Contentémonos pensando que todo en silencio a la quietud navega. Alí Chumacero

Este 19 de enero se conmemora el centenario del nacimiento de José Luis Martínez Rodríguez (1918-2007), jalisciense cuya impronta en la vida intelectual del México del siglo XX es reconocida de manera unánime por la gran erudición que demostró como funcionario ejemplar de aquella estirpe de servidores públicos que entendían que la cultura ennoblecía el arte de la política.

Condiscípulo en Zapotlán de Juan José Arreola, siempre reconoció que el gusto a la lectura se lo debía a los maestros Aceves, fundadores de la escuela Renacimiento. Reconocía, así mismo, la influencia del maestro Agustín Basave, quien en la preparatoria le aconsejó estudiar la literatura mexicana.

Su pasión por la literatura le llevó a obtener su título, en dicha materia, por la Universidad Nacional, en pleno cardenismo; a la par que en sus inicios como crítico y cronista de las letras hispánicas en el Nuevo Mundo se adentra en la filosofía y la historia, herramientas intelectuales que le permitirán descollar como “el curador de las letras mexicanas”, distinción otorgada que le otorga Gabriel Zaid al referirse a la pasión titánica de este jalisciense, casado en primeras nupcias con Amalia Hernández, la fundadora del Ballet Folclórico de México.

La pasión curatorial de José Luis Martínez lo llevó a formar una de las mejores bibliotecas de la República de las Letras ubicada en la colonia Anzures, precisamente en las calles de Rousseau; ese templo del saber siempre estuvo abierto, a la par que la bonhomía y siempre oportuna, aunque discreta, aportación intelectual de su propietario.

La cultura mexicana debe a Martínez no sólo sus acuciosas obras, ensayos y colaboraciones, dentro de las que destaca su magnífico Cortés, documento obligado para entender las transformaciones del extremeño a lo largo de su vida, trabajo que logra ubicar al conquistador en el justo umbral de su existencia humana, con todos sus aciertos y sus desaciertos, sus virtudes y sus defectos, logrando así un mejor entendimiento de uno de los hombres más polémicos de la historia universal.

A su paso por el servicio público, fuese como embajador de México en Perú o en Grecia o ante la Unesco, Martínez fue el gran promotor de la cultura mexicana, y en su travesía por Bellas Artes o el Fondo de Cultura Económica, el sello de su erudición legó a México extraordinarios aportes artísticos y bibliográficos que permitieron al pueblo, y en particular a los estudiantes, el acceso a los títulos correctos, a los autores probados y a una cultura ecuménica que enaltecía al mismo tiempo el quehacer intelectual del México contemporáneo.

 A su muerte, el 22 de marzo de 2007, su gran entrañable amigo, el poeta nayarita Alí Chumacero, le escribió la oración fúnebre en la que lo comparó con un “huracán” enciclopédico, cuya ausencia obligaba a contentarse pensando que todo en silencio a la quietud navega.