No me canso de decirlo, le debo tanto a todas y todos aquellos que en su momento han luchado contra limitantes de muchos tipos: laborales, de clase, racismo, escolarización… Entre ellos, y de manera prioritaria, a la que tiene que ver con la mujer que, en mi época, viví como una pena, a pesar de que crecí en una familia donde no había varones adultos: desde la generación de mi madre nacida en 1928, y quizás desde antes, padres, tíos, abuelos habían muerto o estaban ausentes. Fuimos una familia Burrón de mujeres que apretujadas viajábamos a Acapulco en la camioneta Rambler de mi mamá, incluida la gata. Pero, nuestra familia “matriarcal” estaba inserta en un mundo con reglas patriarcales interiorizadas y externas.

Cuando mi madre quedó viuda a los 38 años con cuatro niñas de 5 a 9 años, muchas amigas dejaron de frecuentarla: se volvía un peligro para ellas: ¡ojo con los esposos! Debió luchar a brazo partido para mantenernos y, al mismo tiempo, para que ella y nosotras permaneciéramos a salvo de acosos y abusos. Mi madre solía ampararse bajo la sombrilla del esposo ante quien no sabía que él ya descansaba bajo tierra. Al plomero: “Sí, entre, en un momento llega mi marido, mientras le digo que tiene que hacer”. Al acreedor: “No puedo firmar esto, debo verlo con mi esposo”. Ella, víctima de seducción y estupro por un abogado a los 14 años en su primer trabajo, quería cuidar a sus niñas. Qué dolor cuando la Sra. L., madre de un novio, procedente de Chihuahua, le dijo: “Usted cuide a sus pollas, porque mis gallos andan sueltos”.

Relato esto, para solidarizarme con #yotambién. Sí, yo también me aterré cuando a los 10 años en una alberca un adolescente metió su mano entre mi traje de baño y mi sexo; sí, también cuando un tipo me exigió abrirle la puerta del W.C. en el yate “Fiesta” de Acapulco; sí, también cuando a los 14 años no pude decir que no… Pero, también, cuando mi madre me transmitió su desconfianza hacia los hombres.

Sin embargo, ahora, reconciliada y feliz con ser la mujer que soy, heredera de tantas luchas, lamento la falta de diálogo entre los diversos feminismos. Me refiero a la polémica surgida a partir del “Manifiesto” lanzado en Francia. Es evidente que hay muchas distinciones: no es lo mismo el abuso a una mujer menor de edad —equiparable al de un varón menor de edad— que el abuso a una mujer mayor de edad. Tampoco lo es cuando sucede en una sociedad en que los hombres reciben un “no” como un “no definitivo”, a una en que lo reciben como una invitación a insistir hasta (con)vencer. Ni en la que una mujer aprendió desde pequeña a decir que no, sin represalias, a una en la que esto no es admisible.

El ámbito de lo privado pertenece al espacio del ethos y es ahí donde hay que incidir, a veces de manera consensuada, otras, en casos muy graves y puntuales, acudiendo a la fuerza del poder grupal (depositado en el Estado). Un gran ejemplo del cambio de ethos, sin necesidad de represión estatal, fue la capacidad de los zapatistas de controlar el uso del alcohol en sus comunidades, así como de abrir sitio a las mujeres. Cambiar un ethos a fuerza de garrotazos es bueno durante un momento, pero no es tolerable a la larga mientras no haya una toma de conciencia personal y social del uso y abuso de todo tipo de poder.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC, que aceptemos la gran riqueza cultural de los pueblos.

@PatGtzOtero