El proceso electoral se está convirtiendo en una guerra entre mesías. Cada día, se añade un iluminado más a una competencia vacía de ideas, pero llena de profetas que vienen a salvar al pueblo del orden establecido.

Después de Andrés Manuel López Obrador, saltó a la arena Ricardo Anaya, seguido, ahora, por Javier Corral, donde ya estaba Jaime Rodríguez, el Bronco, quien por cierto dio al clavo cuando reveló la verdadera intención del gobernador de Chihuahua: “tumbar” a Anaya para quedarse con la postulación.

Así que en la escena política vamos a tener, cuando menos, a cuatro fanáticos compitiendo por ser el “primer populista” del momento, con el riesgo de que la contienda electoral se convierta en un escaparate de ofertas demagógicas que pueden resultar muy atractivas para los medios, pero ser causa de un desastre.

Dijo Alfonso Romo, responsable de la estrategia con empresarios en el equipo de López Obrador, que el peligro para México no es Andrés Manuel sino “seguir como estamos”.

Romo tiene razón, pero solo en parte. Amnistiar a los jefes de los cárteles, como lo prometió el candidato de Morena, para “garantizar la paz”, o eliminar el examen de admisión en las universidades públicas, o disolver el Estado Mayor Presidencial, o instituir el ingreso básico universal son propuestas que, efectivamente, moverían al país de donde está, para terminar de entregarlo a los narcos y hacer de México un país de mediocres.

Anaya trae ideas similares. Le gustó la ocurrencia de repartir dinero a todos “por el solo hecho de ser mexicanos” y acomodó a su conveniencia las palabras del Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, quien nunca privilegió el reparto de limosna por encima de la productividad.

Los cuatro —López Obrador, Anaya, Corral y el Broncotienen el mismo perfil: autoritarios, intolerantes, poseedores de la verdad y de un ego sin paralelo.

Fíjese bien, lector, cómo ninguno de ellos tiene la humildad de rodearse de un grupo de asesores. Y si los tienen, como es el caso de López Obrador, quien por cierto ya nombró a su gabinete virtual, terminan por no tomarlos en cuenta o por deshacerse de ellos cuando ya no les sirven.

Más que políticos o más que estadistas son showmen. Tienen una especial habilidad para provocar impactos mediáticos y manipular a las audiencias. Pero eso no significa que tengan capacidad para ser estadistas.

¿Se imagina a Anaya en la presidencia? Si su estilo de gobernar va a ser una continuación de la mentira, agresividad y violencia verbal que vende todos los días en sus spots, tendríamos a un mitómano en el poder dispuesto a inventar lo que fuera para eliminar a sus adversarios políticos.

Y ¿se imagina, lector, a un Corral sentado en Los Pinos? Al estorbarle la presidencia —como hoy le incomoda la gubernatura—, se la pasaría convocando a movilizaciones para defenderse de sus detractores, que en ese caso sería el pueblo de México.

¿Y qué me dice del Bronco? Representa el regreso a la época del western.

El escritor judío Amoz Oz, a quien me gusta citar, dice que “todo extremismo, toda cruzada que no se compromete a llegar a un acuerdo, toda forma de fanatismo termina, tarde o temprano, en tragedia o en comedia”.

Si, cuando menos, el sentido común se impone, el 1 de julio terminará en comedia y no en tragedia. La gran duda es si hay antídoto contra los bufones.