Sara Rosalía

En la presentación del catálogo de la muestra Frida Kahlo: Me pinto a mí misma, Carlos Phillips Olmedo, director del Museo Dolores Olmedo, expresa que el motivo de la exposición es el aniversario 110 del nacimiento de la pintora. Recuerda que hace casi dos años que está ausente de las salas de exposición permanente de este museo y hace 10 que no se presenta una muestra monográfica de Kahlo en México. Se expone la colección completa del museo, más obras de colección Galería Arvil y la colección Juan Rafael Coronel Rivera (hijo del pintor Rafael Coronel y de la arquitecta Ruth Rivera y, por lo tanto, nieto de Diego y de Lupe Marín). Además de numerosas fotografías y frases de su diario.

Escribe Carlos Phillps Olmedo: “En esta ocasión mostramos nuestras “Fridas” con una curaduría y museografía íntimas, que permitirán al espectador acompañar a Frida en su descubrimiento de la pintura como el oficio que la sanará y la transformará, a medida que plasma sus pensamientos, emociones y dolencias sobre el lienzo y el papel.” Difícil decir en menos palabras, los temas de la artista: sus pensamientos, sus emociones, sus dolencias. Se trata, pues, de una obra testimonial, prácticamente autobiográfica. Parafraseando a Rubén Darío, podría decirse, se juzgó arte y era carne viva.

En la presentación de la muestra Frida Kahlo: Me pinto a mí misma, Carlos Phillips Olmedo, llama la atención sobre que la obra de Frida se ha presentado en los museos más importantes y entre los que podrían enumerarse menciona los siguientes: la Tate Modern de Londres, el San Francisco Museum of Modern Art, el Philadelphia Art Museum, el Detroit Institute of Art, el Musée de L’Orangerie en París, Martin—Gropius Bau, de Berlín y el Hermitage en Rusia. Siempre, destaca Phillips, con mucho público. La colección del Museo Dolores Olmedo es en todas las muestras, “imprescindible”.

Frida Kahlo pintó poco, pero la más grande colección, alrededor de 25 obras, pertenece al Museo Dolores Olmedo. Cuentan los que saben que el ingeniero Eduardo Morillo Safa era el coleccionista de la obra de Frida, pero, en un momento de apuro, se la ofreció a Diego Rivera, quien, sin fondos para comprarla, le aconsejó a Doña Lola que la adquiriera porque, argumentó el pintor, si entonces no era tan cotizada, pronto sería reconocida. Las palabras de Diego fueron proféticas e incluso se quedaron cortas. Al subastarse Autorretrato con aeroplano, en el año 2000, esta obra alcanzó el precio más alto de cualquier pintor mexicano, el mejor pagado de un artista latinoamericano y la obra de una mujer con mayor valor monetario en todo el mundo. Datos todos, de la investigadora Josefina García Hernández, autora del excelente ensayo que acompañó el catálogo de la exposición.

Ella considera que Kahlo practica tres géneros: el autorretrato, los retratos y las naturalezas muertas. Lo que, me parece, es de lo más exacto. Sin embargo, García Hernández se corrige para dar con el leit motiv de la exposición: “Me pinto a mí misma”. La investigadora plantea, con agudeza, que incluso en las naturalezas muertas, por cierto prestadas por la Galería Arvil, se revela a sí misma, en este caso, por ejemplo, con la sensualidad de las frutas que invitan a morderlas e incluso insinúa la investigadora a lo largo del texto hay cierto grado de narcisismo y hasta de exhibicionismo en la pintora. La muestra, hay que recordar que se inicia con dos fotos de Frida, la primera, tomada por su padre, el famoso fotógrafo Guillermo Kahlo, y la segunda por Nickolas Muray, amante de Frida. Esta foto apareció nada menos que en la portada de la revista Vogue, “la biblia de la moda”, en 1939, cuando participa Frida en la exposición Mexique, organizada por el llamado “sumo pontífice del surrealismo” André Breton, en la Galería Renou y. Colle de París. Un año después, en la Galería de Arte Mexicano, la pintora participa en la Exposición Internacional del Surrealismo con dos obras de las más significativas: Las dos Fridas, convertida hoy casi en el emblema de nuestro Museo de Arte Moderno y La mesa herida, obra que se nos informa en el texto de García Hernández, está hoy desaparecida, y que como consta en una foto era propiedad de Frida y ocupaba un lugar central en su casa. (Por cierto, la Galería de Arte Mexicano, la de Inés Amor, está documentada con una larga entrevista de Jorge Alberto Manrique y Teresa del Conde).

La mención de la portada del Vogue no me parece trivial. Como dice Oscar Wilde, Diego y Frida, pero sobre todo ella, no sólo pretendían “hacer algo” (su arte) “sino ser alguien”. Me atrae de ellos, decía Monsiváis, más que su arte, su estilo de vida. Un recuerdo permanente en el escritor, era la imagen de Diego empujando la silla de ruedas de Frida, en la protesta del Partido Comunista por la caída, orquestada desde Washington, del gobierno de Jacobo Arbenz. En efecto, Diego y Frida, abandonaban la pareja tradicional para incursionar en nuevas formas de relacionarse y de vivir la vida, no es casual que Frida, no sólo su pintura, sino ella misma, con sus retratos, su vestimenta, su lenguaje y su historial clínico hayan abierto paso a la fridomanía. García Hernández sugiere que no sólo los autorretratos, en los que en muchas ocasiones está presente Diego, sino en toda su obra, se habla de ella misma tanto en los retratos de otros, como en las naturalezas muertas y que todo esté constelado con los retratos de Frida, vale decir por ella misma o ella en persona. No es casual, claro, que mientras se habla de un Picasso o un Siqueiros, ellos sean llamados tradicionalmente Diego y Frida. De hecho, J. M. G. Le Clézio, el Premio Nobel de Literatura 2008, escribe un libro dedicado a ellos que se titula simplemente así, Diego y Frida.

Pudimos ver en esta muestra El camión, aquel camión Coyoacán que chocó con el tranvía de Tlalpan en que viajaban una Frida preparatoriana y su novio Alejandro Gómez Arias y que quebró las vértebras de Frida y la condenó a un dolor permanente. Está el muy explícito de mayor formato titulado La columna rota, que Kahlo pintó luego de una de sus operaciones. Están las muchas interpretaciones pictóricas de los abortos que sufrió la artista y también, los que desde el punto de vista de García Hernández, los simbolizan como el pollito que Frida no pudo hacer sobrevivir. Está la imagen de Doña Rosita Morillo, mujer que se dice fue para Frida una madre. Están retratos de mujeres que Frida amó como se revela en las cartas que Raquel Tibol publicó y presentó en una mañana en el bosque de Chapultepec. (De Raquel es también el historial clínico que se documenta puntualmente en un libro que, creo, leí en una versión anterior, Frida Khalo: una vida abierta)

Dos comentarios más. Hay en las obras de Frida, y esto lo destaca, por no decir lo descubre, Josefina García Hernández, una simbología permanente: El embudo que la alimenta en Sin esperanza, el ojo trasvestido en reloj en Fantasía, la unión de la vida y la muerte en Retrato de Luther Burbank.

Y por último, en esas imágenes, si no me equivoco, se traslucen El jardín de las delicias, el Tríptico del juicio final y sobre todo Las tentaciones de San Antonio de Hieronymus Bosch. ¿O no?