Ricardo Muñoz Munguía
La culpa va más allá del rompimiento de alguna regla o el golpe de alguna traición, es una sensación de ahogo interior, y algo que también va tomado de la mano con el razonamiento, pues no podría entenderse de otro modo. Por otro lado, es una de las emociones con una carga impresionante de imágenes que, por su esencia/presencia, definen el contenido para explotarse de muchos modos a través de la pluma. Sin embargo, en el poemario que hoy nos ocupa, se concentra, se puntualiza y, para ello, se detiene en la “no” culpa, aquí la de los peces, pero sí la culpa de las personas, en las que brota y aplica la expiación, con medida carga se acentúa la intención de borrar culpas pues, como tal, ningún sacrificio aparece pero, clava en el espíritu la cicuta de la culpa: “Para volver/ sin culpas a tu casa/ pones en escabeche las palabras/ les quitas la canela a las miradas/ le quitas la sazón a la esperanza/ y te vas caminando como insomne/ en medio de un silencio de biznaga”.
Lucía Rivadeneyra (Morelia, Michoacán, 1957) con su plaquette De culpa y expiación (Parentalia ediciones, México, 2017) exime a los peces de aquella sentencia que los hace víctimas y culpables: “El pez por la boca muere”, la que hace referencia a los peces cuando muerden el anzuelo y, entonces, literalmente, habrán de morir. Así con las personas que con su palabra pueden morir, aquí de muchos modos. Y, precisamente, la autora de En cada cicatriz cabe la vida, entre otros poemarios, abre su breve volumen para señalar que tal sentencia no debiera aplicar con el bocado que busca el pez, que con la palabra que compromete a alguien: “Los peces no murieron por su boca/ con alevosas redes los pescaron”. La culpa, por supuesto, no debe caber en ningún animal, pues el raciocinio marca/enmarca la absoluta diferencia con las personas.
De culpa y expiación expande estas temáticas desde su estupenda portada, a cargo de Gerardo Torres, donde los peces enmarcan sus olores, sus sabores, sus encantos…, su relación con el hombre y, sobre todo, con la mujer. Y, por igual, también son el pretexto de Rivadeneyra para que conjunte los sueños —algo recurrente en gran parte de su obra— y el erotismo, que en los escasos flashazos que dibuja con sus versos, provoca hasta la culpa y el deseo es expiación.



