la historia, no solo disciplina de las humanidades, sino como la recuperación de la memoria, de la vida cotidiana, que permanece como testimonio de una época, como eslabón que se engarza y la encadena a una tradición en nuestras letras, no solo en la poesía.

Las ochenta y ocho coplas, divididas en tres partes (“Mardonio Sinta”), y la Autobiografía, están precedidas por una breve introducción de Hernán Bravo Varela, quien menciona la presencia del Yo del poeta que siempre se está buscando; deriva los temas de la identidad y la otredad, elementalmente, entendida como el lugar que se le confiere al otro —anónimo—, no perteneciente a una comunidad precisa.

Esa carencia y degradación de la anonimia es circunstancia intrínseca del poeta; así podemos aprehender uno de los epígrafes de Imán de fantasmas (2004), de Florencio R. Valencia: “…es necesario señalar que no hace falta estar muerto para ser un fantasma. Y por otro, ¿no son acaso fantasmas los pocos lectores de poesía que existen?”

La Autobiografía es reencuentro con los orígenes del poeta de San Andrés Tuxtla; el artificio de la oralidad entre cantor, pregonero y cronista de su territorio e inmediaciones con los ecos de sus leyendas y las  proximidades familiares, entre atavismos seculares y eufonías rítmicas de la voz del poeta, ¡que no es el poeta!; los  retratos son concisos y coloridos trazos en los que también son personajes, la ausencia y un juego: “La soledad es quebranto / como un viernes sin alcohol […] Ya vienen los días de llanto / tú te fuiste y no hay beisbol”.

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Francisco Hernández, En grado de tentativa. Poesía reunida, vol. II, México, FCE-Almadía, 2017.