Tan activa es la palabra, sobre todo la que conlleva un pensamiento y un sentir, que quien detiene el poder pretende mantenerla bajo control. Por eso, hasta hace no mucho, a las mujeres se les enseñaba que una mujer debía tener cabellera larga e ideas cortas, y que, además, calladitas se veían más bonitas. Muchas veces no se usaba la fuerza física para imponer estos estándares de sumisión, sino la amenaza de castigo o de repudio. Las mujeres no debían pensar, tampoco mostrar que lo hacían mediante la verbalización del pensamiento. Es más, la palabra no debía formular protestas: quejarse es una manera de mostrar desacuerdo. Esta limitación no se ha aplicado sólo a las mujeres, sino a aquellos cuya palabra tiene peso porque dice verdades que algún Poder no quiere que se propaguen.

Es cierto que la palabra tiene un poder, aun la impresa, sin que sea pronunciada en mítines, encuentros, manifestaciones. La palabra oral y escrita es performativa (realizativa), como le llamó el filósofo del lenguaje John Langshaw Austin. Es decir, la palabra realiza lo que dice: “hablar es actuar”. De ahí la responsabilidad que tenemos por nuestra propia palabra, pero, también, la urgencia que el Poder tiene de frenar las palabras que lo amenazan directamente o que conducen a cierto tipo de pensamiento o acción que le son contrarios. Por lo mismo, tienen lugar persecuciones contra periodistas, intelectuales, escritores, artistas; también se quiere limitar la palabra en acción de los activistas, protectores de Derechos Humanos, ciudadanos que protestan, e incluso frenar palabras que dirigen la atención hacia algo indeseable.

Ejemplo de ello es la minimización de la regulación de Trump a la red de redes con lo que se da fin a la neutralidad en internet y, por tanto, a la libertad de expresión. Por otra parte, el magnate-presidente de los USA ha prohibido, sin debate previo, que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), principal agencia de salud pública estadounidense, utilice las palabras: vulnerable, titularidad, diversidad, transgénero, feto, y las frases: basado en la evidencia y basado en la ciencia.

En nuestro país hay también movimientos de control de la palabra escrita y en acción. Lo demuestra la aceptación por las cámaras de las reformas a la Ley de Seguridad Interna. Estas reformas legalizan prácticas de las fuerzas armadas que atentan contra Derechos Humanos fundamentales según lo han denunciado instancias nacionales e internacionales del más alto nivel. En el momento en que escribo, aún es posible que la presidencia vete esta Ley; de lo contrario, la sociedad deberá pedir la intervención de la Suprema Corte (SCJN). Deseamos que triunfen los ideales democráticos; tememos que no.

De manera más burda salió la aprobación de los diputados a la limitación de la libertad de expresión: “El que comunique, a través de los medios de comunicación incluidos los electrónicos, a una o más personas la imputación que se hace a otra persona física o moral, de un hecho cierto o falso, determinado o indeterminado, que pueda causarle deshonra, descrédito, perjuicio, o exponerlo al desprecio de alguien” (el subrayado es mío). Este engendro pasará al Senado. ¿Será aceptado?

La democracia y la libertad peligran. ¿Aceptaremos callarnos para vernos más bonitos?

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC, que defendamos la actualidad de la democracia.

@PatGtzOtero