De acuerdo con datos del Instituto Nacional Electoral, el PRI cuenta con seis millones 368 mil 763 miembros, pero ninguno de ellos resultó apto para ser candidato presidencial de ese partido, que dócilmente modificó sus estatutos para dar cabida a alguien ajeno que, por si algo faltara, durante dos sexenios fue miembro de gobiernos panistas.

Muy necesitados han de andar los priistas para salir a buscar un abanderado, pues seguramente ya no están en su partido personajes —esos sí, personajes— que todo México conoce, como Francisco Labastida Ochoa, excandidato presidencial; Manlio Fabio Beltrones, político de largo y retorcido colmillo, don José Narro Robles o mujeres de la calidad y el empuje de Dulce María Sauri o Ivonne Ortega.

Son decenas los priistas que legítimamente aspiraban a ser candidatos presidenciales, pero se optó por un todoterreno, un hombre acostumbrado a servir a quien sea, a condición de que el hueso sea grande. El dedazo a favor de José Antonio Meade es una ofensa a la militancia del PRI, el partido que cuenta con el mayor número de cuadros, lo que de entrada descalifica la decisión de endilgarle a un fuereño.

Al aceptar la vergonzosa imposición, los priistas exhiben lo peor de su calaña, las actitudes bajunas de siempre ahora combinadas con la imposición de un candidato externo al que nadie le conoce una sola palabra que sugiera afinidad alguna con las mejores tradiciones del partido —que también las tiene—. Su identidad es únicamente con lo más entreguista de la tecnocracia progringa, a la que ha servido con una convicción que se remonta a sus años de condiscípulo del vicepresidente —¿o es el verdadero presidente?— Luis Videgaray, que se adelantó a quien se suponía el destapador oficial, para mayor escarnio de éste.

Al proceder tan a la ligera, el destapador oficial ha puesto en riesgo la unidad del PRI, porque la prudencia aconsejaba simular un poco de juego democrático, aceptar formalmente que había varios precandidatos, montar un remedo de proceso de selección aunque acabara como siempre, ungiendo al favorito, pero obrando con aparente respeto por el partido.

Las matracas, el acarreo, las porras y los mariachis no podrán acallar la inconformidad de las corrientes que se sienten agraviadas. Tampoco servirán como legitimadores los líderes coprofágicos del nefasto sindicalismo charro, tan agotado y vacío como las organizaciones campesinas o el llamado sector popular. Al regalar la candidatura a un guardaespaldas, el Gran Dedo ha cavado la tumba del sistema.