Escrita hace casi cuarenta años (en 1978), Enemigo de clase del británico Nigel Williams (1948), sigue poseyendo una vigencia demoledora en torno a la falibilidad de los medios educacionales en nuestro tiempo. Puesta en varias ocasiones en México, Enemigo de clase ha vuelto a ser llevada a escena por Sebastián Zurita como director y Emiliano Zurita Bach como protagonista y escenógrafo, acompañados por su padre, el primer actor Humberto Zurita y un elenco de jóvenes y talentosos histriones.

La propuesta es congruente y sugestiva. El director debutante ha sabido, no adaptar, sino acoplar —lo cual es más meritorio— el impulso crítico del dramaturgo a nuestro medio, con inquietante visión teatral. ¿Tiene la rebeldía juvenil bases psicopatológicas? Es éste el cuestionamiento que parece lanzar Williams y que director y actores ponen frente a los espectadores con desgarrador ahínco que no evade la hondura de la reflexión existencial ni, por ende, la violencia física y emocional que los jóvenes “rebeldes” —con o sin causa— extrapolan en una confrontación con la desesperanza. Y la respuesta es una: la descomposición social que aliena —cuando no margina— a los jóvenes cercándoles cualquier perspectiva de desarrollo para su futuro, pero sobre todo cuando provienen de clases marginadas, engendra criminalidad, insensibilidad y muerte (cosa que hemos visto mucho en tiempos recientes con jóvenes sicarios, niños incluso, que sin otros asideros motivacionales que la subsistencia bárbara tuercen sus destinos condenados a ser verdugos insaciables y a convertirse asimismo en carne de cañón).

La presencia del Profesor es un punto de choque y prácticamente un llamado de alerta hacia la tendencia por la mediocridad a que una rebeldía sin bases puede orillar a los muchachos; sin embargo, esta juventud está marcada por la violencia que encarna el protagonista Iron (espléndidamente caracterizado por Emiliano Zurita) rechazando per se cualquier principio de autoridad.

¿Qué pasa con estos jóvenes, a qué le tiran en verdad? Si hace cuarenta años la obra quizá sólo atisbaba la virulencia y el desasosiego en que las generaciones venideras zozobrarían, el día de hoy Enemigo de clase —en esta afortunada versión de la dinastía Zurita— comprueba que fue una obra visionaria, pues hoy por hoy los jóvenes están fatigados de creer en la mentira, de tener ideales irrealizables, de desconocer la esperanza y sumirse en un mundo colapsado por la convulsión social, la desigualdad de clases y el diálogo sordo entre el poder y el pueblo (aquí representado por los estudiantes desarraigados).

Todo esto es lo que la dirección de Sebastián Zurita apuntala incisivo y que la gran revelación actoral de su hermano Emiliano Zurita Bach desnuda con una fiereza interpretativa subyugante. Realmente, la actuación de Emiliano Zurita es una revelación en el medio teatral contemporáneo, que las asociaciones de críticos deberían tomar en cuenta. Sin duda, al igual que su hermano Sebastián como director, en esta ópera prima, los hermanos Zurita se muestran como dos creadores que crecerán potencialmente en próximos trabajos, pero que ya en Enemigo de clase entregan todo el talento y la preparación que poseen para coadyuvar a un montaje de primerísimo nivel, en donde el soporte como actor de su padre, Humberto Zurita, da la tónica magistral con esa recia presencia de que hace gala el primer actor en un par de intervenciones contundentes, cerebrales y bien expuestas teatralmente.

Hay que celebrar —asimismo— la excelente escenografía creada por Emiliano Zurita Bach (quien es arquitecto de profesión, graduado en el Pratt Institute de Nueva York), y a través de la cual, a partir de la recreación realista del espacio dramático, Emiliano logra una atmósfera simbólica que acaricia el ensueño surrealista, una conformación escenográfica en momentos dotada de gran belleza plástica, sobre todo cuando sucede el cambio luminotécnico hacia el juego de gises fosforescentes: una obra de arte.

Enemigo de clase cuenta con las actuaciones, también, de una excelente actriz, Mabel Cadena (como Landa), cuya presencia por sí sola llega a sobrecoger al espectador con un espíritu introspectivo de gran fuerza. David Montalvo, Armando Espitia, Xabiani Ponce de León, Alonso Espeleta y Mauricio Rainí, cada cual en su papel, dan muestra de integridad actoral. La producción ejecutiva de Gerardo Zurita Moreno (para Adiction House Pojects, empresa creada por los hermanos Zurita Bach) promueve, como ha sido costumbre, el profesionalismo y la solvencia estética.

Una de las puestas más importantes de 2017, sin duda, es Enemigo de clase que proseguirá temporada en 2018. Hay que estar atentos. Una suma de talentos, en una pieza ya clásica, es lo que los Zurita entregan con la honorabilidad y honestidad a las que nos tienen habituados, propias de su dinastía artística.